Si la paz interior, la claridad de pensamiento, o la bendición de ser cada día seres más plenos, felices y auto realizados, sobreviniera como resultado del rutinario consumo de objetos, posesiones y cualquier artículo disponible para facilitar los aspectos materiales más básicos de nuestra existencia; sería suficiente con acumular en el menor tiempo posible, y bajo el esfuerzo más mínimo la mayor cantidad de satisfactores, como para pensar que el simple acto de acaparar y aferrarse a los bienes materiales que se tiene, resulta una condición sine qua non para el bienestar profundo de nuestra persona.
Sin embargo, habiendo en el acaparamiento y la fetichización de nuestros actos e ideas, tantas condicionantes que limitan y comprometen nuestra capacidad más elemental de crecer con plena autonomía decisional, es poco claro cómo la capacidad de consumir más de cualquier cosa que se nos ocurra, habrá de otorgarnos mayores posibilidades de ser consistentes e íntegros, al más amplio cumplimiento de todos nuestros sueños e ilusiones. No se vive mejor por lo que se tiene, sino por lo que hace; tampoco se tiene mejores perspectivas cuando nuestras impresiones de bienestar personal, se fincan en el disfrute perecedero de ser lo que se piensa, otros esperan que seamos.
Antes bien, si de ser felices se trata, lo único a lo que no se puede renunciar jamás, es a ser cabalmente consistentes con el compromiso de ser nosotros mismos, así como con la responsabilidad de dejar atrás –sin olvido ni desprecio–, cualquier atadura vivencial que haya comprometido antes nuestras cualidades y/o capacidades, a través de introducir la enajenación y el encono como fundamentos referenciales de nuestro presente, recalando por ello nuestras opciones futuras de crecimiento. Porque vivir con bien a la permanente posibilidad de mejorar y conseguir lo que más anhelamos, exige otorgar mayor importancia a la fuerza de nuestras capacidades y convicciones, que al efecto de los tropiezos cometidos en su ejercicio.
Absteniéndonos de la estéril consideración de auto reprocharnos nuestras carencias como si de certezas inamovibles se trataran. Lo he dicho infinidad de oportunidades y lo vuelvo a repetir: La vida es un continuo estado de emergencia, en el que cada acto pone a prueba nuestra capacidad para afrontar el reto de existir, de modos muy diversos y usualmente divergentes de los que alguna vez imaginamos. De ahí que ningún momento pasado o presente se parezca entre sí.
Del mismo modo que darlo todo, no sea sólo una opción plausible, sino antes bien, un recurso personal ineludible en el esfuerzo por hacer de nuestros días, una experiencia permanente de aprendizaje y crecimiento, a través de la cual, la más relevante de nuestras opciones individuales, se manifieste en una reciproca integración con la comunidad, y el reconocimiento del bien común como umbral de nuestro propio bienestar.
En ese sentido, es necesario reconocer que para llenar nuestro presente de nuevos modos de dar lo mejor de cada uno se considera capaz, es vital e imperativamente necesario, dejar fuera de nuestra vida, aquellas orientaciones negativas de nuestra persona, que en otro tiempo han minado nuestra posibilidad de crecer todo nuestro potencial. No será preciso para ello, saber reconocer todo lo que buscamos; a veces es suficiente con tener claro lo que no queremos. Porque las mismas manos que con tanta efectividad nos sirven a veces para aferrarnos al miedo y la desidia, pueden también, servir para liberarnos del tormento de sentirnos incapaces de crecer.
Ahora bien, no menos cierto es que cuando de conseguir lo que más ansiamos se trata, a menudo el miedo o desconocimiento de lo aprendido a lo largo de nuestra vida, nos puede hacer permanecer tan atentos a nuestros límites o insuficiencias, en espera de circunstancias consecuentes a nuestras aspiraciones, que a veces –incluso sin advertirlo–, perdemos noción de aquello que está a nuestro alcance para materializarlas. A decir verdad, invertir esfuerzos en reconocer lo que ha mermado el cumplimiento de nuestras aspiraciones, es un ejercicio que mal encaminado (cuando nos concentramos en la auto descalificación obsesiva), resta fuerza al cumplimiento de nuestros sueños. Pues su realización exige concentrarnos en el alcance de nuestras capacidades, así como en el ejercicio de las mismas, en otro modo corremos el riesgo de malograr lo que buscamos.
Cargar sin resolver un nutrido conjunto de carencias, además de socavar los principios del amor propio, merma la calidad de nuestros actos. Sin embargo, cabe advertir que lejos de concentrarse en el sojuzgamiento, el reconocimiento de los errores propios y aprendidos, debe servir como fundamento para establecer un nuevo aprendizaje con una orientación positiva, donde la dignidad personal sea el eje rector de nuestras decisiones. En otras palabras, saber reconocer, más allá del auto reproche estéril, aquellos elementos de nuestra historia de vida, que en el pasado han minado las posibilidades para crecer con plenitud, debe servir a un fin último superior, el de la autorrealización.
Para ello resulta indispensable poner a prueba nuestras capacidades, y abdicar de la tentación de pensarnos excepcionalmente incapacitados para afrontar el reto de convertirnos, en aquella persona que creemos que merecemos ser. El criterio para determinar o resolver que algo es importante y que por tanto merece la pena llevarlo con uno y ocuparse en resolverlo, no es (como habitualmente se hace), definir si el tema toca o no nuestros intereses más inmediatos, sino por el contrario, si es o no posible ocuparnos del mismo. Esto es preguntarnos si tenemos o no la capacidad de cambiar algo al respecto. Es cierto, no hay nada original en lo anterior. La misma idea de hecho, se encuentra en el corazón de la visión filosófica de los estoicos, en el siglo III antes de nuestra era, pero sigue teniendo implicaciones prácticas por demás vigentes: ocúpate siempre, sólo de lo que puedes resolver.
¿Que por qué lo digo así? Buena parte de los problemas más habituales que comúnmente decidimos cargar, pese a su efecto sobre nuestras vidas, no tienen siquiera un modo de ser resueltos en lo inmediato por uno mismo. De ahí que una posibilidad de enorme utilidad, es no ocuparnos de ellos. Ocúpate sólo de lo que puedes resolver –me retumban los estoicos en la cabeza; a eso se referían los abuelos y la gente de antes, cuando invitaban a “poner los problemas en manos de Dios”, y aprender en cambio, a confiar en nosotros mismos, que como ya he dicho alguna vez: no cree en Dios, quien no cree en sí mismo.
En cualquier modo, para que la idea de hacer de nuestro mundo un lugar mejor se haga realidad, hace falta no perder de vista que como sostiene el Economista Jeffrey Sachs: el desarrollo de nuestros mejores rasgos –confianza, honestidad, visión, responsabilidad y compromiso– depende de nuestra interacción con los otros. Iniciemos pues este año 2023, con el pie derecho, y hagámoslo comenzando por darnos la oportunidad de cambiar nuestros referentes, y de ser ante todo, mucho más auto indulgentes con nosotros mismos de lo que habitualmente somos, para propiciar un entendimiento y sobre todo, una experiencia de vida mucho más práctica y/o flexible, pero también más plena y satisfactoria. Abogo pues, porque este año, todo lo que nos propongamos, lo hagamos de una forma genuinamente audaz y en concordancia con el más integro autorrespeto. Hagamos un año mejor.