Después de largos seis años, por fin, termina la administración. Un estilo de gobernar peculiar, completamente individualista, aferrado a sus ideas, cerrado al dialogo y a conciliar puntos de vista, se apegó obcecadamente a la frase “el poder se ejerce, no se comparte”.
Durante el sexenio tomó controversiales decisiones, que abrieron la puerta a múltiples y acreditadas voces que mostraron desacuerdos al advertir con argumentos sólidos que estaba equivocado, que sus posturas traerían consecuencias nocivas, sin embargo, nunca quiso escuchar.
Hay quienes afirman que se impulsó el debate social, el intercambio de ideas, la concientización ciudadana y se ahondo en lo profundo de los problemas y desigualdades del país.
En ese sentido, resulta una premisa incorrecta, pues nunca se generó siquiera la posibilidad de entendimiento o cuando menos escuchar razones o argumentos, lo que propicio fue un clima de reclamos ante un panorama de absurdas imposiciones, en vez de buscar consensos optó por recurrir al autoritarismo.
Quienes no estaban de acuerdo con él, eran traidores a la patria, neoliberales corruptos que buscaban los privilegios del pasado; en fin, no había manera de hacerlo entrar en razón, la verdad absoluta siempre la mantuvo de su lado con un perfil intolerante.
Al concluir su mandato deja formalmente el cargo, aunque sigue siendo el líder del movimiento morenista, aun cuando no aparezca en el directorio resulta obvio que estará al pendiente de cualquier eventualidad, es su naturaleza, por lo que resulta difícil creer su retiro.
Su legado lo podemos resumir como un lastre pesado, sus efectos apenas comienzan, esa carga en principio le corresponderá llevarla a cuestas a la nueva mandataria pues sobre sus hombros tiene la responsabilidad de sacar al país adelante.
No obstante, es predecible que siga la misma ruta, pues su trayectoria y formación se han forjado a partir de la confrontación, sin embargo, la agitación actual y los frentes abiertos están provocando turbulencias y, una actitud de continuar por el sendero marcado por su antecesor, por más legitimidad que tenga proveniente de las urnas, tendrá consecuencias.
En estos tiempos, los efectos de las malas estrategias ya las estamos pagando todos los mexicanos, son muchos los factores y resultados que a partir de decisiones absurdas han ocasionado un detrimento en la calidad de vida, por lo que somos víctimas colaterales.
El escenario es poco prometedor, pues los resultados observados con objetividad y fríamente, no son para nada alentadores y, revertirlos requiere capacidad, talento, experiencia, visión y suma de esfuerzos, dando por descontado que exista la voluntad política para hacerlo.
Así, el reto es mayúsculo de eso estamos ciertos, el problema radica en la forma de abordar la solución, hace seis años comenzó la etapa hiperpresidencialista, todo se decidió por una sola persona, arrojando cifras negativas en áreas extremadamente sensibles como la salud, la seguridad y la armonía.
Ahora, si la respuesta de la nueva Presidente es seguir con lo mismo, queda claro que los resultados continuaran siendo iguales, al contrario, si la intención es mejorar, la receta es simple: cambiar de estrategia.