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viernes, noviembre 22, 2024

LA ARGENTINA CAMPEÓN DEL MUNDO. O EL PERIPLO DE GANAR SUFRIENDO

Ganar y ganar sufriendo, dejando el corazón en cada jugada, sobreponiéndose a toda adversidad. Así es como la Argentina se ha consagrado por tercera ocasión en su historia, campeón del mundial de fútbol que recién se jugó este año en Qatar, en un campeonato por demás atípico, tanto por las fechas en las que se jugó, como por las restricciones que se impusieron durante su celebración, medidas todas en sintonía con una nación donde el Islam rige no sólo en lo estrictamente religioso, sino también y fundamentalmente en el orden de lo público. Este fue sin duda alguna un mundial que rompió esquemas en los más diversos órdenes. Lo hizo por principio de cuentas en razón de las fechas que se celebrara, llevándose a cabo entre fines de noviembre y principios de diciembre, cuando lo habitual era que se celebrara a mediados del año, entre junio y julio; lo hizo también en razón de su geografía y/o la propia nación y cultura que lo organizó, hecho que no estuvo exento de polémicas, por las críticas vertidas hacía Qatar en la comunidad internacional, por la severidad de las restricciones que prevalecen sobre sus ciudadanos en materia de derechos y libertades, en orden público regido –al estilo de otros países de corte islámico– por motivos teocráticos, restricciones que se hicieron extensivas, pese a las presiones del propio mundo occidental, sobre los propios asistentes a la justa mundialista; como lo hizo en función de las reglas bajo las que se compitió, siendo lo más seguro que el próximo mundial sea tan severamente rediseñado en su próxima edición, lo mismo para incluir más participantes, que para cambiar las condiciones mismas del arbitraje, que este terminará siendo sin duda el último mundial de su estilo.

Para el caso, después de un partido de suma intensidad, con constantes de idas y vueltas del marcador por ambos equipos; el de la final entre la Argentina y Francia, fue un partido que en tiempo regular terminaría empatado a dos, dejando entrever lo mucho que las distancias se han acortado entre las selecciones top del mundo en los últimos años en el fútbol de élite; porque hoy por hoy ya nadie gana en forma holgada. Y es que justo cuando ya todo parecía sentenciado –por goles de Leonel Messi y Ángel Di María–, en un contundente 2 – 0 para Argentina, la suerte y/o el capricho, o mejor dicho la tenacidad de una Francia, que a hombros de Kylian Mbappé, no dejó nunca de buscar la igualada, conseguiría que tras de ir perdiendo, la cosa terminaría con un final explosivo, en un agónico pero más que merecido empate francés, lo que obligaría a jugar tiempos extras.

Y si bien una vez más la Argentina conseguiría por conducto de Leonel Messi, el gol de la diferencia, justo cuando ya todo parecía escrito, como si de una historia épica se tratara, Francia terminaría rescatando por la vía de un penalti sancionado por una mano involuntaria del defensa argentino Gonzalo Montiel, un empate de 3 a 3. Quedaría entonces la suerte echada, para terminar definiendo por tanda de penales, como si de un juego de azar se tratara. Y lo digo así, porque cuando un partido se define desde los once pasos, nunca se sabe qué irá a suceder. Lo mismo puede pasar que quien mayor dominio mostró termine perdiendo, como igual puede pasar que en un capricho del destino, termine por ganar quien más difícil tuvo la disputa. Cuando las cosas se definen como se definieron como se vio este domingo 18 de diciembre, no hay absolutamente nada escrito.

Es mentira eso que se dice respecto a que se lo puede ensayar y/o practicar, porque detrás del tirar penales con una presión deportiva monumental, como sucede de hecho en la final de una copa del mundo, se encuentra el factor de los nervios y/o la mente. Y la verdad es que nada prepara a un jugador para enfrentar la presión que sólo la intensidad de una final de copa del mundo es capaz de ejercer sobre los jugadores de cualquier equipo. Poco importa en tales condiciones si quien tira es un novato o una estrella experimentada, la presión es la presión y siempre termina por hacer de las suyas. Al final la disputa alargada en penales, terminaría siendo esta ocasión para la Argentina, en un resultado final de 4 – 2.

