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lunes, septiembre 16, 2024
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SER BUENO CON EL INCORRECTO

Ser buena persona con la persona incorrecta. Una reflexión personal en torno a la relación que existe entre los problemas personales y los públicos.

Decidirse a ser buena persona con quien no sabe lo que quiere; o con quien no cree merecer que le trates con absoluto respeto o consideración, es sumamente desaconsejable como inconveniente. Vos podes amar terriblemente a alguien y estar dispuesto a caminar paso a paso, lo que sea que la vida les ponga de frente. Pero si la persona que has decidido amar, cuidar y respetar como la que más te importa, sigue siendo presa de las heridas y/o carencias que a lo largo de su vida ha ido acumulado, difícilmente conseguirás que se sienta capaz de corresponderte y mucho menos merecedora del lugar de privilegio que le otorgas.

En tales condiciones, por mucho que des y/o te esfuerces en demostrar que eres fiel, respetuoso y/o recíproco y que encima apuestas por algo totalmente serio, la persona que has decidido amar siempre habrá de sentir que algo le falta. Ese vacío, ese sinsentido que todo lo trastoca, es su herida misma; herida de carencias psicoafectivas, de autoestima y/o de validación primaria, que está permanente presente y que incide sobre todos los aspectos de su vida.

Y eso no depende en lo absoluto de cuánto empeño y/o compromiso le pongas a lo que tienen o intentar tener; es un hecho que cuando no hay la autoresponsabilidad compartida de trabajar cada uno sus propias carencias o insuficiencias, las heridas que cada cual lleva por dentro, habrán de terminar pudriéndolo todo de tal manera, que incluso llegarán a anular u opacar todas sus potencialidades más valiosas o luminosas.

Insisto, por mucho que ames y/o te importe una persona, si esa persona no acomete la responsabilidad de trabajar en sanar sus propias carencias o heridas, así pongas el mundo a sus pies, nunca será suficiente. Por mucho que la persona esté consciente del brutal esfuerzo que su pareja hace para darle todo lo que cree que merece, esa persona igual va terminar fallándote u optando por irse de tu lado. Y no hay, por más frustrante y/o triste que pueda resultar, nada que puedas hacer, sino aceptarlo. Para concentrarte en cambio, por trabajar el valor de desapegarte de esa persona, priorizando de nueva cuenta tu propio bienestar. Responsabilidad sobre la que nunca se debió claudicar o dejar las cosas libradas a su suerte.

Desde luego, habrá que decir claramente que no es nada sencillo asumir la responsabilidad de trabajar para sanar las carencias o insuficiencias que nuestra propia historia de vida ha ido dejando. Pero tampoco es menos cierto que cuando algo verdaderamente importa, no hacemos lo que hacemos, porque resulte sencillo. Sino porque reconocemos el valor o los beneficios potenciales de hacerlo. Porque aunque no sepamos del todo, cómo es que hay que emprender semejante misión, tenemos en lo interno la corazonada de que intentarlo vale la pena.

Ahora que bien, tan inconveniente y/o desaconsejable es decidirse a ser nuestra propia versión con alguien que o no sabe lo que quiere; o no cree merecerte, como el insistir en permanecer contra toda lógica a su lado. Hacerlo tiene el potencial de terminar afectándote y/o perjudicándote de tal modo, que incluso dejes de ser tú mismo y en cambio te empieces a cuestionar si tiene sentido todo el esfuerzo que inviertes en demostrarle a quien amas lo mucho que te importa.

Y no es para menos de ese modo, porque a muchos les incomoda más la idea de quedarse solos, que la idea misma de trabajar por su propio bienestar personal. El por qué es de ese modo y no de otro, considerando lo desafortunado de apegarnos a alguien que pone en entredicho nuestra propia tranquilidad, más allá de lo desagradable que semejante equilibrio pueda resultar en términos personales, tendría necesariamente que ser un tema importancia social y no como es de común, estrictamente personal o individual.

Lo digo así, porque tal consideración redunda en una situación que se replica tanto como personas hay en el mundo. Algo que nos demos cuenta o no, termina teniendo fuertes implicaciones para la salud y/o la regularidad del tejido social de cualquier país. A lo que quiero llegar con todo esto, es que si el común de las personas estuviera mucho más consciente, de cómo es que sus problemas individuales impactan el devenir de la sociedad a la que pertenece, difícilmente se tomaría tan a la ligera la importancia de la salud mental o psicoafectiva.

Desde luego he de reconocer, que no estoy en condiciones de desarrollar por cuestiones de espacio –tratándose de un breve comentario de opinión–, una reflexión que logre tocar todos y cada una de las consecuencias que semejante idea conjuga, pero pretender pasar por alto la natural relación que existe entre los problemas individuales de un sociedad y sus complejidades colectivas más significativas, me parece todavía más importante, que el despropósito de pretender quedarnos arraigados en un imaginario colectivo, que artificiosamente separa la esfera de lo público, frente a lo privado. Como si fuera que una no tiene la más mínima relación con la otra.

El por qué pasa esto, dice mucho, no sólo de cómo interpretamos el mundo en el que vivimos, sino también de los límites mismos, que le ponemos a las soluciones que como sociedad ideamos para acometer nuestros problemas públicos más importantes. En ese sentido, estoy por demás convencido que viviendo en un momento en el nuestros sistemas políticos no dan más de sí, por la profundidad con la que sus referentes tradicionales carecen hoy de sentido para el común de sus ciudadanos, por el amplio descredito que sus actores más reconocibles han ido ganando en los últimos veinte años, exige que nos preguntemos necesariamente si es posible y/o útil tratar de darle un rostro más humano y genuinamente empático a nuestra vida pública.     

Algo que pasa necesariamente por una revaloración de las necesidades más elementales de los ciudadanos de a pie. Revaloración que exige urgentemente salir de las coordenadas de lo ideológico, para humanizar y/o sensibilizar la agenda de lo pública y acercarla verdaderamente al tipo de problemas que auténticamente preocupan a todos. Mientras no lo hagamos, llegue quien llegue, difícilmente conseguiremos mejores resultados de los que hasta ahora hemos logrado. 

Cosa que no debería ser ninguna sorpresa, porque así como no es útil y/o conveniente en lo personal, ser buena persona con la persona incorrecta, tampoco una sociedad terminará de ser todo lo productiva y/o justa que podría, como se siga haciendo gobierno a lo peor de sus propios elementos sociales. Algo que aunque resulte políticamente incorrecto decirlo, es lo que nos ha venido ocurriendo desde que hemos decidido seguir eligiendo gobiernos entre individuos que ya en otros momentos han dejado al descubierto, que sin importar las ciclas partidistas que los arropen, no conocen mayor interés que el propio.

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