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sábado, noviembre 23, 2024

REDES SOCIALES E INTERNET. UNA DISCUSIÓN NECESARIA Y PENDIENTE

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REDES SOCIALES E INTERNET. UNA DISCUSIÓN NECESARIA Y PENDIENTE

Por Emanuel del Toro.

La creciente importancia que han tenido las redes sociales y el uso del internet en la última década, les ha convertido en la punta de lanza de cambios sociales que ni sus propios creadores sospecharon que llegarían a darse. El colosal volumen de información que el uso de la internet ha connotado desde su irrupción como piedra angular de las comunicaciones, sumado a la amplitud con la que su uso se ha democratizado, por la hegemonía con la que las llamadas nuevas tecnologías de la información se han vuelto tan esenciales en nuestras vidas. Lo mismo con el uso de ordenadores personales, que de teléfonos inteligentes que facilitan a más no poder la conectividad a redes, ha traído como consecuencia una revolución social cuyos alcances estamos todavía lejos del comprender del todo.  

Pensadas originalmente más como un instrumento de comunicación personal con tintes de ocio y esparcimiento, que, como cualquier otra cosa, las redes sociales han terminado por reproducir con idéntica fidelidad la extrema complejidad de nuestra realidad social, ampliando los alcances mediáticos de la misma, visibilizando por igual nuestros rasgos más elogiables, pero también nuestras miserias civilizatorias más reprobables. Su uso en México se encuentra tan extendido, que actualmente más de 100 millones de personas hacen uso de las mismas, lo que representa un 77.2% de la población activa en internet.

El resultado no podría ser más sobrecogedor por la sobre exposición mediática que su uso ha propiciado. La amplitud de su impacto social es tal, que ha terminado jugando un papel protagónico en una multiplicidad de temas que van desde el entretenimiento, la difusión de noticias o el activismo político, pasando por la denuncia pública y la crítica social. Trayendo consigo una pluralidad de pensamiento nunca antes vista. Lo que ha terminado por abrir campo a un nutrido mundo de opiniones en boca de personas que sin ser necesariamente comunicadores o estar ligados al mundo de los medios de comunicación tradicionales (radio, prensa escrita o televisión), han terminado comiéndole el mandado a estos, produciendo sus propios contenidos o marcando tendencia con sus opiniones e incluso generando una lucrativa industria por las ganancias que la producción de sus contenidos les reporta.

Tan importante ha sido el crecimiento presencial y/o económico que la generación de contenidos propios reporta a estos nuevos creadores, que entre los más jóvenes cada vez son más las personas que apuestan a incursionar en redes sociales con la pretensión de volverse definidores de la opinión pública por el interés de monetizar o capitalizar sus contenidos en función del número de seguidores que logren captar, que es lo que es lo que en esencia hacen los llamados influencers.

Pero no sólo reportan ganancias por su capacidad de convocatoria a razón de los seguidores y/o reacciones generados sobre lo que publican, es un hecho que la mayoría de las ganancias que esta naciente industria genera, están en los millonarios patrocinios que distintas marcas comerciales ofrecen a los creadores de contenido más populares. El punto es que sabedores de lo importante que es llegar a la mayor cantidad de personas posibles, grandes marcas comerciales antaño concentradas en radio y televisión o prensa escrita, han terminado por integrarse aceleradamente a la revolución que las llamadas redes sociales han abierto.

Lo que ha propiciado toda una ola de creadores y formadores de opinión, que con el tiempo han hecho de producir sus propios contenidos, un modo de vida lo bastante lucrativo como para dedicarse a ello de tiempo completo. Volviendo su estilo de vida un referente de éxito económico y popularidad mediática que cada vez se replica más entre los jóvenes y no tan jóvenes. Que huelga decir, lo que hace una década comenzara como un sector dominado por personas en su gran mayoría debajo de los 25 años, se ha ido lentamente ensanchando en rangos de edad, a medida que incluso gente de edad avanzada que en otro tiempo habría preferido mirar televisión o escuchar la radio, se han ido familiarizando con el uso del internet y la multiplicidad de dispositivos en los que hoy es posible acceder a este.

Y es que con el vertiginoso desarrollo tecnológico que se ha visto desde 2010, el uso de internet pasó en muy poco tiempo de exigir obligadamente la intervención de computadoras y un mínimo de conocimientos sobre su uso, a permitir conectividad inalámbrica en tiempo real, desde prácticamente cualquier dispositivo, entre laptops, tabletas, teléfonos móviles o incluso televisiones. Hoy tenemos disponibilidad de internet prácticamente en cualquier parte; tendencia que no ha hecho sino profundizarse como nunca antes se pensó que lo haría con la emergencia mundial desatada por la pandemia covid-19. A propósito de la cual, tanto el mundo académico como el laboral, han terminado por integrarse –no sin una amplia diferenciación de circunstancias sociales y económicas–, a la exigencia de su uso, tanto como las posibilidades de sus sectores lo han permitido. 

Todo ello en su conjunto ha terminado pulverizado la lógica que solía prevalecer en la discusión de lo público hace apenas una década atrás, cuando la totalidad de los contenidos públicos eran manejados de forma rígida, restrictiva y vertical por apenas dos televisoras y/o un puñado de voces de opinión, que se ocupaban de posicionar los contenidos en función del prestigio que ostentaban en sus respectivos campos de especialización. Pero como ya había anticipado en un inicio, en este cambio tan acelerado no todo ha sido para bien. En su lugar, hoy lo que prevalece es una libertad casi irrestricta para que las más variadas opiniones y/o contenidos sin importar la calidad de los mismos, terminen teniendo repercusiones multitudinarias brutales de forma casi inmediata.

El punto es que habiéndose democratizado tan ampliamente el uso del internet y las redes sociales, hoy por hoy prácticamente cualquiera con un mínimo de conectividad a red y un teléfono móvil de poco más de 600 pesos puede perfectamente acceder a redes sociales, con resultados un tanto azarosos que no siempre se ubican en el cuadrante de lo elogiable. Porque así como usadas en forma oportuna y veraz las redes sociales y el internet mismo pueden convertirse en herramientas formidables para el acceso a información que de otro modo difícilmente llegaría al común de la ciudadanía, volviéndose incluso la punta de lanza de convocatorias que invitan a evitar y/o contener los excesos de gobiernos y/o grupos privados de interés que amenazan las libertades de una sociedad.

Lo cierto es que utilizadas de manera irresponsable y poco juiciosa pueden desencadenar efectos personales y/o sociales que terminen vulnerando la integridad de quienes tienen el infortunio de verse envueltos en temas polémicos o escabrosos. Trayendo incluso consecuencias legales, como de hecho ha venido ocurriendo con cada vez mayor frecuencia en los últimos tres años, en la medida que la sobre exposición mediática propiciada por el trafico indiscriminado de información personal en redes, ha ido volviendo difusos o poco claros los límites entre la vida propia de quienes intervienen redes y lo que verdaderamente merece considerarse de interés público.

Un tema que se antoja harto difícil de establecer en forma libre de polémicas, por su extrema complejidad, como por la creciente incidencia con la que se ha posicionado últimamente. Lo que hace presagiar que nos guste o no, hoy nos urge revisar la cuestión, libres de apasionamientos malsanos, porque en caso contrario, seguiremos viendo que la sobreexposición mediática termine generando conflictos de interés con consecuencias legales.

julio 5, 2021

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