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viernes, octubre 18, 2024

REDES SOCIALES Y ANSIEDAD

¿Será que yo sea el único cabeza de termo que no termina de tomarle sabor o sentido a las redes sociales más allá del Face que habitualmente uso? En serio que no entiendo un carajo cómo es que funcionan las comunicaciones en redes sociales, porque si ya me es en extremo estresante interactuar persona a persona, lo es todavía más si me piden o exigen hacerlo a la distancia.

Es como que se multiplica o dispara la ansiedad; grupos aquí, grupos allá, estados aquí, estados allá, reacciones de todo estilo y un largo etcétera de comunicaciones y sobre reacciones o exposición mediática que no hacen otra cosa que abrumarme; primero, porque la más de las veces no entiendo cómo funcionan las aplicaciones que para ello se utilizan; y segundo, porque tan malo que soy para escribir apropiadamente desde que los celulares se volvieron todos de pantalla negra desapareciendo los celulares de teclado físico, para mí se ha vuelto todo un calvario quererme comunicar con propios y extraños como realmente quiero. Vaya si echo de menos los viejos celulares de botones, tanto por la diversidad de estilos que solían exhibir los distintos fabricantes, como por la comodidad y funcionalidad que ofrecían al tratarse de dispositivos mucho más sencillos o menos sofisticados que los actualmente disponibles.

Lo de menos es que me digan, –omo hacen muchos–, que mucho no importa la corrección con la que se escribe en redes, porque nadie se lo toma muy en serio. Pero la cosa es que no para todos es lo mismo; ni lo es por razones de principios personales, ni lo es por motivos de manías y/o desordenes obsesivo compulsivos que no te permiten escribir las cosas como sea, sin sentirse luego mal con uno mismo. Ese y no otro es el motivo por el que siempre que puedo, suelo enviar mensajes de audio con aquellos que me veo en la necesidad de comunicarme a título personal, para no convertir la encomienda de enviar una simple respuesta en un calvario que me tenga, a veces más de 10 minutos, primero pensando qué responder, y luego redactando y/o corrigiendo lo que en efecto quiero contestar.

Lo cual se vuelve todavía más enfadoso, confuso y/o estresante si se trata de un grupo en el que interactúan una veintena o más de contactos. Porque entonces la ansiedad se me multiplica por miles. No termino de responder a uno, cuando ya la conversación o la interacción pasó de los saludos, al cotidiano contar de la rutina, pasando por el cómo se siente cada uno, o las últimas novedades de noticias o chismes, y uno no ha siquiera enviado su respectivo hola, pero ya la conversación paso y/o se fue por miles de temas más sin que uno se entere. Todo ocurriendo a una velocidad vertiginosa, en un constante aturdimiento que francamente me agota y me pone de malas.

Lo que invariablemente me lleva a la frustración y de ahí a un permanente estado de aislamiento no voluntario, como si fuera que uno no disfrutara de interactuar, pero nadie entiende que no para todos es igual eso de intentar escribir en una pantalla táctil, quesque intuitiva e inteligente. Cuando la gran realidad es que no es ni lo uno, ni lo otro. Y encima tenérselas que ver con aquellas personas que creen que no contestas o contestas con monosilábicos por engreído o pedante.

Como si fuera tan agradable nunca terminar de acostumbrarse a un mundo que cambia más rápido de lo que mi humana capacidad de sentir o filtrar la realidad puede adaptarse a un mundo ambiental, que siempre siento como si me agrediera. Porque cuando no es el ruido de un motor, es el repiquetar de un reloj, o el sonido mismo del silencio, cuando todo el mundo piensa que no se escucha nada, y uno para sus adentros con ganas de matarse porque el más mínimo ruido perturba la claridad de pensamiento necesaria para decir lo que auténticamente quiero decir.

