En Mi Libro de Segundo, Lecturas, editado por la Secretaría de Educación Pública de México en 1984, aparece un Cuento Tradicional con el título: “La junta de los ratones”, en el que se puede leer: “¡Yo sé lo que hay que hacer! Tengo en mi agujero un cascabel que suena muy bien. ¡Ése es el remedio! Basta esperar que el gato esté dormido y colgarle el cascabel al cuello. Así, cada vez que el gato nos ande buscando, él mismo nos avisará y podremos escapar a tiempo. El discurso fue un gran éxito. Unos abrazaban al orador, otros lo besaban, otros le daban palmaditas, otros le decían palabras de felicitación, y todos los demás aplaudían”.
Es curioso como al poner la mirada sobre el servicio público, podemos recrear este tipo de escenas con todo su triunfalismo y euforia. Vemos, como ante cualquier situación, ante cualquier adversidad, surge una solución de fácil aplicación, de rapidez inusitada, y de indiscutible beneficio colectivo, es decir, una solución brillante, tan pero tan brillante, que por más que lo pensemos no lograremos comprender ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Pero, ¿En qué estábamos pensando? ¿Cómo no lo pudimos ver?
Y como nadie hemos leído antes un libro ni asistido a un mini curso de capacitación. Como nadie ha enfrentado una situación semejante desde ninguna trinchera. Como todos nacimos ayer y nadie tiene experiencia alguna, pues con qué elementos vamos a poner en duda lo que formal, y a veces informalmente, se ha dictado como una orden inobjetable. Pero en este momento, el punto central no es la imposición caracterizada como iniciativa; no es la continuidad de la campaña presentada como cumplimiento del mandato; no es la orden inobjetable maquillada de propuesta, el punto central es cómo la unilateralidad ha permeado en todos los niveles del servicio público.
Al parecer, condenamos al desuso las decisiones tomadas en reunión plenaria y descartamos a priori la lluvia de ideas. Una sola voz es la que prevalece, y el aplauso al unísono lo que la secunda. No existen propuestas alternas alrededor de una principal. Ha desaparecido cualquier plan B. Tampoco son aceptadas nuevas fórmulas, ni mucho menos la reconsideración de lo ya dispuesto. Como si todos, absolutamente todos, se hubieran convertido en porristas.
El debate, el disenso, y en general, la confrontación de ideas cayeron en un plano inexistente para la administración pública. Y todos parecen felices, pues creen estar del lado correcto de la historia. Por tanto: la obediencia es ciega, inmediata y sincronizada; la aprobación del discurso es abrumadora; la unanimidad en las votaciones es aplastante. Y si actúas en contrario, seguramente serás invitado a dejar vacante tu cargo de forma discreta y sin hacer escándalo. ¿Quién hará entonces las preguntas incómodas?
Con esa reflexión podemos regresar a la lectura del cuento citado, y recordar que en aquel libro para segundo grado de primaria, se puede leer el siguiente final:
“Pero había un ratón viejito que no aplaudía ni nada. Le preguntaron por qué, y él contestó: La idea no es mala, pero aplaudiré cuando sepa una cosa: quién se animará a ponerle el cascabel al gato”.
@rubbenrivvera