¿Aprobar la reforma al INE, así tal cual la presenta y/o la promueven desde Palacio Nacional, –es decir al modo de lo que al actual gobierno federal le conviene–, de tajo, como por “obra y arte de magia se han resolver todas y cada una de las insuficiencias y/o contradicciones del organismo organizador de las elecciones? ¡Por favor! Seamos serios, dejemos ya de alimentar debates hechos de verdades a medias, porque las verdades a medias, son mentiras completas.
Casi todo el mundo está de acuerdo que encontramos deseable que el INE gaste menos, porque se considera que el gasto que desde hace unos años se ejerce, es excesivo y/o desproporcionado para lo que en realidad hace. De acuerdo, el problema es que, nos guste o no, pocos se atreven a decir, por qué es que hemos ido cayendo en ello; no de ahora, sino desde al menos 15 años, con todo y que no habrán de faltar quienes digan que esto ocurrió desde el propio 1991, cuando se sentaron las propias bases del IFE, hoy INE. Lo que trajo una seguidilla de distintos niveles de gobierno en manos de la oposición y finalmente la perdida de la mayoría en el congreso por parte del PRI en 1997.
Por cierto, es “curioso” como ninguno pone en tela de juicio los resultados de los comicios electorales, ni la idoneidad del trabajo del propio organismo realizador de las elecciones, cuando el balance final confirma sus intereses; quesque porque hay resultados tan evidentes, que resultan incontrovertibles. Pero rara vez se dice que con campañas tan básicas, llenas de sentimentalismos y/o chantajes baratos que se pagan a costo de clientelismo electoral por baratijas, y donde la norma es alentar un malsano culto a la personalidad, que no en pocas ocasiones deriva en un mesianismo francamente ridículo, por no hablar de que la totalidad de quienes en tales campañas participan, rebasan los topes de gastos de campaña, lo mismo da si por financiamiento público o privado, –entre grupos empresariales y/o células delictivas–, incluso quienes ganan son igual de simuladores o farsantes que los opositores y/o las autoridades de los que inútilmente intentan diferenciarse.
Pero claro, de este punto todos prefieren pasar, porque no hay uno solo que se salve, y lo que es peor, ya se sabe que tal dinámica seguirá siendo una constante, con o sin reforma al INE. Lo fácil es sacar explicaciones reduccionistas para terminar diciendo que la partidocracia ha terminado secuestrando al IFE-INE, pero las explicaciones sencillas suelen tener como consecuencia común, diagnósticos y resultados tanto o más pobres que las propias explicaciones sobre las que se fundamentan. Gastar menos sin mantener la autonomía del organismo que gestiona la realización de las elecciones, sólo habrá de supeditarlo al capricho de quien a cuentagotas decida cuánto y/o cómo se le habrá de asignar presupuesto.
Ojo, esa mamarrachada de que el pueblo “sabio y bueno”, será quien lo decida todo, incluida la propia formación del INE, se parece tanto como aquel cuento de quienes dicen que el petróleo es de todos los mexicanos, con todo y que al final del día, aún hoy en el actual gobierno, los únicos verdaderamente beneficiados son los líderes sindicales corruptos de PEMEX y todos los grupos de interés que a su alrededor se han formado. Con todo y que no falte nunca quien lo justifica, no sin cierta dosis de candor, con el autoconsuelo de que aunque la corrupción prevalece, porque es imposible cambiar de la noche a la mañana, se ha disminuido mucho, o que al menos resulta tolerable, porque sus beneficios no están ya en manos de la élite neoliberal de sexenios pasados, con todo y que esto último, sea más un principio políticamente correcto, que una realidad efectiva.
