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jueves, noviembre 21, 2024

¿ES LÓPEZ OBRADOR DE IZQUIERDA?

No es la primera ocasión que utilizo el presente espacio, para cuestionar la naturaleza de los referentes discursivos de los que se compone una corriente política. Un ejercicio que lo mismo vale para aquellos posicionamientos de mayor cercanía con la derecha, como con aquellos posicionamientos que tradicionalmente se consideran de izquierda.

Para no ir más lejos, la semana pasada utilicé la columna para repasar las condiciones contextuales que afianzaron la figura política de Javier Milei en la Argentina, a modo de explicitar, –algo que con frecuencia se suele pasar por alto, dada la pobreza de los análisis que convencionalmente se desarrollan al respecto–, que la suya no es una posición que pueda encuadrarse per se, como una de corte conservador. Aunque no es menos cierto que comparte algunos rasgos tradicionalmente asociados con los gobiernos de derecha.

Pues bien, otro tanto ocurre con aquellas opciones que de común se consideran y/o se asocian con la izquierda. Tal es el caso de López Obrador; pero ¿puede en todo caso decirse sin lugar a dudas que el actual presidente de México es verdaderamente de izquierda? La cuestión en todo caso, es mucho más compleja de lo que en primera instancia cabría pensarse. Y lo es de ese modo, porque los referentes explicativos de su accionar público, responden a condicionalidades propias de la política doméstica. Referentes internos, que pueden o no coincidir con lo que en otros rincones del mundo se entiende o no, por izquierda.

En ese sentido, resulta imperativo reconocer que la suya, es una tradición política que se asume y/o se considera heredera de la Revolución Mexicana. Un movimiento con cuya vocación social la izquierda suele coincidir, por su aspiración permanente para superar la precariedad material, como por su crítica recalcitrante a los excesos del sistema capitalista. Empero, el pensamiento de político y social de López Obrador, empata a medias con la llamada izquierda tradicional; la cosa es que en estricto sentido, el llamado obradorismo, no coincide del todo con la llamada corriente de la izquierda urbana, sea esta de militancia histórica, o de inspiración más moderna, tal es el caso de la llamada socialdemocracia.

Considérese para ilustrarlo, lo recién ocurrido en la Ciudad de México con la designación de los candidatos de Morena de cara a los próximos comicios electorales. La reacción contra la candidatura de García Harfuch, por parte de los llamados “cuadros duros” de Morena, que repudiaron y/o cuestionaron la idoneidad de su elección como candidato, a razón del origen político y profesional del ex Jefe de la Policía. Una cuestión que evidencio la importancia que para su base militante tiene la pertenencia y/o coincidencia con una izquierda que genuinamente reivindique sus principios ideológicos. Posicionamiento para el cual, el pragmatismo político resulta insuficiente como razón de su accionar.

¿Pero puede acaso decirse que López Obrador, el propio obradorismo como movimiento y/o Morena como partido político son de izquierda? ¿Cuáles son, –de haberlos–, los límites entre tales entidades? Si bien no está del todo claro, una cosa es inobjetable: el punto de cohesión discursiva de tales elementos, es el principio de primero los pobres; a eso parece reducirse todo.

Una consigna que sin estar del todo delimitada y/o esclarecida para efectos prácticos, ha funcionado en el terreno de lo estrictamente ideológico, de forma por demás eficiente, tanto por sus implicaciones de arrastre electoral, como de movilización social. En buena medida, porque al menos en lo tangencial, sí que coincide con lo que se considera un posicionamiento de izquierda. Al tiempo que le ha permitido al propio AMLO, escapar de las coordenadas tradicionales de la izquierda, sobretodo de aquellas de mayor virulencia e incomodidad, optando en cambio por una posición moderada y/o conciliadora, como ha ocurrido por ejemplo respecto a la relación de México con los Estados Unidos.

La pregunta ineludible que nos hacemos muchos, es: ¿Qué será de semejante equilibrio una vez que el propio Obrador se retire de la vida pública nacional? ¿Se mantendrá la estrategia de conciliación y/o inclusión de puntos medios en el próximo gobierno? Y de ser así, ¿se mantendrá dicha estrategia sin por ello considerarse que se está faltando a los principios ideológicos que originalmente movilizaron dicha corriente política?

Lo menos por decir al respecto, es comenzar diciendo las cosas como en realidad son: el punto está en que el propio Morena, no es de izquierda. A toda regla, desde el nombre mismo, hay que precisar que Morena, trata de un movimiento cuya orientación discursiva reivindica la necesidad de regenerar y/o recuperar o rescatar una realidad social, que el mejor de los casos, quedó trunca con el advenimiento del neoliberalismo y el regreso de la democracia en el marco de la tercera ola de la democracia. Una realidad social, cuyo epicentro fue la consolidación de un Estado interventor, cuya preponderancia fue mermando hasta extinguirse conforme la modernización económica de América Latina y el propio México fue avanzando a mediados de los años 90’s del siglo XX.

La de López Obrador es pues, una tradición política con fuertes raíces en el régimen emanado de la revolución mexicana. En tales condiciones tendría que quedar del todo claro que la suya es una posición que coincide de forma tangencial, por no decir que a conveniencia, con lo que es la izquierda. Una izquierda cuya nota distintiva ha sido siempre la defensa de derechos sectorializados. Luego entonces, igual que ocurre con casos como el descrito la semana pasada, me parece que un análisis medianamente serio del estado que guarda la vida pública de cualquier país, pasa necesariamente por cuestionarnos los referentes ideológicos que la orientan. No hacerlo nos hace un muy mal favor a todos, porque lejos de despejar dudas, favorece el desarrollo de explicaciones insuficientes de lo que vivimos.

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