Tanda de penales en la que si bien todo iniciaría con las estrellas más representativas de ambas selecciones marcando sus respectivos tiros –Messi por la Argentina, y Mbappé por Francia–, el protagonismo se lo llevaría el cancerbero argentino Emiliano “Dibu” Martínez, quien en el segundo turno, le detuvo su respectivo tiro al centro delantero francés Coman. Lo que no hizo sino aumentar la confianza de los argentinos y precipitar el nerviosismo francés, como quedaría demostrado cuando al siguiente turno, Tchouameni echara el balón fuera. Para el caso, la cosa quedaría finalmente sentenciada, cuando en el cuarto intento argentino, tras del gol del delantero argentino Paulo Dybala, el mismo Gonzalo Montiel que propiciara involuntariamente la alargada a penales, terminara siendo quien le diera el triunfo a la Argentina.

36 años desde 1986, esperó el pueblo argentino la alegría de volver a ver a su selección nacional Campeón del Mundo; lo que no es un detalle menor en un país donde la pasión por el fútbol se vive como si de una auténtica religión se tratara. Atrás quedaron la amarga experiencia de ver como le robaron la final en 1990 con un penalti inexistente; atrás la rabia de ver que le sacaran el corazón expulsando al Diego en 1994, después de todo lo que hiciera para ponerse a punto; atrás también la frustración de 2002, donde tras clasificar primero, se volvió en primera ronda; atrás la tristeza de 2014, de llegar a la final y tener que volver sin ganar. Este es el triunfo de una Argentina que gana sufriendo, pero no es menos cierto también, que gana merecidamente y sobre todo, convenciendo; con un Messi desbordante de energía, cuasi maradoniano, que fin logra conectar de una forma sumamente emotiva con su público. Ese mismo público que por años le asignara una tarea pendiente no declarada, extraordinariamente compleja, y que se antojaba imposible cuanto más se acercaba el momento de su retiro, la de replicar el legado deportivo de quien hasta la fecha se considera el mayor de los referentes futbolísticos argentinos, el mítico Diego Armando Maradona.

Deudo por el cual se le perseguiría por años en la más absoluta incomprensión, por un público siempre exigente del que todos consideraron desde el inicio mismo de su carrera, el sucesor natural del propio Maradona; se cuestionaba entonces, cómo era posible que Messi, habiéndolo ganado todo con el Barcelona, fuera incapaz de sentir la camiseta de su propio país y demostrarlo en triunfos, pero sobretodo en títulos; lo que hizo que se le colgara el mote de “pecho frio”, porque se insinuó por largo tiempo, de modo un tanto injusto, la distancia entre el Messi de las ligas europeas que se cansó de ganarlo todo, y el de su selección, siempre discreto, incapaz de mostrar el ímpetu que su público ansiaba verle. Una cuenta pendiente que comenzaría saldar en la madurez de su carrera, cuando el año pasado conquistó con su selección la Copa América, y cuyo logro terminaría redondeando con creces, para alegría de su público, el domingo 18 de diciembre del presente año, cuando por fin lograría conseguir, el que se considera el máximo galardón posible en el planeta del fútbol, es decir la Copa del Mundo. Y si bien es cierto que al final el triunfo conseguido, fue un triunfo hecho en grupo, con oficio y esfuerzo, con arduo trabajo de conjunto, no es menos cierto que el sentimiento argentino, era un lugar común para muchos aficionados del fútbol mundial; la cosa es que si no todos querían ver a una Argentina campeón, más de uno quería ver a Messi conquistar la Copa del Mundo. En ese sentido, el triunfo de la Argentina, puede entenderse para Lionel y la mayor de quienes gustan del fútbol, como el broche de oro simbólico, de una carrera futbolística plagada de éxitos.

Este es pues el triunfo de un país acostumbrado a sufrir para ganar, pero es también y fundamentalmente, el campeonato de dos Lionel; uno en la cancha de apellido Messi, y otro en el banquillo de director técnico, de apellido Scaloni; felicidades Argentina, se lo merecen. Mi mayor reconocimiento a todos los que se dejaron el alma en la cancha para darnos una de las finales de copa del mundo más emocionantes de los últimos 20 años. ¡Muchachos ahora nos volvimos a ilusionar! –escribiera hace unos meses un hincha argentino de nombre Fernando Romero por la Copa América del año pasado; palabras que terminarían convertidas en un himno. Hoy es justo decir que finalmente esa ilusión se convirtió en un sueño hecho realidad: ¡Argentina Campeón del Mundo! La verdad es que personalmente me siento feliz por todo el seleccionado argentino y por sobre todo por el propio Lionel Messi. ¡Felicidades Campeón, nadie merecía más esa copa que vos! Gracias por estas lágrimas de felicidad y el corazón que pusiste siempre. La Argentina y el mundo entero te aplauden.

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