Oficialismo VS Oposición. Un equilibrio precario pero muy necesario.
El actual escenario político no podría ser más complejo por la multiplicidad de condiciones que en el confluyen. Claudia Sheinbaum recibe un gobierno por demás popular y con suma fuerza política, en el que si bien la aceptación social se ha mantenido inalterable pese a numerosos incidentes públicos que se han suscitado en el régimen morenista de turno, se trata a un mismo tiempo de un gobierno con un ambiente institucional enrarecido por la celeridad y/o la descompostura con la que se aprobaron las profundas reformas que heredó de su predecesor.
Reformas que por sus profundas implicaciones institucionales y sociales, no han dejado indiferente a nadie. Polarizando los ánimos de un necesario debate público, en el que pese a su urgencia, la medianía de posiciones brilla por su ausencia; o se suscribe acríticamente lo que el gobierno morenista propone, haciéndose de la vista con buena parte de sus excesos y/o contradicciones; o de plano se lo rechaza tajantemente, sin siquiera conceder el beneficio de la duda. Semejante escenario no nos hace ningún favor a nadie. Sin embargo, ese y no otro es el escenario al que la administración de Claudia Sheinbaum hace frente.
Para el caso, conjeturas hay por doquier. Ahí donde algunos perciben a Sheinbaum como autoritaria, incluso sugiriendo que podría ser aún más radical que el propio López Obrador, otros la acusan de justamente lo contrario, insinuando que le falta carácter o firmeza, y que el suyo no será más que la continuidad de un proyecto ajeno, en el que poco margen habrá para imprimirle su propio sello, porque se presupone que AMLO seguirá decidiendo lo que sucede. Es un hecho que la comentocracia de propios y extraños no se ha hecho esperar, todo el mundo parece tener algo que decir, pero la más de las veces se lo hace desde la más endeble y/o desaconsejable de las posiciones: la posición militante.
Lo cual resulta poco menos que un exabrupto carente de toda seriedad. Para decirlo con total claridad, se piense lo que se piense, así sea que se esté o no favor del gobierno federal actual, está fuera de toda proporción poder adivinar lo que en efecto habrá de ocurrir, ni que decir de lo que será para el cierre del mismo. Porque estamos recién en el inicio de un gobierno que habrá de durar cuando menos seis años, si no es que más, como nada cambie sustancialmente.
Sin embargo, con todo y que esto no ha hecho sino comenzar, ya hay los apóstoles del catastrofismo, que en eras de llevar agua a su molino ideológico, presagian que la encomienda a la recién llegada le está quedando grande. Mas como ya he indicado líneas arriba, semejante actitud no le hace bien a nadie; ni lo hace en términos interpretativos para generar un análisis serio y objetivo de la realidad, ni lo hace en términos sociales, toda vez que semejante escenario sólo exacerba las diferencias ideológicas de unos y otros. Cosa que expreso así con todo propósito, para redondear una idea sobre la que he venido insistiendo en las últimas semanas: No estamos para vernos replicar las inercias polarizantes que caracterizaron el primer gobierno de la llamada 4T.
La polarización y la cortedad de miras o el estrabismo ideológico de suma cero –en el que quien gana se lo lleva todo, y quien pierde no tiene ni la posibilidad de pronunciarse–, lo único que generan, además de polémicas vacuas, es una perenne incapacidad para generar el tipo de acuerdos nacionales necesarios para trascender lógicas estrictamente centradas en lo político-electoral. Reducir el valor de lo público a su más mínima expresión electoral, como hasta ahora ha venido ocurriendo por razones de coyuntura, sólo habrá de repercutir de manera negativa en la posibilidad de generar escenarios de entendimiento común.
Responsabilidad compartida por todos, –tanto por parte del oficialismo, como del punto de vista disidencia–, responsabilidad en la que ya debería haber quedado por demás claro, no se puede prescindir de ningún polo, por más incómodo y/o políticamente incorrecto que resulte. Porque tan importante resulta la posición oficialista o pro gubernamental, como el bando disidente o de oposición. Sin la debida existencia de esa necesaria dicotomía, será imposible pensar en mantener un sano equilibrio de poderes. Que es el punto en el que confluyen la mayoría de las preocupaciones de propios y extraños cuando se habla de lo que habrá o no suceder en el gobierno de la recién electa Claudia Sheinbaum.
No es pues la primera vez que lo digo, resulta extraño siquiera querer preconizar más allá de unos meses. Porque la política si algo tiene, es un alto componente de volatilidad y/o cambio, la política es el reino de lo contingente o azaroso. Para decirlo con toda claridad: en política lo único seguro es que nada habrá de terminar siendo lo que se presagiaba en un inicio. Porque salvo que los posibles interlocutores públicos carezcan de imaginación y/o voluntad política, es difícil pensar que el escenario actual se mantenga inalterado.
Lo cual es poco menos que un despropósito cuando se pone en perspectiva la seriedad de los problemas que hoy se ciernen sobre nuestro país. Porque temas de tal magnitud y profundidad, como la violencia generalizada que prevalece en el país, o la regularidad con la que los grupos del crimen organizado disputan la autoridad del propio Estado, por no hablar de las consecuencias de los cambios introducidos por las nuevas reformas aprobadas en forma atropellada, prometen tener efectos constantes sobre la eficiencia con la que el gobierno actual logra o no atajar las preocupaciones del común de la ciudadanía.
No es pues momento de exigirnos menos, no estamos pues para vernos replicar otro sexenio apostando por la polarización. Está fuera de toda duda que si algo nos urge como sociedad, es templanza y tolerancia. Pero ante todo suma inteligencia y genuina disposición para dialogar. Porque será eso, o seguir viendo como se sigue perdiendo tiempo en generar posiciones encontradas, que poco o nada ofrecen en términos de mutuo entendimiento. Esperemos pues que tanto el bando oficialista, como el de la llamada oposición sepan dilucidar semejante idea. Porque hasta ahora, y le duele a quien le duela, ninguno lo ha conseguido.