Después de la disputa por la sucesión presidencial, pocas aspiraciones políticas son tan simbólicamente significativas y/o codiciadas en términos de influencia, como lo es llevarse el triunfo en la capital del país; una cuestión sabida tanto por Morena, como por la propia oposición. La cuestión es que luego de los resultados obtenidos en 2021, en los que la oposición ganó 9 de 16 alcaldías, –evidenciando que la hegemonía morenista sobre la capital del país no estaba per se garantizada–, quedó en claro que semejante logro terminaría teniendo repercusiones sobre la propia sucesión presidencial, como sobre la composición de las cámaras en el congreso.
Para el caso, la hoy candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, ha tenido tiempo de sobra para comprender que más allá de la propia presidencia –de la cual se sabe amplia favorita–, lo que hoy está en juego, es la propia gobernabilidad y/o maniobrabilidad de su futuro gobierno. Algo que depende en buena medida del apoyo que consiga sumar en la propia composición de las cámaras; lo que no es un tema menor cuando se repara que la Ciudad de México, es la segunda entidad del país en número de habitantes, en tales condiciones es un hecho que cualquier posibilidad de apoyo suma.
De ahí que no sea nada extraño el apoyo que Sheinbaum prodiga a García Harfuch, porque aunque no se trata del candidato naturalmente considerado por la estructura de Morena –cuya dirigencia nacional estaría originalmente interesado en posicionar a Claudia Brugada–, la realidad es que la buena imagen dejada por Harfuch ante la ciudadanía por el equilibrado manejo de la seguridad que hiciera durante el periodo de gobierno de la hoy candidata presidencial, le otorga las credenciales suficientes para perfilarse como un candidato electoralmente competitivo, al tiempo que ofrece la posibilidad de posicionar en la capital del país a un perfil simultáneamente cercano tanto a la ciudadanía, como a la propia Sheinbaum, por lo que no es de extrañar que el propio Obrador se haya mantenido al margen de intervenir en semejante definición, como si parece que lo hiciera con otros posibles postulantes interesados en la contienda capitalina, tal el caso de Cuauhtémoc Blanco, quien pese a haber anunciado su interés por contender, finalmente terminó optando por bajarse de sus pretensiones.
Y no es para menos, más allá de cualquier otra consideración de principios y/o congruencia discursiva, la realidad electoral obliga a ser prácticos, por la sencilla razón de que lo que se busca es ganar. La cuestión es que si algún candidato hay que garantiza el triunfo por razones de su favorable posicionamiento frente a la ciudadanía, ese es García Harfuch. Lo que no significa que Claudia Brugada no cuente con sus propios méritos por derecho propio para ser tenida en cuenta; por principio de cuentas, habría que decir que su trayectoria, auténticamente de izquierda, se considera impecable, por no hablar de su paso como alcaldesa de Iztapalapa, el cual ha sido reconocido por propios y extraños. Su hipotética elección como candidata garantizaría a ojo de muchos, la consolidación de un sello genuinamente progresista para la capital del país.
Las preguntas de fondo que cabría hacerse, son: ¿qué pesa más en las actuales condiciones, progresismo o seguridad? ¿Basta con un eficiente manejo del tema de la seguridad, –como es el caso de García Harfuch–, para garantizar que un perfil originalmente formado en otras administraciones ofrece a Morena y al propio gobierno federal de la llamada 4T los incentivos idóneos para no sólo ganar la capital, sino además mantenerla afectivamente controlada? Por otra parte, para el caso de Brugada, ¿alcanzará su talante progresista para que Morena consiga recuperar a los votantes desencantados de 2021?
Insisto, la realidad obliga; tanto por el peso de los temas sobre la fragilidad de la seguridad que hoy caracteriza a todo el país, como la necesidad política que tiene el propio Morena de demostrar que lo ocurrido en la Ciudad de México en 2021, no fue más que un tropezón de la falta de oficio político, más que un síntoma del desgaste del partido en el poder y el hartazgo ciudadano. Que de ser cierto, daría de que pensar ante la sucesión presidencial, porque significaría, –como es que es como la oposición se ha cansado de insistir, por razones de su propia conveniencia política–, que no hay nada seguro para nadie en 2024, y que virtualmente cualquier cosa podría suceder.
Quizá todavía sea muy pronto para adelantarnos demasiado en las posibilidades de un escenario semejante, porque como ya he dicho en muchas otras oportunidades, al menos de momentos, muy a su pesar, los números no le dan a la oposición para ser tan optimista, sin embargo, no es menos cierto también, que aunque Sheinbaum cuente con una buena ventaja frente a Xóchitl Gálvez, la diferencia la ha hecho hasta este momento el propio López Obrador, cuya popularidad no ha menguado pese a sus numerosas contradicciones.
El punto es que una cosa no garantiza a la otra. Lo cual no es un detalle menor, porque se diga lo que se diga, la capacidad de liderazgo de Claudia Sehinbaum no se compara ni de lejos con la del propio López Obrador. Un reto frente al que los propios operadores de Morena han de tener que mostrar que efectivamente han hecho su trabajo a lo largo del sexenio presente, porque de otro modo, podría terminar ocurriendo algo que ya ha ocurrido en innumerables ocasiones; que la prevalencia de un gobierno, vía su fuerza presupuestal y su presencia estructural, no han sido suficientes para garantizar su permanencia a cargo de la administración pública.
En ese sentido, ahí es donde pienso que hay una prueba de fuego para el propio Morena y la continuidad de lo que el llamado proyecto de la 4T se supone que representa. Queda por verse si semejante proyecto es capaz de sortear la salida en escena de su hacedor original. Un tema harto complejo, en el que mucho tendrá que ver, cómo es que la propia ciudadanía reacciona a tal ausencia.