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jueves, noviembre 21, 2024

NUEVOS TIEMPOS Y UN DEUDO

Nuevos tiempos y un mismo deudo pendiente.

El viraje político significado por el primer sexenio de la llamada 4T ha sido contundente, pero a un mismo tiempo insuficiente; lo de “primero los pobres”, ha sido muy importante, tanto en términos simbólicos, como en función de dividendos operativos, al darle al Estado un caris social hace mucho tiempo en desuso, ello ni dudarlo. Pero ha resultado muy a pesar de sus hacedores, necesario pero insuficiente. Quizá el mayor atino del saliente presidente López Obrador, haya sido el vuelco que su gobierno hizo apostando por las mayorías.

Un posicionamiento ideológico y operativo que ha representado un distanciamiento sensible de lo que se había venido viendo en los últimos cuarenta años. Periodo en el que para nadie es un secreto que el Estado mexicano hizo sobrados esfuerzos para favorecer una acelerada inserción económica del país con el mercado internacional en la llamada globalización, lo que derivó como consiguiente en un proceso –acaso involuntario–, de liberalización política, que terminó en la modernización material y política del país.

La cual tuvo como colorarío el advenimiento y posterior afianzamiento de la democracia entre fines de los años 80’s y comienzos de la década siguiente. Sin embargo, no es menos cierto que el orden democrático resultante no terminó de resolver nunca el aluvión de problemas de materiales y/o la terrible herencia de desigualdad económica que el viejo régimen priista revolucionario dejó tras de sí. Para decirlo de manera cuasi poética, la revolución mexicana terminó siendo superada por una acelerada modernización, sin que terminara nunca de “hacerle justicia” a sus numerosos deudores. Ahí es donde el discurso ideológico de la hoy llamada 4T, terminaría recalando con mayor fuerza.

Porque la profunda transformación material y política operada con la caída del viejo régimen autoritario priista, no supo nunca cómo incluir o considerar a los sectores más vulnerables de la sociedad. Antes por el contrario, pareciera ser que la apuesta fue severa, como humanamente insostenible: Mirar hacia otro lado, y esperar que cada cual se las viera como pudiera. Cual si se creyera que sería el mercado el que tarde que temprano terminaría por cerrar la brecha material que la modernización del país ensanchó. Consideración que no sólo no ocurrió, sino que encima pareciera haberse vuelto cada vez más severa. Lo cual se afianzó en un entorno social particularmente hostil con quienes menos tienen, porque la pobreza material resultante, también terminaría significando pobreza legal y política.

De ahí que no sea ninguna sorpresa que la estrategia política del obradorismo fuera particularmente fructífera cuanto más crudas se hicieron las disparidades del modelo modernizador que operó en los últimos 40 años. Sin embargo, pese al éxito electoral representado, por la últimas elecciones, que no sólo afianzaron el posicionamiento de Morena como primera fuerza del país, sino que encima terminaron pulverizando y borrando virtualmente del mapa político el sistema de partidos que había permanecido vigente hasta el advenimiento mismo del obradorismo como una fuerza política viable.

En ese mismo sentido, ha quedado patente que no es posible sostener semejante viraje operativo y discursivo de forma estable en el tiempo, sin el apoyo del sector productivo del país. De ahí el significativo esfuerzo que ha hecho la reciente presidente electa Claudia Sheinbaum para con empresarios y demás sectores económicos nacionales, para generar un clima favorable para el crecimiento y/o la prosperidad material del país. Lo cual resulta particularmente significativo en el mediano y largo plazo para la totalidad del país.

La cuestión es que pensar en quienes menos tienen, no es sólo una estrategia políticamente redituable, puede y debiera servir como la punta de lanza para un robustecimiento del mercado interno; el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables, puede generar los incentivos necesarios para una urgente reactivación económica, que a su vez se convierta en la punta de lanza de un nuevo clima de estabilidad política. Estabilidad de la que hasta ahora hemos carecido, tanto por razón de la creciente polarización que caracterizó el primer sexenio de la 4T, como por la crudeza con la que el tema de la seguridad terminó impactando la regularidad de nuestra vida institucional.

Desde luego, lo dicho líneas arriba plausible y hasta lógico y/o razonable, se dice más sencillo de lo que en realidad resulta. Y lo digo así para exponer que pese a lo deseable, la mayor de las inconsistencias que el actual régimen ha mostrado, es la incapacidad que ha tenido para propiciar acuerdos legislativos estables, que más allá de lo formal, dejen en claro que pese a su preminencia política. La suya es genuinamente una nueva manera de pensar y hacer política. Lo que hasta ahora no ha ocurrido, tanto por la regularidad con la que los viejos modos de tomar decisiones y/o establecer prioridades se han mantenido en el seno del propio Morena, como por la incapacidad que la llamada oposición ha mostrado para sobreponerse a su creciente marginalidad. Lo cual ha revelado a un mismo tiempo, los numerosos claroscuros que caracterizan a la llamada 4T.

Una cuestión que promete tener cada vez mayor importancia, en tanto la figura del propio Obrador termine apartándose del poder. Ahí es donde se habrá de ver en verdad, de qué es que está hecho realmente el actual régimen. Porque una cosa es intentar apuntalar un cambio de timón ideológico y operativo del Estado cuando quien lo dirige tiene la fuerza de un liderazgo carismático y altamente personalista como el de López Obrador, y otra muy distinta, intentar mantener tal viraje, cuando quien dirige al Estado no parece contar con el arrastre mediático y/o de liderazgo que siempre ha caracterizado al saliente presidente.

Ahí es donde se habrá de ver, que tan importante y/o efectiva ha resultado la apuesta de pensar primero en los eternos olvidados de la política nacional. No es pues la primera vez que el país se encuentra en una encrucijada parecida. Para decirlo todavía más claro, una cosa es acceder al poder con relativa facilidad y/o una muy alta popularidad y legitimidad social, y otra sumamente contrastante es saberse mantener. Pero no nos llamemos a engaño, porque buena parte de esta cuestión recae no sólo el propio gobierno vigente, sino también y fundamentalmente en la oposición que lleva más de 6 años sin saber, cómo o de qué manera conectar con la sociedad para reflejar una propuesta política que, además de evidenciar excesos de los gobiernos a los que se opone, consiga convencer a la sociedad de lo inconveniente que resulta que el poder termina tan pobremente equilibrado,

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