Podrás superar la pobreza material y/o las adversidades resultantes de las privaciones materiales con todo tu empeño y un esfuerzo constante, pero mientras no superes el ostracismo de un pensamiento enajenante, que lo mismo se mueve por el rencor, que por la venganza o el revanchismo, es un hecho que difícilmente superarás la pobreza mental de un pensamiento que a lo único que llama es a la carencia, al conflicto, a no terminar de hacer las paces con uno mismo nunca.
Así es muy fácil volverse a sentir permanentemente insatisfecho, aún si se consigue todo lo que alguna vez se creyó necesitar. En tales condiciones las carencias de nuestros pensamientos, serán para quienes criemos, tanto o más determinantes que la regularidad de sus condiciones materiales. Hacer de nuestros hijos y su propia formación un depositario de nuestros miedos, carencias y/o frustraciones y expectativas no satisfechas, es el modo más terriblemente injusto de hacerles la vida miserable, así sea que se generen las condiciones necesarias para garantizar su subsistencia material.
La realidad obliga –solía decir Guillermo O’Donnell. Y sí, la realidad exige, la realidad condiciona y modela. Pero es además simultáneamente material y mental, porque se construye de intersubjetividades, de choques y ajustes entre lo que experimentamos y lo que pensamos respecto a lo que vivimos y hemos vivido.
La auténtica superación del subdesarrollo, sobreviene cuando al tiempo de resolver los retos materiales de la vida, nos volvemos capaces de hacer las paces con los conflictos psicológicos y emocionales resultantes de los mismos.
Más claro aún; primero, la calidad de nuestras vidas y/o las posibilidades de un óptimo desarrollo dependen de calidad de nuestros pensamientos y de lo que con ellos hacemos; segundo, la superación de la pobreza material de una persona –y por ende de una sociedad–, exige necesariamente la superación de los conflictos psicológicos producidos por las adversidades.
En caso contrario, aún si te llega a ir muy bien tras de mucho esfuerzo, es ampliamente probable que te veas permanentemente replicando problemas muy parecidos a los que tuviste cuando lo material estaba muy mal. Una situación que tiene efectos no sólo sobre la vida de uno mismo, sino también sobre las vidas de nuestros hijos, aún si estos jamás han vivido condiciones de pobreza o precariedad.
Ojo con el tema, superar eficientemente la precariedad material exige también trabajar por superar la precariedad de nuestros pensamientos. El punto es que si no se trabaja con el mismo ahínco por superar nuestras limitaciones de pensamiento, difícilmente conseguiremos que la prosperidad material que con tanto esfuerzo construimos, verdaderamente rinda en un efecto de sinergia positiva a través de la cual seamos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos.
No tener en cuenta el valor de trabajar también y fundamentalmente en el contenido de nuestros pensamientos y el cómo estos se relacionan con absolutamente todos los aspectos de nuestras vidas, puede sumirnos, incluso sin darnos cuenta, en un círculo de perenne mediocridad en la que recurrentemente terminamos por autosabotear nuestras opciones de crecimiento y maduración.
La mediocridad es cosa seria, implica reconocer por doloroso que sea, que lo que mejor haces es autosabotearte: postergando realizaciones por los motivos más estúpidos o inverosímiles; perdiendo el tiempo en anestesiarte con hábitos poco saludables o adicciones, lo mismo que cultivando lazos de amistad o relaciones con personas que en vez de alentarte a salir adelante y crecer, celebran la autoindulgencia, al tiempo que se regocijan de verte caer una y otra vez, sólo para confirmar que hay gente igual de miserable que ellos.
A propósito del tema, alguien me dijo por ahí, que la energía que empleas en enfadarte contigo mismo o en justificar tu propia miseria, es la misma que podrías usar para trabajar en superar lo que te molesta. Y no lo sé, desde luego que algo de cierto hay con que el esfuerzo invertido en ofuscarte o culparte de lo que no ha podido ser, perfectamente podría invertirse en superar los conflictos que inhiben tus capacidades. Pero la cosa es que a veces, incluso sin darnos cuenta, invertimos mayores esfuerzos en no conseguir nuestra autorrealización, que en propiciarla.
Podrá sonar chocante decirlo de este modo, pero por extraño que parezca, ser conscientes de las incidencias que han comprometido el cumplimiento de nuestras realizaciones más significativas, dice muy poco de las razones por las que tales incidencias han resultado tan significativas; ojo con el tema, existe un mundo de distancia entre preguntarnos que nos ha impedido conseguir lo que anhelamos, y responder por qué tales motivos han resultado tan personalmente importantes como para hacernos perder mucho más tiempo de lo necesario.
Responder la cuestión con brutal honestidad, puede ser la diferencia entre levantarnos para resolver a nuestro beneficio todo lo que nos propongamos, e ir persistentemente de tropiezo en tropiezo sin conseguir nada significativo, y lo que es peor, autoreprochándonos por no resolver nada sustancial, o culpando a la vida misma, cual si una suerte de destino fatal ajeno a nosotros nos impidiera autorrealizarnos.
Es fácil pensar qué queremos y/o buscamos en la vida, incluso advertir las razones que lo han impedido. Pero pocas veces reparamos en por qué hemos puesto más importancia a los obstáculos enfrentados, que a las capacidades para superarlos.
De ahí que con frecuencia he dicho que, lo superar la precariedad material exige necesariamente trabajar con igual determinación por la calidad de nuestros pensamientos. No hay en realidad nada nuevo bajo el sol, la cosa es que la calidad de nuestra vida está correspondencia con la calidad de lo que pensamos y lo que con ello hacemos.
Una cosa es segura: la mayor falta de respeto que se puede cometer, es la obstinación de no conseguir lo que anhelamos, por no sentirnos dignos de triunfar. Y mientras sea de ese modo, es altamente probable que invirtamos mucho más esfuerzo en malograrnos, que en autorrealizarnos.
Pero si la disyuntiva no estuviera entre algo tan remediable como perder o triunfar, y en cambio fuera entre vivir o morir, ¿estaríamos todos tan ridículamente encariñados con no vernos ser nuestra mejor versión? Francamente lo dudo; la diferencia entre quien invierte su talento para realizarse y quien por él se juega todo, es abismal.
Repito, la calidad de nuestra vida está en proporción a la tolerancia con la que afrontamos el reto de no sucumbir al despropósito de vernos arrastrados, ya por miedo, soledad, desidia, ostracismo, o cualquier otra carencia real o figurada, a la mediocridad.
Y hablo de carencias reales o imaginarias, porque es un hecho que no todo lo que nos lleva a fracasar tiene que ser necesariamente real para terminar pesando sobre nuestras vidas de tal modo, que incluso con todo a favor no consigamos ni la mitad de lo que cualquiera merece.
No te faltes el respeto a ti mismo y sal a por todo, que lo hagas o no, lo único que de aquí nos llevamos, es lo que hicimos; pero también lo que no hicimos. Luego entonces, hagamos que pesen más las razones para sentirnos plenos, que los motivos para autoflagelarnos con mortificaciones.