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viernes, noviembre 22, 2024

DÍA DE LA RAZA O LA NECESIDAD DE REPARAR LA MEMORIA HISTÓRICA

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DÍA DE LA RAZA O LA NECESIDAD DE REPARAR LA MEMORIA HISTÓRICA.

Por Emanuel del Toro.

La presente reflexión es una reflexión en torno al llamado día de la raza, cuya celebración se encuentra establecida según el calendario el 12 de octubre. Y si bien esta fecha ha sido desde hace generaciones, las excusa oficial para rememorar el llamado descubrimiento de América a manos de los europeos, lo cierto es que cuanto más a la distancia se mira dicho acontecimiento, es poco juicioso, por no decir que inadmisible seguir suscribiendo las versiones que históricamente se nos han contado respecto a nuestro pasado.

Lo digo así en el ánimo de invitar a preguntarnos si es que en verdad se trate de un acontecimiento por el que ufanarnos. Yo personalmente no lo creo. De ahí que en la presente editorial expongo una versión algo extendida de una reflexión que ya en otro momento escribiera para el mismo propósito. Desde luego, como digo siempre, cada cual que saque sus propias conclusiones, pero que no se quede con lo que toda la vida se nos ha contado.

El día de la raza, o del descubrimiento de América, es un modo muy amable, por no decir que estúpido y vergonzoso, de pretender que aún después del masivo saqueo y exterminio cometido por todo el continente en el nombre de la civilización y la fe –con todo y su chabacana salvación de las almas incluida, para justificar también la más honda degradación humana, la de la libertad de pensamiento–, todavía tengamos la insolencia de querer conmemorar los actos de barbarie a través de los cuales los centros de poder mundial, fijaron sobre los países periféricos hace 500 años, las condiciones de subdesarrollo y servilismo que nos han venido imponiendo hasta el presente.

En la creencia de que será acatando sus designios –cual críos que buscan la aprobación de sus padres–, que alguna vez seamos aceptados y o convidados a la mesa de los países privilegiados, o al menos a relamernos de sus sobras debajo de ella, como hacen los perros. Celebrar, conmemorar u honrar lo sucedido, es pues, hacer apología de la opresión, el servilismo y la mansedumbre, volviendo nuestro su modo de pensar, llevándolo todo un paso más allá, aceptando también la renuncia a la independencia de las ideas y con ello a la noción de un propio porvenir.

Y ha sido su dominio tan efectivo, que ya hace doscientos años que no llevan directamente las riendas de su dominio, sino que han dejado tras de sí, a tantos incautos deseosos de emular y perpetuar sus estructuras de dominación para seguir rindiéndoles cuentas, al punto de que la gran mayoría sigue agradecida de “todo lo que nos dieron” en identidad, lengua y cultura, cada y tanto que toca la ocasión de recordar las consecuencias de sus tropelías.

No pocos dirán que un discurso semejante abona poco, por no decir que nada a un mutuo entendimiento de las diferencias y la necesidad del respeto, y en cambio allana el camino a la confrontación, pero es difícil pensar en recuperar un poco de todo lo devastado en épocas pasadas, mientras no sepamos comenzar por recuperar la memoria de lo que realmente ocurrió, como paso previo para trabajar por restablecer la dignidad de todos aquellos cuya existencia se vio ultrajada a través del despojo sistemático no sólo de su patrimonio material, sino también y fundamentalmente de su acervo cultural.

Un acto en el que no existe, ni existirá nunca reparación enteramente satisfactoria para apaciguar la profundidad de lo acontecido, y es que no hay realmente modo de dar marcha atrás una vez que se ha cruzado el umbral de la aniquilación, mucho menos uno tan severo que supuso el confinamiento sistemático y masivo de todo un continente cuyos habitantes fueron diezmados de tal modo que se los puso al borde de la extinción.

Ni lo hay en términos del folclor, ni lo hay en términos de lo humano. Y es ahí justo donde deberíamos detenernos a pensar cuando de fechas semejantes se trata. Porque el grado de devastación generado por el proceso de conquista que el encuentro de América y Europa propició hace cinco siglos, va por mucho, más allá de la incalculable riqueza material que se saqueó –y se sigue ultrajando, hoy de modos más sofisticados y en apariencia amables– y pesa fundamentalmente por la saña con la que se persiguió y exterminó a civilizaciones enteras, poniendo incluso en tela de juicio su calidad humana y justificando en consecuencias atrocidades inenarrables.

Es cierto, lo sucedido en aquel infame episodio histórico podrá parecerle muy lejano a muchos, máxime en una época caracterizada por la cultura de la inmediatez, donde lo tangencial se ha vuelto sustancial, porque lo único de lo que nos ocupamos tiene siempre una fecha de caducidad tan inmediata como lo dicta una moda en redes sociales, que hoy se viraliza por millones, sólo para caer en el olvido más pronto de lo que se dice ¡ya!

Sin embargo, lejos de lo que pudiera parecer, las consecuencias de lo ocurrido constituyen todavía una herida profunda en nuestro modo no sólo de vivir, sino fundamentalmente de pensar el mundo. De ahí la importancia de pensar en estos temas con un ojo crítico que contribuya a desmontar paradigmas, para construir nuevos referentes sobre los que desarrollar a nuestras respectivas sociedades, no sea que más pronto de lo que pensamos terminemos repitiendo errores pasados y nos veamos atajando la realidad en términos maniqueos, cual si de un choque de civilizaciones se tratara.

Ahora bien, esos discursitos baratos, tan propios de la derecha, según los cuales es menester “no alimentar el rencor”, son siempre su modo de lavar conciencias entre propios y extraños, bajo la bandera de la tolerancia, al tiempo que se aseguran de que todo permanezca tal cual les conviene a los dueños del gran capital… ¿Qué sigue, terminar besándole la mano –por no decir que los huevos–, a su majestad el rey de España, cual si de un privilegio se tratara y encima agradecerle lo que hicieron, y hasta dolernos de que no se quedaran más tiempo? Menudo síndrome de Estocolmo el que nos cargamos tras 500 años.

¿Y nos admiramos de que a los españoles los tuvieran 800 años bajo asedio morisco? Hombre con tales perspectivas, seguro que a los latinoamericanos nos ha de durar otros 1000 años la “resaca” de malinchismo que nos caracteriza, y con ello habrá de prevalecer el pensamiento de infravalorar lo propio y celebrar el colonialismo, como si de un portento civilizatorio se tratara. No, lo del 12 de octubre, no fue un descubrimiento o encuentro de culturas, fue un genocidio; y el primer paso para superar los agravios, es comenzar llamando a las cosas por su nombre. Porque será eso, o no despertar nunca de nuestro perenne subdesarrollo. 

Ah por cierto, ya nomás para no sentir que me quedó algo por decir, agregaré que eso que los privilegiados y sus pelagatos, –los que no son privilegiados, pero que ah como sueñan con serlo, al punto de que son perfectamente capaces de conformarse de relamer de las migajas de los verdaderos amos del juego–, llaman resentimiento, no es tal. Se llama conciencia de clase. Pero es algo que sus castas y devotas mentes, jamás alcanzarán a comprender, porque sencillamente no les conviene. Así las cosas, habrá que decir claramente que no sólo no hay por lo que celebrar o enorgullecerse en aquello de rememorar el llamado día de la raza, encima es fundamental reconocer que sólo en la medida que se haga el serio esfuerzo de decir las cosas como realmente ocurrieron, es que tendremos la posibilidad futura de propiciar una necesaria reconciliación con nuestra historia.

octubre 18, 2021

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