Parece un tanto surrealista que con la factura histórica que la intervención de las Fuerzas Armadas dejó en América Latina durante el siglo XX, tanto en su intervención política, como en su involucramiento sobre temas de la seguridad civil, México se encuentre hoy en una marejada mediática en la que el tema de poner la seguridad civil en manos de la propia Secretaría de la Defensa Nacional, ha despertado creciente preocupación; tanto por las implicaciones inmediatas de seguir otorgando cada vez mayor participación a las fuerzas armadas en la seguridad, como por la ya más que importante presencia del Ejercito como principal brazo ejecutor de las obras públicas más importantes del actual gobierno.
Y si bien resulta un tanto desproporcionado calificar la actual coyuntura como una crisis política, –porque difícilmente habrá de tener consecuencias serias para el gobierno en turno o el presidente mismo–, no es menos cierto que el reposicionamiento que el caso Ayotzinapa ha recibido en las últimas semanas, aunado al protagonismo que el Ejercito ha tomado en la actual administración federal, contrasta por mucho con el papel que históricamente tuvo el Ejercito en el devenir de nuestra política doméstica.
En ese sentido, la actual coyuntura y la polémica que en torno a la participación del Ejercito se ha desatado, muestra el marcado contraste que prevalece entre una agenda pública progresista –acaso de izquierda–, signada por la defensa de los derechos humanos, con cada vez más políticas sociales, frente a una donde las Fuerzas Armadas han ido tomando un papel históricamente desconocido para el caso de México.
Y si bien es cierto que el presidente López Obrador ha sabido mantener en equilibrio dos temas de común encontrados, nada garantiza que la cuestión vaya a continuar siendo tan tersa como hasta ahora en un escenario futuro cuando este deje la presidencia.
La pregunta casi obligada en ese sentido es: ¿qué habrá de suceder en un escenario sin la presencia del propio López Obrador; quien ha mostrado una pericia por demás importante para sobrellevar la cuestión sin apenas sobresaltos, en buena medida por la popularidad y/o aprobación de la que goza, como por la habilidad política que lo caracteriza?
La cuestión de fondo –por improbable que parezca– se relaciona con lo poco aconsejable que es que la estabilidad de una política como la de México, descanse sobre la base de la pericia personal de un determinado actor. Nuestra historia es rica en ejemplos, respecto a como el factor personal ha terminado siendo en distintas coyunturas un lastre tan pesado, que ha terminado precipitando toda la estabilidad de un régimen por razones personales.
La cosa es que nada garantiza per se, que las cosas se vayan a mantener como hasta ahora si cualquier otro llega. Y la gran realidad es que con las muy pocas opciones que la propia oposición tiene para hacerse con el triunfo en 2024, –a no ser que algo bastante anómalo ocurra–, hoy por hoy lo más probable es que el triunfo se lo terminará llevando Morena.
Así las cosas y a propósito de lo que hoy se sabe respecto al caso Ayotzinapa, ¿qué puede o no ocurrir en un escenario donde políticos mucho más rijosos y/o faltos de tacto se puedan ver sobrepasados por unas Fuerzas Armadas cada vez más empoderadas? Desde luego, quizá sea pronto para decirlo, pero por el modo en el que el actual gobierno ha procedido al respecto en lo institucional, con una FGR que ha terminado desestimando cualquier opción de hacerle frente –vía la comisión que investiga el caso Ayotzinapa–, procesando a los militares presuntamente implicados, para no terminar comprometiendo la relación que el actual gobierno mantiene con el propio Ejército, la gran realidad es que no termina de quedar claro si hay o no las condiciones para que se haga la necesaria justicia que el propio presidente Obrador ha prometido a los padres de los estudiantes asesinados.
Como tampoco queda claro qué habrá de ocurrir en lo sucesivo cuando este deje el poder con este tema y la relación misma del gobierno con el Ejército. Mucho menos cuando se tiene en cuenta que no pocos de los actores políticos que han acompañado al hoy presidente, se han caracterizado siempre por una posición más dura respecto a la idoneidad de la intervención del Ejército en la política. Desde luego, no pocos podrían objetar y/o contra argumentar que una parte sumamente significativa del papel que las Fuerzas Armadas han tenido en América Latina, ha estado en buena medida signada por la relación de nuestra región en términos de geopolítica respecto a nuestra relación con los Estados Unidos.
Asimismo se puede perfectamente reconocer que la creciente importancia que el Ejército ha tomado en el actual gobierno, –primordialmente en el tema de la seguridad pública–, no es de hecho una cuestión nueva. Porque su participación se encuentra de hecho presente desde hace al menos dos periodos de gobierno. Sin embargo, no es menos importante que el tema despierta numerosas suspicacias porque no tenemos en realidad en el pasado inmediato precedentes de lo que la creciente participación de los militares en la vida pública puede llegar a significar.
Lo que no hace menos irónica la cuestión, sobre todo si se tiene en cuenta que el actual gobierno ha sido de común ubicado como un gobierno de izquierda. Cuestión que resulta un tanto compleja de dilucidar, porque si un polo del espectro político se ha caracterizado por su animadversión a la participación del Ejército en la política, ha sido precisamente el de la propia izquierda.
De ahí el resquemor que la cuestión suscita incluso entre quienes simpatizan con el actual gobierno federal, porque no queda del todo claro qué habrá o no de ocurrir una vez que el actual presidente deje el cargo.
Lo de menos es querer suponer que todo se habrá de mantener como hasta ahora, más teniéndose en cuenta la amplitud de concesiones que se ha hecho a los militares, sin embargo, la sola idea de pensar que la estabilidad de un régimen político, deba mucho más a las pericias personas de quien hoy gobierna, que a la existencia efectiva de controles institucionales que eviten los excesos en el proceder del Ejército, da motivos suficientes para mantener la atención de la cuestión en suspenso; desde luego como siempre digo, cada quien que saque sus propias conclusiones.