La democracia y los equilibrios de poder. Una reflexión personal en torno a la excesiva concentración en un solo partido en México.
Más allá de las particularidades propias de cada régimen democrático, porque para configuraciones posibles, muchos pueden ser los muy variados equilibrios que se conjuguen, –piénsese por ejemplo que una es la democracia directa de la antigua Grecia, y otra sumamente contrastante la democracia representativa surgida en Occidente del liberalismo–, el sentido de una democracia descansa en la idea de que la elección libre y periódica de los representantes políticos de una sociedad, es el mejor de los equilibrios posibles para evitar la excesiva concentración de poder en pocas manos.
Para el caso, siempre se ha dicho que pese a sus numerosas imperfecciones e insuficiencias, la democracia es de entre todas las formas posibles de gobierno, la que mejores dividendos ofrece para evitar desequilibrios de poder tan extremos, que terminen derivando en regímenes autocráticos, en los que es la voz de unos pocos, o incluso de uno sólo, la que se termina por imponer. De ahí el valor y/o la significativa importancia que ha termina teniendo en nuestra historia; preponderancia que ha quedado patente cuando se pone en consideración que hoy por hoy, la democracia es la forma más recurrente de gobierno, ni que decir en el propio cuadrante noroccidental en el que surgió.
Pero hay que decirlo claramente, su preponderancia como forma de gobierno no ha evitado que cada y tanto sus mecanismos de elección de autoridades, terminen favoreciendo la irrupción al poder de estilos personales de gobernar que en nada o muy poco se parecen o compaginan con los valores democráticos tradicionales, tal he terminado ocurriendo en aquellas sociedades en las que la extrema popularidad de quienes se hacen con las principales posiciones de poder del Estado, terminan favoreciendo la configuración de equilibrios de poder sumamente poco representativos, en los que un solo partido consigue hacerse con la mayoría de las posiciones de representación.
Ese y no otro, es hoy el escenario que se está viviendo en México. Para el caso, Morena es hoy la primer fuerza política del país; lo es por razón del triunfo arrollador que consiguió con la Presidencia, como lo es por la preminencia con la que en conjunto de sus aliados consiguió hacerse con la mayoría de las gubernaturas en el país, por no hablar de la aplastante suficiencia con la que se hizo con el control del poder legislativo. Un escenario que guste o no, hace presagiar un sexenio complejo, con un fuerte olor a Presidencia Imperial, muy al estilo del viejo régimen, con todas complejidades que ello supone.
De ahí que resulte por demás compresible la amplia preocupación que despierta en la oposición la mayoría calificada que tendrán Morena y sus aliados en Congreso en la próxima legislatura por iniciar en septiembre. Para decirlo con todas sus letras, el impacto de lo que dicha mayoría significa, augura la posibilidad de poder cambiar a placer la Constitución sin necesidad de negociar con ningún partido. Semejante equilibrio de poder, tan desequilibrado por la desproporción con la que irrumpe, como por la fuerza con la que promete pegar si se decide a aprender modificaciones de fondo a las estructuras del poder en México, resulta por demás inquietante por lo que representa en posibles excesos de poder. Lo cual no es para menos si se considera que al margen del caris ideológico que lo caracteriza, Morena es un partido político que ya antes, ha dado claras muestras de operar y/o conducirse al modo del viejo régimen autoritario priista.
En ese sentido, habrá que decir que hoy hay una preocupación por la sobrerrepresentación a la que semejante equilibrio de poder puede conducir. Considérese para precisar que estas elecciones Morena obtuvo 43.5 por ciento del voto, porcentaje que tras las pluris, terminó quedó en 49.5 por ciento de las curules, es decir 5% de un total 248 diputados, siendo el límite marcado por la ley de 300. Para el caso, más allá de los formalismos, habrá que decir que si no consigue la mayoría absoluta que pretendía, si queda lo bastante cerca, para pensar que al menos la primera parte del sexenio promete tener un fuerte tufo a presidencia imperial, muy a la usanza de lo que acontecía en los viejos tiempos de la hegemonía priista, en la que a merced de la obediencia partidista, tal partido no era más que un simple aval formal de los designios del Presidente en turno.
Un tema que resulta mucho más significativo si se tiene en cuenta que si ya es de por sí importante la posición de Morena por sí mismo, termina recalando todavía con mayor gravedad si se considera el aporte de sus aliados. Por lo que hoy estamos nos guste o no, a las puertas de una presidencia imperial, sin virtualmente ningún freno posible para que el gobierno por iniciar termina haciendo lo que le dé en gana, sin que nada ni nadie se lo pueda impedir, ni en lo legal, ni en lo fáctico, salvo que en otro momento los intereses de tales poderes terminen configurándose de un modo diametralmente distinto del que ahora mismo lo hacen.
No deberíamos pues desconocer los peligros potenciales que ello conjuga. Podremos estar o no de acuerdo con la democracia en México no ha terminado de rendir los frutos que una parte importante de su sociedad juzga que debería de rendir, pero terminar por ello desconociendo el valor de su aporte como baluarte de la libertad y/o la representación de las diferencias podría terminar costándonos muy caro. Lo cual además de incierto por la gravedad de las consecuencias que se presagian, constituye toda una ironía que ocurra a sólo una veintena de años del regreso de la democracia al país.
Resulta por demás sombrío pensar que ha bastado apenas un par de décadas para vernos entrar en un escenario en el que la mayoría de las conquistas institucionales conseguidas desde los inicios de los años 90’s para asegurar el afianzamiento de la democracia, terminen siendo puestas en jaque. Desde luego, quizá sea todavía muy pronto para vislumbrar lo que en efecto terminará ocurriendo. Pero una cosa es innegable, si no se procede con cautela y en cambio se da rienda suelta a la alteración severa de las instituciones políticas que hasta ahora nos han sostenido, terminaremos entrando sí o sí, en un escenario de regresión autoritaria, del que no será para sencillo salir.