Celos. Un comentario personal en torno al respeto en una pareja.
Cuando hablamos de celos, hablamos fundamentalmente de un sentimiento de vulnerabilidad-inseguridad, que se yergue ante la posibilidad de que un tercero sea capaz de captar el interés o la atención de alguien que no es de suma importancia. Y si bien es cierto que por su amplitud, como la complejidad del fenómeno, de los celos podemos hablar en los más diversos ámbitos, pasando por la familia, los amigos o las relaciones laborales, el más representativo de esos ámbitos es el de la pareja afectiva. De ahí que en lo sucesivo me referiré exclusivamente a sus implicaciones en las relaciones de pareja.
En ese sentido, cabe decir que los celos son el miedo-incertidumbre que nace de la idea de que la persona que amamos termine trasladando su atención a otra persona. Porque aunque no se lo diga, todo el mundo entiende que una vez que el bicho de la curiosidad por otro se instala, difícilmente se vuelve a ser el mismo. Nos damos cuenta entonces de la poca clemencia que concedemos a la idea de saber que lo mismo que le ocurre al otro, nos puede pasar a todos.
Si encima se viene de un entorno en el que la atención-validación de los seres amados rivaliza permanentemente con la atención que sobre otros depositan, al punto de que en más de una ocasión termina anulando y/o desplazando la que en teoría nos correspondería, está claro que es cuestión de tiempo para que queramos o no, terminemos replicando el esquema al que por definición respondemos. Y es que aunque no lo digamos, cualquiera entiende muy en lo íntimo, lo inútil que resulta cualquier arreglo privatista y/o lo fútil de un extremismo aislacionista que no sólo nos atomice, sino además erosionando la propia conexión con la pareja.
La inseguridad que los celos representan, se genera cuando otros pueden darle a la pareja lo que uno no puede o sabe cómo darle. Sobre todo si se trata de algo relacionado con aspectos cruciales en la vida de la pareja –o de la propia vida, porque todos reconocemos lo digamos o no, nuestros límites o carencias–; cuestiones que siempre se anhelaron y/o soñaron, cuestiones que por las más diversas razones se pensó que jamás nadie podría cubrir.
De ahí que cuando aparece alguien capaz de materializar y/o cubrir tales anhelos, termina haciendo evidente no sólo las naturales inclinaciones de nuestra pareja, sino además y fundamentalmente, nuestras propias limitaciones o carencias heredadas. Lo de menos en tales condiciones, sería decir que todos tendríamos por fuerza la responsabilidad de trabajar nuestras insuficiencias o los miedos más irracionales que por definición cargamos. Pero si hemos de ser sinceros, tampoco es sencillo tenérselas que ver con el lado oscuro de nuestra mente para conseguir exorcizar los demonios que habitan sus más profundos recovecos.
Que sí, que hablar de sanar y/o superar las carencias aprendidas durante nuestros primeros años de vida, o trabajar en pos de redefinir nuestros límites para establecer nuevos referentes, podrá sonar todo lo importante o prometedor que se quiera. Pero en definitiva se dice mucho más fácil de lo que operativamente se consigue. Porque como se escucha se dice en la calle: Del dicho al hecho hay un gran trecho; y lo que es peor: De buenas intenciones está lleno el infierno. Lo que significa que todo lo que se emprende en el nombre de conseguir los mejores propósitos consigue el efecto de resolver a bien nuestras insuficiencias.
Hacer el trabajo de reparación y/o sanación de nuestras carencias, implica no sólo una severa reingeniería de nuestros miedos, frustraciones o inseguridades, sino también la instauración de nuevos referentes de quiénes somos y/o de lo que estamos en condiciones de reinventar para sentirnos no sólo seguros de nosotros mismos, sino también de las condiciones de convivencia que queremos y/o podemos establecer con las personas que forman parte en nuestras vidas.
Desde luego que hablar de celos y/o su utilidad práctica, –porque hay de hecho toda una discusión en torno a si los celos son o no sanos o útiles y necesarios–, implica por fuerza adentrarse en el espinoso mundo de los límites que cada pareja tiene o considera dentro de los límites del respeto. Consideración en la que mucho depende la propia experiencia de los integrantes de una pareja, como los valores y hasta el sentido de vida de sus integrantes. Lo que de paso exige decir con suma claridad que si bien es necesario y/o deseable establecer límites consensuados. Existen límites que por su importancia o su relación con cuestiones cruciales de nuestros valores, no son negociables.
En todo caso el trabajo compartido de establecer los límites de lo permitido o no permitido, se trata de un trabajo compartido que no se puede, ni tomar a la ligera, , ni mucho menos soslayar, y cuyos desencuentros no se pueden, o no se deberían infravalorar o pasar por alto, –sólo porque la persona con la que estamos nos resulta muy conveniente, o nos parece muy atractiva –, so pena de propiciar las condiciones para terminar erosionando la salud de una relación afectiva.
Para llevar una relación sana, es menester no olvidar que no es nuestro trabajo enseñarle a la pareja cómo es que tiene que respetarnos o comportarse. La cuestión pasa más por la responsabilidad de establecer límites consensuados, y ver si nuestra pareja los cumple. Para decirlo claro: En caso de que alguien le tire onda a tu pareja, nuestro trabajo no es intervenir y/o “marcar territorio”, o pelear con quien coquetea con la pareja, –por aquello de establecer su posesión o exclusividad–, sino avaluar u observar lo más objetivamente posible, si tu pareja respeta los límites acordados, y te da genuinamente el lugar que crees que ocupas en su vida.
Como Psicólogo que soy, he de decir que nunca seré de los que recomienden tal tipo de cosas como dar celos a quien se ama, –quesque por aquello de que nos valore o sienta que pudiera perdernos si no hace tal o cual cosa–, ¡pero carajo!, si teniendo una pareja están muy empecinados en jugar por jugar a los miserables, al menos háganlo como corresponde y no errándole por soberbia a la puntería.
Si van a dar celos, denlos a otras de como tratan a su pareja, y nunca a su pareja de como tratan a otras personas. Que a muchos les gusta hacerla, pero cuando se las pagan con las mismas, o incluso pierden a la persona que dicen querer por andar de sobrados, terminan buscando remediar lo que ya no tiene remedio cuando ya han lesionado su confianza y/o cariño. Porque quien realmente te ama jamás te lastimaría y si a pesar de amarte te lastima, entonces no está listo para permanecer contigo. Ni uno mismo para estar con otra persona si esta nos degrada persistentemente pero no hacemos nada por ponerle un alto.
Y aunque es un hecho que no han de faltar quienes piensen que se puede volver a intentarlo en tanto no se repitan estrategias fallidas, lo cierto es que prevalecer con alguien ahí donde ya se ha fallado antes, no es ni la más justa ni la más amorosa de las decisiones personales que se puede tomar. Porque si no funcionó antes, no hay porque pensar que intentándolo una vez más vaya a salir distinto, así sea que todo se haga diferente. Para decirlo claramente: Madurar es también aprender a aceptar que si no se ha entendido antes una lección por aprender con alguien en específico, no hay porque permanecer obstinadamente sí porque sí. Porque el problema cuando se falla, no son las ganas de amar o querer, sino las habilidades efectivas con las que contamos para hacer frente a la responsabilidad de mantenernos en pareja.