Los libros de texto. Una disputa estéril e innecesaria.
La nota distintiva del actual administración federal ha sido la polarización ideológica, desde los más diversos temas –entre ellos la participación y presencia de las Fuerzas Armadas en la seguridad pública, la creación y apertura del Aeropuerto Felipe Ángeles, o la irrupción de la pandemia por covid-19, pasando por las escaramuzas por la sucesión presidencial de 2024–, lo que ha prevalecido es extremo divisionismo de una opinión pública en la que no caben los puntos medios, o se está con el gobierno en turno, o se en su contra.
De ahí que no sea nada extraño el giro incendiario y/o exacerbado de ánimos que el tema de los libros de texto gratuito ha tomado en las últimas semanas; de tal suerte que la cuestión se ha vuelto la ocasión propicia para mantener más vigente que nunca el sectarismo y/o las pronunciadas diferencias que prevalecen entre los defensores del gobierno en turno y la oposición. Una disputa un tanto improductiva, como innecesaria –por el modo poco serio y/o tendencioso, en el que la cuestión se ha ido retratando por ambos bandos–, en la que a cada cual, se trate de padres de familia, maestros o autoridades, ha decidido tomar partido según su propio parecer, ya lo mismo por convicción propia, que por razones de interés.
Empero la cuestión no es del todo tan sencilla de abordar para efectos prácticos. El punto es que al margen de la polémica cargada de sesgos ideológicos que el tema ha despertado, tanto para los defensores del gobierno, como para sus opositores, la correcta valoración de la cuestión exigiría necesariamente para formarse una opinión objetiva, tener a bien la honestidad de revisar la totalidad de los títulos que integran las distintas materias que componen en corpus curricular de la educación nacional obligatoria. Una exigencia que hasta donde se sabe, pocos se han tomado la responsabilidad de acometer.
Por otra parte, no es menos cierto que valorar adecuadamente todas y cada una de las críticas que los contenidos de los libros han despertado –ya lo mismo por el modo en el que los temas son presentado, como por la carga que se dedica a distintos contenidos, los cuales han sido severamente reajustados–, precisa un mínimo de conocimientos psicopedagógicos y/o metodológicos. Porque el tema de lo educativo, no es una cuestión de la que pueda sacar conclusiones precipitadas, mucho menos si lo que está a discusión, es la propia idoneidad de los contenidos y/o los modos mismos en los que las temáticas que abordan son tocadas.
Lo que no ha evitado que el clamor por la discusión de los mismos contenidos, se haya concentrado por razones de discurso, como de diferenciación política, en los potenciales peligros que conlleva el adoctrinamiento ideológico, sugiriéndose incluso, que los propios libros de texto, así como han sido propuestos e impresos en su actual tiraje, pudieran terminar siendo objeto de un uso político que comprometa severamente la formación y objetividad de futuras generaciones.
Por su parte, como no podía ser de otro modo, los hacedores de los actuales libros de texto gratuito, han defendido la idoneidad y hasta la necesidad de su actualización por motivos de contexto y/o de ajuste con el mundo en el que las actuales generaciones verdaderamente viven, sin dejar por ello de promover a un mismo tiempo, valores de solidaridad, así como de responsabilidad social. El caso es que ahí donde algunos ven –no sin cierto atisbo de razón–, que la reducción de contenidos lógico matemáticos, habrá de perjudicar severamente las capacidades educativas de los más jóvenes, quienes hablan de parte del gobierno objetan que están las matemáticas estrictamente necesarias, procurando trascender una visión estrictamente individualista y/o de mercado.
Lo menos por decir en semejante escenario, con un aluvión de señalamientos por demás sesgados de parte de ambos bandos, es que el daño al que unos y otros aluden que se puede hacer sobre futuras generaciones, se reparte a partes iguales. Porque nos guste o no reconocerlo, la educación pública nacional lleva décadas resultando insuficiente para responder a los retos del mundo en el que hoy vivimos. Una realidad que es palpable no sólo en términos de lo que toca a la cuestión estricta de los libros de texto gratuito. Para no ir más lejos, tendría que considerarse en el tema el fuerte impacto que la propia pandemia por covid-19 tuvo sobre la regularidad del sistema educativo nacional, el cual para decirlo claramente, terminó haciendo aguas, por privilegiar una visión estrictamente administrativa. Visión en la que la que lo que contaba, era cumplir por cumplir con porcentajes de asistencia, aprobación y/o seguimientos de tema, todo al costo que fuera.
Cuestión de la que por dramática que pueda parecer, puede dar debida cuenta cualquier maestro y/o padre de familia que le haya tocado vivir de primera mano el reto de tener hijos recibiendo clases a distancia durante la pandemia. Luego entonces, me parece más que claro es que quienes mayor aporte pueden ofrecer en esta discusión, además de los propios especialistas en pedagogía y/o educación, son los propios padres de familia y maestros. Esta no es pues, una discusión en la que los tópicos de la misma y el modo o la profundad con la que convendría abordarlos, deba politizarse o tendenciarse con fines electorales, como es que ha venido pasando con todo tipo de temas en la actual administración federal.
Porque quien no lo entienda esté o no a favor del modo en el que los actuales libros de texto gratuito han sido estructurados, estará decididamente actuando en perjuicio de los propios estudiantes en cuyo nombre pretenda pronunciarse. Sería pues deseable que el análisis de este tema se sustentara por obvias razones en la idoneidad metodológica de los contenidos, y/o en la conveniencia pedagógica de hacer las cosas de uno modo y no de otro. Centrar la discusión por los libros de texto gratuito bajo la óptica de lo político ideológico, se esté o no en contra de su actual aproximación pedagógica, o se tenga o no dudas respecto las intenciones gubernamentales que subyacen a su elaboración, no nos hace ningún favor a nadie; la educación de los jóvenes debe estar en la medida de lo posible libre de sesgos interpretativos que comprometan la adecuada formación de nuestros hijos. Hagamos pues lo conducente para propiciar un debate público que verdaderamente toque los aspectos fundamentales de su más sano desarrollo.