Cuando se razona y/o pretende discutir a partir de posiciones ideológicas militantes, no hay realidad que les valga. Hace falta ser muy cara dura para atreverse a decir que hoy todo en el país de la 4T está mucho mejor, y/o es más equilibrado, cuando aún prevalecen en el país miles, sino es que millones a quienes su vida diaria sigue igual o peor de mal que en los últimos 40 años.
Y digo con todo propósito “el país de la 4T”, porque cada vez me queda más claro que el país del que los llamados adeptos de la susodicha transformación se vanaglorian de vivir, no es ni por asomo el mismo México en el que yo vivo, ni que decir del tiempo en el que se suponen que viven, porque hablan del neoliberalismo como si este ya fuera cosa del pasado, cuando la gran realidad es que la mayor parte de lo que alguna vez denunciaron en su entrada al poder, sigue hoy igual de vigente que siempre, y lo que es peor: no tiene para cuando terminar.
Ese periodo de tiempo al que sólo los militantes del gobierno en turno llaman, quesque “el periodo neoliberal”, cual si fuera que ya se hubieran dejado sin efecto todos y cada uno de sus funestas consecuencias. Y yo si no hablo de oídas, tengo familiares y bastantes conocidos, que con todo y que trabajaron toda su vida desde los 16 años, aún hoy pasados los 80 años, tienen que salir a la calle a buscarse la vida, porque no son sujetos de la más mínima asistencia pública; es francamente el colmo cuando me dicen que no sé de lo que hablo, o quesque no conozco y que sólo hablo por hablar para llenarme la boca diciendo pestes por mala leche.
Insisto, hace falta ser muy caradura para confundir la realidad de millones, con los discursos que desde la presidencia se pregonan cada mañana, para vendernos la mierdera idea de que todo va “requeté bien”, porque los equilibrios de los datos macroeconómicos así lo dicen –que es exactamente igual a lo que ocurría en los últimos tres sexenios, pero con otros colores a cargo.
Menuda mierda un partido político, quesque de la transformación, hecho y regenteado por puros priistas reciclados, directamente venidos de la era cuaternaria. ¿Y esos son los que han de sacar al país de donde el populismo y/o el exceso de gasto público descontrolado de Echeverría y López Portillo nos metieron hace 40 años? Es francamente de dar pena, pero ni todas esas contradicciones y muchas más, –que se cuentan por cientos todos los días–, han de alcanzar para disuadir el estrecho convencimiento que prevalece entre las masas de clientelas electorales que el actual partido en el gobierno maneja.
Para el caso, con todo y lo anteriormente dicho, el saldo en bruto, es que el gobierno de turno concentra cada vez más poder; lo mismo entre los circuitos formales del poder, que entre los poderes fácticos, que se vean o no, se hacen presentes con cada vez mayor incidencia y fuerza. No de casualidad es que el gobierno federal congrega hoy 22 gubernaturas, lo que le augura una cómoda victoria para las elecciones de 2024, se trate del candidato que se trate.
Pero justo ahí es donde se terminan todas las certezas para el actual gobierno. Porque una cosa es tener las condiciones suficientes para conseguir imponerse, en una contienda electoral a modo, y con un árbitro herido de muerte, a quien se quiera, y otra muy diferente, que quien termine llegando –venga o no con el visto bueno del actual presidente–, encuentre o sepa generar las condiciones de gobernabilidad necesarias para asegurar que la continuidad del mando de un partido político, se traduzca en la continuidad de condiciones para gobernar, como es que se esperaría que lo hiciera un partido que no enfrenta la más mínima oposición seria, y sin embargo, parece incapaz de sostenerse con firmeza.
No es la primera vez que lo digo, la nuestra es una vida pública, con un equilibrio por demás endeble, en la que por las más diversas circunstancias, nos hemos estado moviendo en lo últimos años, bajo la conducción o el impulso o de una figura política, cuyo liderazgo carismático ha ido resquebrajando, la ya de por sí minada credibilidad de nuestras instituciones. Pero no queda claro si dicha dinámica habrá de resistir el paso de la batuta, de un mando a otro. Claro, lo de menos es asumir que se está exagerando, y/o que pensar al respecto de qué sucederá en el futuro inmediato, es adelantase demasiado.
Sin embargo, por como han sido las cosas ahí donde el liderazgo carismático de quien hoy gobierna, se ha terminado posicionando. No hay muy buen pronóstico para el futuro inmediato. Y mucho menos si, como parece que irá a suceder, cada vez con mayor frecuencia, sean más las voces disidentes que se dejen oír. Porque una cosa es que la oposición formalmente constituida en el sistema de partidos, como entre las élites empresariales del país, no haya sabido hasta el momento cómo recomponerse, y otra muy distinta, desestimar que existe un núcleo social cada vez más nutrido, de ciudadanos cuyos referentes exigen mayor dinamismo.
Ciudadanos, cuyas posiciones de pensamiento y/o exigencias, no cuadran ni entre los referentes de quienes han vistos afectados sus intereses en el actual gobierno, pero tampoco entre los supuestos nuevos referentes con los que el gobierno federal de turno ha intentado infructuosamente, seguir aumentando su esfera de control o influencia. En tales condiciones, no queda realmente muy claro si el gobierno y el propio Morena, habrán de resistir la salida de escena de quien hasta el momento ha sido su mayor activo electoral.
Sin embargo, lo vuelvo a repetir, se piense lo que se piense, no existe ninguna utilidad práctica en discutir con militantes, se trate de la corriente u de otra; la realidad se ha de encargar de poner tarde que temprano, a todos en su lugar. No hay como comparar el peso de lo tangible a primera mano, con lo que cada quien vive día a día. Ahí si no hay discursos o convencimientos pagados con dadivas electorales que valgan, ni análisis de dudosa imparcialidad auspiciados, lo mismo por patrocinadores públicos que privados. Lo que si queda más que claro: la continuidad partidista no garantiza gobernabilidad.