Hace un par de semanas leí por ahí que, suerte es cuando amas a alguien y ese alguien también te ama. Pero no lo sé, si bien es grande la tentación de pensar que sí. No es menos cierto que también soy de la idea de que una realización tan extraordinariamente compleja como la que amar representa, porque cuando hablamos de amor, hablamos necesariamente no sólo de atracción o cercanía y coincidencia de afinidades, sino también y simultáneamente de química humana, de amistad, de camaradería y solidaridad, de dulzura y ternura, pero también de desparpajo y hasta del más humano acto de estar para otro, incluso cuando no se sabe ni cómo estar para uno mismo, o cuando perfectamente se preferiría no estar, –porque como seres humanos que somos, es imposible estar siempre bien–, no puede ser cosa de algo tan fortuito e intempestivo como un golpe de suerte.
Que te guste alguien a quien también le gustes, eso sí que pasa con más frecuencia de lo que pensamos, pero es una tensión que con la misma facilidad que sucede se puede esfumar o replicar por distintas personas a la vez, porque es un hecho que no siempre nos atrae alguien por las mismas razones. ¿Que por qué puede la atracción desaparecer tan de súbito como aparece? Ya porque el contraste entre la idea inicial que teníamos de alguien y la persona que realmente es, puede que no nos llene del todo, lo mismo que porque nosotros mismos no resultamos tan compatibles con la persona a la que inicialmente le llamamos la atención.
A decir verdad, pensar el tema me causa cierta gracia, porque la cuestión me trajo a colocación un eco olvidado en mi memoria más ñera de púber noventero, el caso es que el tema me hizo recordar una línea alguna vez escuchada en una canción de una chica de la época, que decía: Que buena onda que le gustes alguien… oh… y que te guste también. Para decirlo claramente: es poco probable que eso que llamamos enamoramiento, sea lo que pensamos que es.
A menudo escucho que todo tipo de personas hablan del interior de aquellos a quienes se sienten prendados, para justificar el porqué de sus elecciones de pareja –ni se diga cuando tales elecciones son por demás erráticas–, olvidando que lo cierto es que a veces no nos conocemos ni a nosotros mismos lo suficiente, como para pensar que terminaremos por comprender del todo a la persona de la que nos sentimos atraídos, y menos si no se tiene la voluntad de ser auténticos; la verdad es que si le doy vueltas al tema con detenimiento, no puedo evitar pensar que en aquello de hacer que una relación de pareja verdaderamente funcione, las cosas tienen necesariamente que ir más allá de lo mera suerte o aparente. Y cuando hablo de lo aparente, no me refiero única y exclusivamente al cómo lucimos, sino al reflejo integral de quienes somos en todos los aspectos de la vida.
Cuando se trate de amor, más allá de las palabras y/o las atenciones y los detalles que el acto mismo de cortejarse pueda significar, pon especial atención a lo que tus actos dicen de ti, de la importancia que atribuyes a todo lo que valoras, incluido tu vínculo amoroso mismo. Que te hablen con claridad sobre sus sentimientos y/o el impulso que la atracción que por ti les despierta, puede ser sin duda alguna un gran aliciente en la construcción de un vínculo emocional estable y/o significativo, porque seamos sinceros ¿a quién no le gusta escuchar que quien nos gusta o importa, tenga la franqueza de decirnos lo que le gusta o importa de nosotros? Pero difícilmente será todo lo valioso que se piensa que es, si no existe congruencia entre lo que se dice y lo que se hace en los actos más cotidianos; que son los que auténticamente nos dicen quiénes somos.
De idéntico modo, que te traten con dulzura y/o amabilidad, incluso colmándote de atenciones con absoluta corrección de modales en el cómo se dirigen a ti todos los días, podrá ser muy grato y/o necesario, porque nada hará más bien a una pareja, que el hecho mismo de llegar a ser, además de buenos amantes, grandes amigos; pero seamos sinceros, por más bien que te traten, siempre dejará un muy mal sabor de boca o la sensación de que algo no cuadra en la relación, si semejante dispendio de amabilidad no se traduce en forma efectiva en el compromiso personal de resolver con esmero los retos compartidos que se tiene.
Para decirlo en modo historias de amor: si una bestia capaz de hablarte bonito no te llena, tampoco lo hará un príncipe sin el valor de salir a pelear su batalla personal por superarse. Pero y entonces de qué nos fiarnos; de lo sustancial, de lo práctico y/o cotidiano, de lo más inmediato, de la disposición propia del cómo y/o por qué se encara la vida. De las ganas y/o el empeño que se le pone al acto mismo de vivir, de dar la batalla por aquello que dice que más valora.
En cualquier caso, todo está en la flexibilidad de nuestros referentes y en la disposición para dar y/o buscar mucho más de lo que en inicio creímos que estar juntos requeriría; y si intentando de todo, ya pasado un tiempo prudente, las cosas no resultan, hay que tener la madurez para decir: hasta aquí llegué; pero eso sí, cuando dejen a alguien porque no se sienten valorados, o porque se piensan que la persona no está plenamente comprometida con lo que supone tienen, tengan la congruencia personal de respetar las decisiones que ustedes mismos han tomado. La verdad es que si se trata de ser sinceros, todos alguna vez nos hemos tragado nuestras palabras y/o dignidad por mendigar un poco de cariño; porque hay que decirlo claramente: la mente es cabrona y cuando cortamos nos acordamos más fácilmente de lo bonito, de lo alguna vez fue bello y maravilloso, al punto de que nos vemos minimizando las razones que nos hicieron separarnos.
El resultado de semejante situación, es que vamos y venimos varias veces con personas que en distintas oportunidades nos han dado muestras claras de que no saben y/o quieren o están dispuestas a amarnos y respetarnos como realmente todos merecemos: con sincero compromiso y permanente reciprocidad. Ese es también el motivo por el que más tarda uno en volver con esas personas, que en darse cuenta que a su lado no se puede estar y volver a irse otra vez.
Somos tan injustos con nosotros mismos, que con más frecuencia de la que deberíamos, somos capaces de conformarnos con muy poco; algunos se quedan con personas que no las respetan, incluso que las lastiman física y/o emocionalmente, que porque al menos se entienden bien en la cama; otros se quedan con personas que a lo mejor les tratan con decencia, pero de quienes no están realmente enamorados; no falta quienes se quedan sólo por la comodidad y la estabilidad que les ofrecen; algunos más se quedan con personas con las que no tienen ni buena amistad, ni buena cama, sólo porque ya llevan muchos años juntos y quesque, qué van a decir los amigos, la familia o los hijos si se separan.
Al final resulta que ninguno se permite encontrar un cariño a la altura de lo que verdaderamente merece. Que sí, que el amor es complejo, de acuerdo. Pero no imposible; y si no es imposible, debe ser mucho más humanamente realizable que un mero golpe de suerte, pero debe necesariamente implicar mucho más que un simple enamoramiento y/o atracción, como también y en no menor medida, de verdadera voluntad personal para estar y hacer pareja, para procurarse y respetarse, para construir un proyecto en común. Lo que me recuerda algo que alguna vez le dije a una chica a la quise mucho: si alguna vez hemos de querernos, que sea como auténticos compañeros de vida, nunca como apéndices de nuestras soledades. Estoy seguro que amar debe ser mucho más que un golpe de suerte.