Por eso y no otra cosa es que de continuo me salgo de cuanto grupo me incluyen. Lo mismo me da si se trata del grupo de vecinos de la colonia en la que vivo, que del grupo de ex compañeros de Ciencias Políticas, o del de ex compañeros de Psicología, sin olvidar desde luego los múltiples grupos de amigos de cuanta actividad social he realizado a lo largo de la vida. La constante es la misma, yo para departir a distancia por medio de aplicaciones de comunicación multiusuarios, le sufro bastante; tanto por la poca pericia en el manejo de los dispositivos, como por lo mucho que tardo en escribir o responder cualquier mensaje, Sin contar desde luego, la de sinsabores que me juega la tecnología y sus múltiples actualizaciones, como la conectividad a internet, que cuando no va terriblemente lenta, sencillamente me pierde o no me entrega a tiempo la correspondiente mensajería.

Tanto me disgusta tenerme que comunicar por medios tales como Messenger, WhatsApp, X, o cualquier otra plataforma del estilo, que si por mi fuera prefiero un triste mensaje de texto en el teléfono al viejo modo, es decir ahorrando palabras y/o caracteres, o ya si se necesita algo más largo o formal, manejarse por un simple mail al correo personal. Todo sea por comunicar más eficientemente para qué coños se supone que se me busca o requiere, y tan se acabó. Nada pues de estar híper conectado, o sobresaturado de notificaciones que lo único que me generan es un constante estado de ansiedad y/o incertidumbre.

Porque los mal llamados teléfonos “inteligentes” podrán estar llenos de todo tipo de recursos y/o tecnologías pensadas para cualquier cantidad de propósitos, pero no para todos resultan tan intuitivos como sus creadores o vendedores suponen que lo son. Y la verdad es que más allá de la llana función de poder realizar o recibir llamadas, como de tener la capacidad escribir mensajes sencillos me basta y me sobra. Que si se trata de mirar vídeos o de entretenerme en plataformas de ocio cibernético, para eso dejo los ordenadores comunes. Yo soy sencillamente un caso de anacronismo cibernético. Me quedo con la tecnología tal y como la aprendí y accedí hace veinte años, cuando aquello de la computación y la telefonía celular comenzó cuando su auge se volvió la norma. Cualquier otra posibilidad por prometedora que pueda ser o parecer, me parece un exceso.

Y me lo parece así, más allá de la natural frustración personal con la que observo las llamadas “Nuevas Tecnologías”, –que en realidad de nuevas tienen muy poco, porque llevan entre nosotros prácticamente tres décadas, si no es que más–, porque en la medida que los dispositivos que utilizamos para acceder a la nube o red se han vuelto cada vez más sofisticados, me da la impresión que hemos ido perdiendo bastante del contenido humano de nuestras propias vidas.

Una dinámica que pueden identificar con mayor claridad aquellos que tienen arriba de 40 años, por la sencilla razón de que les tocó vivir entre el mundo de lo analógico y el propio surgimiento del boom tecnológico de fines de los 90’s. Lo cual sin duda les ha permitido percibir las profundas diferencias que caracterizan al mundo de lo analógico, frente al de los dispositivos computacionales y/o los dispositivos inteligentes. Y aunque no estoy por la labor de apostar por una especie de cruzada anti avance tecnológico, no es menos cierto que bien haríamos como sociedad en preguntarnos si entre tanta innovación técnica y/o científica que nos ha acompañado en las últimas tres décadas, existirá algo de lo que dolernos que hayamos perdido, –acaso sin darnos cuenta–; en lo que a mi respecto, me parece que sí, que cuanto mayores capacidades de conectividad e interacción a distancia hemos ido ganando, menor es la profundidad de nuestros lazos humanos y/o sociales o comunitarios.

Pero como siempre digo, cada cual tendrá sus propias conclusiones al respecto. En todo caso yo con lo que cumplo, además de decir lo que pienso, es con invitar a que todos nos preguntemos en el fuero de lo interno, al menos dos cosas; primero, qué pensamos; y segundo, por qué pensamos lo que pensamos. Si conseguimos hacerlo un hábito cotidiano en los más diversos ámbitos, estoy más que seguro que todos estaremos contribuyendo aunque sea modestamente a reflexionar respecto al mundo en el que vivimos y sus alcances sobre las vidas del común de las personas. Quizá al hacerlo hallemos las claves para cambiar y/o humanizar o sensibilizar mucho más nuestro mundo, para hacerlo genuinamente más amable o amigable para la mayoría y no sólo para unos cuantos.

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