¿Será este el punto de quiebre en el obradorismo?
Como ya lo había expresado semanas atrás, no hay al momento unanimidad en el obradorismo respecto a la precandidatura de García Harfuch para el gobierno de la capital del país. Existe una corriente opinión un tanto purista que lo califica, –con más que justa razón–, de ser un “recién llegado”, cuyos méritos serían insuficientes para hacerse con la candidatura más significativa de la izquierda en el centro del país, por no hablar de tratarse de un perfil de extracción policiaca, con lo que todo ello significa para un movimiento que desde siempre se ha identificado con la izquierda y/o el progresismo. En su lugar, tales sectores se han decantado por su apoyo a la actual alcaldesa de Iztapalapa, Claudia Brugada, la cual se identifica con una militancia de izquierda de larga data.
Empero, más allá de la natural tensión que la competencia interna entre ambos aspirantes despierta, la cuestión promete convertirse en un tema que mal llevado –si los roces o fricciones internas siguen escalando–, puede llegar a comprometer las propias aspiraciones de Claudia Sheinbaum. La cuestión de fondo, es que para nadie es ningún secreto que García Harfuch, siendo el favorito de la propia Sheinbaum –que fuera su jefa directa en el gobierno de la Ciudad de México–, no es del agrado del Presidente López Obrador.
Tal diferencia pone de manifiesto la compleja relación que existe al interior de un movimiento que hasta la propia sucesión presidencial, se ha identificado con su fundador; relación que en lo sucesivo tendrá que irse distanciando y/o perfilando hacia nuevos referentes que reflejen las decisiones y/o intereses de la abanderada que hoy releva al propio López Obrador. Ahora bien, hablemos claro: desconocer que tal diferencia existe, no la hará menos real, ni mucho más manejable.
Una tensión que promete hacerse cada vez más grande, cuanto más se acerquen las elecciones presidenciales. Y es que si bien es cierto que hasta este punto Sheinbaum ha sido a todas luces la candidata legitima de la llamada 4T, en calidad de ungida y/o alentada por el propio líder fundador del movimiento, nada ni nadie le garantiza que su posición entre sus propios correligionarios y/o simpatizantes, vaya a gozar de la posición privilegiada de la que ha disfrutado el propio López Obrador, cuyas posiciones contradictorias, no le han significado el más mínimo cambio en sus márgenes de popularidad y legitimidad social.
El punto es que, contra todo pronóstico, el Presidente ha visto rompiendo a lo largo de su mandato, –por razones de pragmatismo político, lo mismo que por practicidad personal–, con distintos de sus referentes discursivos políticos iniciales, –piénsese por ejemplo en numerosas candidaturas, que aun siendo de perfiles cuestionables, se han terminado imponiendo; o en la cercanía que el Ejecutivo ha mostrado con Trump–, sin que tal rompimiento o distanciamiento le haya significado un cambio de la popularidad y/o legitimidad que siempre ha mantenido. Pero nada garantiza per se, que cualquier otro candidato, incluida Claudia, tenga la fuerza o el liderazgo para conducirse de idéntica manera, sin pagar por ello un precio.
No es pues la primera vez que utilizo el presente espacio para indicar que la estabilidad que el liderazgo político de López Obrador ha mostrado a lo largo de su mandato, para sobreponerse a sus propias contradicciones, resulta a todas luces excepcional; algo fuera de lo común, tanto por su durabilidad, como por la maniobrabilidad de la que presume a merced de su carisma. Para decirlo con total claridad: no existe nada que indique que cualquier otro candidato pueda replicar la capacidad que el propio Obrador ha demostrado para mantener la cohesión del movimiento que todavía encabeza; legitimidad que promete mantener aun cuando haya salido ya de la presidencia.
En tales condiciones, lo lógico es reconocer la importancia que tiene para la propia 4T, trabajar en mantener la cohesión del movimiento, –tanto como entidad política, como en lo que respecta unidad social–; es un hecho que ambas partes se necesitan, y tienen propiamente que trabajar para dialogar entre sí para conciliar y/o limar asperezas y diferencias, ya que en caso contrario, tensiones como la actual, bien podrían llegar a convertirse en un punto de quiebre que terminase replicando lo que hace años ocurriera con el propio PRD tras la salida de López Obrador, que tras irse fraccionando en una multiplicidad de corrientes, terminó siendo incapaz de mantener su posición de privilegio en las preferencias del electorado que tradicionalmente se ha identificado de izquierda, al punto de que hoy ya sólo subsiste de forma marginal como un mero membrete político.
Esta tensión entre una corriente dura –apegada a principios y/o referentes tradicionalmente identificados de izquierda–, y una “suave” –mucho más eclética y pragmática–, misma que hoy se manifiesta en la pugna por la candidatura, y que no pocos identifican como meramente coyuntural, ha estado desde siempre presente en el propio Morena. Sin embargo, es justo decir que hasta ahora que su propio líder fundador es quien ha llevado las riendas tanto de la presidencia, como del propio movimiento, ha sido una tensión que se ha sabido manejar por la habilidad política de Obrador, como por su carisma natural.
Sin embargo, es un hecho que cuanto más se acercan las elecciones, más evidente se hace que será cuestión de tiempo para tal tensión pueda llegar a escalar, y eventualmente termine significando un distanciamiento entre el liderazgo del propio Obrador y Sheinbaum; de hecho para nadie es un secreto que el propio desenlace que tuviera la inconformidad de Marcelo Ebrard por la elección de la candidatura presidencial es en cierto modo consecuencia de dicha tensión.
El punto es que cuanto más se haga por negar las diferencias que subyacen entre ambas visiones que conviven al interior de Morena, más fuertes pueden llegar a ser las consecuencias que tales diferencias desencadenen en el movimiento como unidad social, como entidad partidista. Y si bien es cierto que se antoja difícil que ello termine generando un costo mayor en las perspectivas de triunfo de Sheinbaum, no es menos cierto que si podrían llegar a comprometer sus capacidades como virtual ganadora de la presidencia, porque como ya indicado líneas arriba, esté o no en la presidencia, Obrador promete seguir siendo el líder natural de Morena. Por lo que semejante escenario puede llegar a comprometer las capacidades de maniobrabilidad de quien es hoy su sucesora.