Si algo tan esencial como tu propia autoimagen y la aceptación personal se pueden resquebrajar o tambalear por la opinión y/o la validación de terceros –sea esta vivencial o virtual–, no es la propia y/o sana autoestima la que está en juego, sino el más llano de los egos. Que aunque nos pueda desconcertar, nada tiene que ver con amor propio, y si en cambio con la vanidad o las ganas de figurar frente al entorno del que participamos.
Desde luego no faltará quien pretenda asumir, que una se corresponde con el otro, en tanto se lo haga en una sana o moderada medida. Pero la realidad es que no necesariamente tiene porque ser así; mientras la autoestima depende de la autoaceptación y el sano orgullo de ser y/o asumir sin complejos quiénes somos; el ego se fundamenta en las múltiples carencias que por las razones más variadas, todos habremos experimentado a lo largo de nuestras vidas, como resultado de desencuentros que han minado la confianza que tenemos en nosotros mismos.
Capaz pueda pensarse que semejante afrenta se circunscribe en lo exclusivo a la imagen o figura que proyectamos frente a la sociedad. Sin embargo, lejos de lo que comúnmente se piensa, la cuestión termina recalando en aspectos insospechados que poco o nada tienen que ver con la imagen personal, –sea esta real o figurativa–, y si en cambio con cuestiones tan esenciales como la confianza en uno mismo al tomar decisiones, lo mismo que en la credibilidad que le otorgamos a nuestro propio juicio u opinión para efectos prácticos.
Lo que ocurre porque negativamente orientada, la autoestima se encuentra íntimamente relacionada con las creencias limitantes con las que a lo largo de nuestras se nos va condicionando y/o inculcando una programación de la que con frecuencia no somos conscientes. Dicho de otro modo, tener la autoestima baja o lastimada, –tanto por la crianza recibida, como por experiencias traumatizantes de la vida–, puede terminar minando no sólo la percepción que tenemos de nosotros mismos, sino además la confianza sobre lo que decidimos y/o pensamos.
Cuestión que desde luego nos puede terminar llevando a la necesidad patológica de buscar sistemáticamente en otros, –a través de su aprobación o validación–, la confianza interior de la cual creemos carecer. Pero semejante búsqueda no tendría necesariamente porque hacerse frente a otros, sino frente a uno mismo. Es pues mucho más productivo emprender tal búsqueda hacia nuestro propio interior, que hacia fuera.
Sólo en ese modo es que se puede tener la certeza de que nuestra autoestima, no tendría porque verse reforzada y/o sostenida en modo alguno por lo que otros dejasen o no de hacer y/o reaccionar o percibir frente a nosotros mismos. Afianzándola en cambio, en el redescubrimiento interior de la riqueza personal que nos habita a todos. Riqueza que no sólo es preciso buscar por cuenta propia, sino encima tener la responsabilidad de sostener de modo continuo.
A grandes rasgos, dos son los enfoques o estilos de intervención con los que se puede trabajar para fortalecer la autoestima, a saber: el enfoque práctico, y el enfoque contemplativo. Mientras el primero se concentra en romper de forma operativa –y necesariamente demostrativa–, los límites que alguna vez se nos enseñó a normalizar; el segundo, se centra en explorar de forma introspectiva y reflexiva, el origen primario de nuestras insuficiencias.
El punto es; o te pones a retar constantemente los límites en los que has sido enseñado a creer, a través de actos cotidianos que te exijan una recalibración constante de lo que te sientes o no capaz de lograr; o trabajas en diseñar una reingeniería de tus referentes personales y sociales, a partir de explorar tus sentimientos sobre tu propia persona y aprender a identificar el tipo de pautas conductuales con las que has sido formado.
Estos modos de encarar las carencias alusivas a la autoestima, no tienen porque ser necesariamente excluyentes. De hecho es todo lo contrario, apostar por un ejercicio de introspección de largo aliento, puede perfectamente generar las condiciones necesarias, para romper los límites prácticos de nuestras vidas, favoreciendo la remodelación de las capacidades decisorias y conductuales; del mismo modo, trabajar retando nuestros límites prácticos en lo cotidiano, puede ofrecer los incentivos necesarios para autodemostrarnos que somos capaces de conseguir mucho más de lo que alguna vez se nos dijo que podíamos, contribuyendo a redefinir la absoluta totalidad de nuestros límites.
La autoestima, también llamado “amor propio”, es siempre inversamente proporcional a las experiencias de toxicidad que somos capaces de soportar en cualquier ámbito de nuestras vidas. Si vas a ejercitar la resistencia, que sea porque cumples la irrenunciable tarea de ser tu mejor versión, y no porque claudicas de continuo con la más elemental justicia amorosa que existe, la de posicionar tu bienestar y tranquilidad personal como una prioridad.
Que no puede ser de otro modo, porque para amar a quienes te son fundamentales, es preciso hacerlo desde la plena autonomía decisional para renunciar a todo tipo de atavismos y sesgos; que si, que podrá dar miedo intentar las cosas como jamás lo intentaste, de acuerdo, pero nada puede dar más miedo que el hecho mismo de que por miedo no hagas nada; nada educa mejor que el ejemplo que se vive. Podrás dar muchas palabras de aliento para que quienes amas no desfallezcan, pero sólo en la medida que estableces la senda de un nuevo autoaprendizaje, es que estás realmente haciendo una diferencia.
Si sentirnos bien con nosotros mismos como fundamento de una vida mucho más plena y/o fructífera tiene sentido, y desde luego implicaciones cotidianas sobre la totalidad de nuestras realizaciones, es de suma importancia cultivar rasgos de autocuidado y justicia amorosa para nosotros mismos. Porque será eso, o terminar viendo que por muchas capacidades o talentos que tengamos, no terminemos consiguiendo ni la mitad de lo que nos propongamos, por muy significativas que sean las aspiraciones personales o realizaciones que a todos nos habitan. La cosa es tener muy en claro, qué es qué y no terminar confundiendo autoestima con ego, o cualquier otra cosa medianamente parecidas.