Imagina que son los años ochenta y estás cursando la primaria en un plantel con ambiente mitad urbano y mitad rural. Tus padres confían tu formación académica a la educación pública. Es una época de aprendizaje teórico y práctico. Tienes profesores con distintas metodologías de enseñanza y eso te permite conocer y experimentar con diversos puntos de vista durante esos 6 años.
Sexto grado era difícil, pero tenía un misterioso encanto de nostalgia. Poder asimilar el futuro inmediato era una pesada carga emocional. La proximidad de la secundaria colocaba al estudiante en una especie de puente colgante. Pasar al otro extremo era la equiparación de arribar a la pubertad y abandonar la niñez. Invariablemente, una mezcla de angustia y curiosidad te invadía. Y es en ese punto neurálgico de la vida de todo niño, cuando por primera vez “experimentas cómo se mueven los intereses en la política”.
Eres invitado o invitada a competir en la elección de la sociedad de alumnos. Lo entiendes como un ejercicio para fomentar en los estudiantes la libertad, la participación, la pluralidad, la tolerancia, y en general, los valores de la democracia. Por lo cual, te organizas con otros compañeros y compañeras y te lanzas a los salones en busca del codiciado voto.
Dentro de tu ingenuidad, consideras la estrategia de hacer campaña regalando delicioso refresco sabor naranja, conseguido a precio de promoción con el proveedor de la cooperativa escolar.
¿Quién se resiste a una bebida fría y refrescante en los años ochenta, en época de calor, en salones expuestos a los poderosos rayos ultravioleta del sol, y siendo un pequeño, indefenso y sediento menor de edad? ¿Quién? Supones que no encontrarás un solo compañero que se niegue a recibir el refrescante vaso de gaseosa, y por supuesto, acompañado del mensaje entusiasta de tu planilla, y entonces auguras un rotundo éxito.
Sin embargo, al día siguiente, justo a la hora del recreo, mientras los alimentos chatarra son devorados, los balones vuelan por las canchas de basquetbol sin encestar, y por todos los rincones unos corren como desesperados atrás de otros, alguien te dice que te habla la maestra, aquella que un día antes comprometió abiertamente el voto de todo su grupo a favor de tu planilla.
En su salón los bancos no forman filas, sino un círculo. Hay un periódico mural y abundan los trabajos manuales en un casillero común. Los letreros de normas de conducta resaltan el orden estricto que debe prevalecer y el régimen de autoridad interno. La maestra tiene su almuerzo intacto sobre el escritorio y en sus anteojos se reflejan los alumnos rezagados que involuntariamente sacrificaron su recreo para ponerse al corriente en sus materias.
De inmediato te dice que la otra planilla trajo esto, eso y aquello, y que les prometieron no sé qué, así que su grupo va a votar por quien les dé más, por lo que guardas silencio, evitas la discusión, asientas y discretamente te retiras. Así entiendes que en el ejercicio político se ponen en juego las propuestas, los compromisos, pero, sobre todo, los intereses. Claro que se confrontan las ideas con la manipulación de conciencias, pero comúnmente arrasa, vence y se impone, sobre todo, el poder controlar la voluntad y la decisión de la mayoría, con lo que se tenga al alcance.