¿O qué, me van a decir que con campañas tan pobres, donde prácticamente cualquiera mete mano para manipular a un electorado, que rara vez se ha distinguido por su juicio crítico para informarse objetivamente, esa misma sociedad que es capaz de vender su voluntad por cualquier baratija, tendrá los elementos suficientes para tomar una responsabilidad tan delicada como la elección de los propios integrantes de un INE reformado? ¿En serio en tales condiciones ningún partido, incluido y/o sobre todo el que esté en ejercicio de funciones desde el gobierno federal resistirá el intento de influir la conformación del INE? Y menos si logra controlar la propia mayoría en el congreso. La respuesta en corto, es no; y no hay nada nuevo bajo el sol en ello: el poder se hizo para ejercerse.
Reducir la cantidad de diputados y senadores, eliminando a los plurinominales; por aquello de que resulta aberrante y/o injusto que lleguen al poder congresistas por los que nadie ha votado directamente, suena una medida muy razonable y hasta deseable, cuando no se entiende claramente por qué es que estos existen, y qué ocurriría si se los elimina. Tal medida es de hecho, una de las más populares entre una amplia mayoría del país, por el abuso y/o los excesos en los que se ha incurrido con la existencia de congresistas plurinominales.
Una institución que para decirlo claramente, ha terminado convirtiéndose en el botín de aquellos grupos políticos con la capacidad económica de secuestrar dichas posiciones, que se negocian de continuo, sin ningún pudor, al mejor postor en las dirigencias de todos los partidos por igual. Sin embargo, con todo y lo imperfecto que dicho mecanismo es, habrá que recordar que el mismo se ideó para evitar que se siguiera replicando lo que ocurría en tiempos de la hegemonía priista, donde quien conseguía más votos, terminaba virtualmente llevándoselo todo.
Poco o nada importaba que hubiera dos o más partidos capaces de convocar miles de votos, sólo llegaba quien ganaba más votos y se acabó. Lo que terminaba con un congreso nada representativo y excesivamente disciplinado, cuando no supeditado a los intereses del Ejecutivo, porque sencillamente el partido en el poder lo arrasaba todo. La lógica es más que clara, el poder se hizo para ejercerse –dirán algunos. Pero se nos olvida, que en tales condiciones, quien gana de forma tan aplastante, pocos o ningún incentivo habrá de tener para autocontener excesos.
Que sí, que es claro que el INE nunca ha terminado de ser lo que sus promotores originales quisieron en los inicios de los 90’s, es algo que no lo discute nadie. Ni siquiera quienes resultaron directamente beneficiados de su precaria conformación. Así las cosas, cabe preguntarnos: ¿De verdad una reforma a modo de quien gobierna es la mejor solución a los problemas e insuficiencias de nuestro actual INE? Francamente lo dudo. No podemos ser tan cortos de miras para no darnos cuenta de los peligros potenciales que un INE precarizado y poco o nada independiente del poder gubernamental representaría. Mucho menos con todo lo que ha costado darle un mínimo de credibilidad a nuestra ya de por sí doliente democracia. Lo menos que diré al respecto, es que me parece cosa de locos lo fácil que se nos ha olvidado, en no más de dos generaciones, la importancia y/o complejidad de lo que a las anteriores les tomó décadas desmantelar.
Es de reconocerse que la formalidad de celebrar elecciones periódicas con el propósito de definir la titularidad de las principales posiciones de poder dentro del Estado, ha generado muy poco entusiasmo social, en la medida que una y otra vez todos los partidos políticos que han llegado al poder desde la propia creación del IFE-INE, han terminado reproduciendo, en mayor o menor medida, las mismas prácticas que el otrora partido hegemónico. Incluyendo desde luego la búsqueda por garantizar su permanencia en el poder al costo que sea. Tal situación, unida a la insuficiencia de sus posibilidades para sancionar las anomalías derivadas del propio juego político, han terminado minando la credibilidad de su efectividad. Pero terminar por ello, concluyendo que todo con el INE ha salido mal, o peor aún, que cualquier cuestionamiento al actual gobierno federal, vuelve enemigos del régimen o del interés nacional, a quienes discrepan, está fuera de toda proporción, y no nos hace ningún favor a nadie independientemente de lo que pensemos.