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San Luis Potosí
viernes, noviembre 22, 2024

QUIÉN TE CANTARÁ

Fue una tarde calurosa cuando venía sentado en los primeros lugares de un camión urbano.

Entonces, con el permiso del conductor, subió una persona por la puerta trasera y empezó a entonar: «Ayer pensé en decirte adiós y me faltó el valor…», y a pesar de lo distraído que me encontraba en ese momento, la voz del cantante me pareció familiar, y de un rápido vistazo, mientras él continuaba diciendo: «Quién tachará mi dirección de tu libreta azul…», pude constatar la identidad de aquel vocalista que se esforzaba por conectar con la improvisada y fugaz audiencia de aquella unidad del transporte público. Al finalizar la conocida rola en estilo rockero, el joven se hizo paso entre los pasajeros, y al llegar a mí, y recibir unas monedas, su rostro se mostró sorprendido, por encontrarme inesperadamente, sin que ninguno de los dos se imaginara que aquella sería la última vez que el destino permitiría saludarnos. Ese joven se llamaba Ernesto, fue mi alumno de bachillerato en un plantel modesto, al que acudían jóvenes de escasos recursos, provenientes de comunidades rurales de distintas entidades del país. Lamentablemente, al igual que otros compañeros, Ernesto perdió la vida en un percance carretero y de forma irremediable sus sentidas interpretaciones se desvanecieron junto con él. Ernesto fue un estudiante con liderazgo, consciente de la desigualdad económica y de la necesidad de cambiar muchas cosas para crear una mejor sociedad. Tenía todo para arrastrar colectivos, tenía discurso, tenía carisma, tenía toda la energía del mundo. Y seguramente, tenía toda la capacidad para convertirse en un representante popular y un excelente servidor público. Era proactivo, su iniciativa le permitía separarse de lo cotidiano y lo obligatorio, y lo impulsaba para explorar esos mundos alternos, reservados para las personas especiales, como el hecho de acudir a los círculos de lectura en un discreto museo del centro histórico de San Luis Potosí, dedicado a un extraordinario poeta mexicano. Ernesto era un trovador, con la alegría y el entusiasmo que engloba esa personalidad. Era lo suficientemente divertido para adaptar frases humorísticas a una conversación inteligente que empezaba a tornarse aburrida. Era lo suficientemente simpático para improvisar piropos a las chicas y conseguir cándidas sonrisas. Ernesto era un hijo orgulloso de su comunidad en el Estado de Hidalgo, a la que se refería como un lugar hermoso, y que podía recomendar ampliamente para el ejercicio del turismo, porque amaba su lugar de origen, como seguramente amaba a su familia. Un día, en el interior de la escuela, vimos a una chica en la ventana de un salón de la planta alta, y como si el sitio fuera el balcón de una doncella, y como si el instante fuera parte de un cortejo, y como si el chaperón se hubiera ausentado, le digo a la desconcertada joven que no se mueva, que permanezca en el lugar porque Ernesto cantaría para ella utilizando su guitarra. Y entonces se plantó firmemente en la escena, como lo hace una persona que realmente sabe lo que quiere, sin pretextos, sin evasivas, sin temores, sin prejuicios, enfrentando el reto, respondiendo a las expectativas, actuando conforme a las circunstancias, casi casi como al grito «donde me la pintes te la borro». Otro día, se veía fatigado, abrumado, y con cierto grado de preocupación, su resistencia a no cuestionar lo estaban colocando entre la espada y la pared para permanecer en el dormitorio de grupo en que se alojaba, o buscar un lugar donde pudiera moverse con mayor independencia, pero no dudo, que aún ante la adversidad, él sabía disfrutar el presente y rescatar lo bueno de cada experiencia. Con agrado recuerdo que, no se intimidó cuando dentro del salón de clase le pedí que organizara esa consigna que previamente lo vi gritar con fuerza en medio de contingentes que se manifestaban libre y pacíficamente por alguna causa social, esa consigna que se deja sentir en las marchas y que se corea: «Cómo dice el comandante: Sí señor…» Ernesto era un joven dicharachero, rebelde, idealista, con quien entablé una amistad genuina durante el poco tiempo que coincidimos. Tengo entendido que mantenía comunicación con su novia, e imagino que entre sus pretensiones estaría consolidar esa relación, y por ello creo que, a Ernesto, aquel destacado estudiante de vida fugaz, le quedaba perfecta la interpretación de la letra que dice: «Quién te cantará con esa guitarra, quién la hará sonar cuando no esté yo».

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