Cuando el patrón la miró triste y lánguida supo que ya andaba en las últimas, trató de animarla con todos los cuidados amorosos que una noble persona puede dar, le hablaba quedito con un fervor apasionado y piadoso, le alentaba, le suplicaba, una y otra vez, pero no bastaba, con el pasar de los días ella dejó de estar de pie, su voz se apagó, sus ojos parpadeantes eran el único indicio de que seguía viva. El patrón, la tomó entre sus brazos y la apartó para atenderla mejor.
Y allí la tuvo, cada mañana y cada momento que podía la alentaba, la mimaba, le procuraba la comida y el agua entre sus toscas manos, cada medicamento era dado con el anhelo sublime de que sanara pronto. Una tarde, desesperado, con sus pasos lentos y su rostro preciso, tomó las tijeras y la dejó liviana de carga. Desde ese día, se llamó la Pelona.
Dicen, que no hay guion escrito cuando se trata de los designios de arriba, así que cada momento vivido es una ganancia, es una moneda danzando al vuelo… aunque también dicen que la terquedad aflora. Largos días posteriores la pelona amaneció de pie, con la dulzura en los ojos, con el vozarrón atravesando el aire y con unas hartas ganas de comerse el mundo. La vida había triunfado.
Cuando más cerca se esta del ocaso, más fuerte se retoma el camino. Por lo que de ser una más, paso a ser la líder de la comarca, pronto retomó los andares, soberbia, lúcida, impredecible; desde temprano andaba impaciente, esperando que esa inmensa puerta abriera el horizonte prometido. Era la primera en estar sin ser llamada, cada quién en sus quehaceres mientras ella, avispada, de reojo, cuidaba cada paso lánguido del patrón, atenta de las visitas siempre inoportunas, arisca de los perros vigilantes que jugueteaban por la buena.
De callada y sumisa, paso hacer la rebelde de la casa, iniciando el desorden, fomentando la subordinación entre todas ellas, nunca quieta, marcando el camino con esa desfachatez que la hacía insoportablemente odiosa, y es que ¿A quién le gusta que alguien venga e incite a la desobediencia civil en el corral? Pronto resulto ser incomoda e inconveniente, nadie la quería, ni sus superioras, ni el patrón, mucho menos los perros, salvo aquellas visitas, que en su más íntimo silencio se reconocían así, igualito como ella.
En estos casos, no tan comunes ni tan ajenos, lo más fácil es tomar medidas dolorosas pero necesarias por el bien de la comunidad; un viernes por la tarde le cortaron la cabeza, colgada de las patas traseras esperaron que la ultima gota de su roja sangre se vertiera, para luego destazarla sin ningún prejuicio. La Pelona, quién le había ganado la batalla al silencio de la muerte, esa tarde perdía irremediablemente.
La desobediencia más que una actitud o una vocación, es una carga genética ancestral, es la necesidad de mantener a flote la dignidad y la alegría. Acabaron con la Pelona, pero allí viene otra vez, con más fuerza, en sus hijas.