López Obrador y el México que deja. Un comentario personal en torno a la primera administración federal de la llamada 4T,
Está fuera de toda duda razonable decir que el sexenio de López Obrador introdujo en la escena pública nacional cambios sustanciales. Es algo a la vista de todos, sin embargo la valoración de sus resultados es cuando menos polémica, porque no para todos existe la misma apreciación de los cambios desencadenados con su ejercicio del poder. Desde luego, se antoja difícil hacer una revisión pormenorizada de su gestión en el reducido espacio de un comentario de opinión como el presente, entre otros motivos porque la trascendencia de los temas que el gobierno obradorista tocó, dividió permanente la opinión pública del país, de tal suerte que nunca hubo una sola decisión que fuera objeto de polémica y/o resquemor.
Para decir lo menos, la de López Obrador fue una administración llena de muchos claroscuros y/o ambigüedades que no dejaron indiferente absolutamente a nadie. Ni que decir de los resultados obtenidos, los cuales hicieron exhibir y persistir la tónica de una sociedad en extremo polarizada. La nota distintiva de su gestión fue la falta de claridad en los resultados ante lo que se hizo y lo que genuinamente se consiguió; para decirlo con toda claridad, su proceder fue un tanto inconsistente cuando no contradictorio, porque nunca hubo el atino de encaminar las cosas de manera coordinada: sirva para ejemplo lo acontecido en la pandemia, al desastre de una campaña de prevención con resultados por demás cuestionables, sobrevino una campaña de vacunación con resultados razonablemente eficientes.
Lo mismo cabría decirse de su proceder en temas vitales como la seguridad, las finanzas o el desarrollo de obras públicas, –si bien la construcción del Tren Maya fue por demás puesta en duda por numerosos sectores de la sociedad, tanto por el modo y sus implicaciones medioambientales, como por el gasto que significó frente a los beneficios obtenidos hasta el momento, existe cierto consenso frente a la utilidad práctica y/o estratégica del Corredor Interoceánico del Istmo–. De ahí que lo menos a decir es que la de López Obrador fue una administración llena de matices o claroscuros, que para decirlo claro: ni fue la que sus detractores más catastrofistas presagiaban, ni la que sus más acérrimos defensores hubieran querido.
Lo que no quita de decir que todavía es pronto para establecer si lo hecho habrá de rendir los frutos esperados. Que vamos la valoración más severa y/o juiciosa que de la administración obradorista se pueda hacer, vendrá con el tiempo, cuando el peso de la ruta que le ha imprimido revele si lo que se decidió fue lo que se esperaba, o si por el contrario terminamos en una encrucijada que nos haga replicar los tropiezos más escabrosos de nuestra historia.
Algo que por mucho que se quiera no se puede vislumbrar de manera anticipada, porque al final cada gobernante le imprime a su proceder un estilo personal de gobernar que ejerce una influencia persistente sobre los propios resultados y los problemas mismos que termina enfrentando. Ya que a los planes previos se tiene necesariamente que ir adosando los retos imprevistos a los que se hace frente. Piénsese por ejemplo en lo ocurrido como resultado de la pandemia y sus múltiples efectos no sólo de salud, sino también sociales y materiales o de infraestructura, por no hablar de los económicos, un escenario por demás critico que pese a las advertencias de propios y extraños, nadie vio venir.
Se piense lo que se piense, ya sea que se esté de acuerdo con el gobierno de López Obrador, como que no se dé el más mínimo crédito por lo que este intentó, lo sí que resulta innegable, es que los claroscuros de su proceder se hicieron extensivos a la totalidad de los contenidos en los que se involucró. Si bien consiguió favorecer con políticas asistencialistas a los sectores populares del país para sacar de la pobreza a cerca de 5 millones de mexicanos, –logro que incluso sus detractores reconocen–, a la par terminó dinamitando las mismas instituciones democráticas del país que lo llevaron a la presidencia, lo que sin duda enrareció la confianza de los capitales, impactando de manera negativa el bienestar de la totalidad del país. Para decirlo en términos llanos, la suya fue una gestión que no bien daba un paso adelante, sólo para terminar dando dos para atrás.
De ahí que no sea tan sencillo valorar lo que la primera presidencia de la llamada 4T consiguió o no consiguió. Por lo que a mí respecta, la administración de López Obrador quedó a deber, y mucho. Lo cual era lógico que ocurriera si se considera las expectativas que generó y la dimensión de los problemas a los que pretendió hacer frente. Piénsese por ejemplo en el lastre de la corrupción, tema en el que aunque mucho se dijo que cambiaría radicalmente frente a lo visto en otras administraciones, no hizo prácticamente nada, ni que decir de la promesa de enjuiciar a los ex presidentes, o de destapar la cloaca de los abusos y/o excesos de poder perpetrados por las pasadas administraciones.
La lucha contra la corrupción pasó de noche con la primera presidencia de Morena, y no era para menos que así se lo hiciera, porque al final se terminó echando mano de un pragmatismo francamente grosero con tal de sumar y sumar voluntades lo mismo que perfiles y operadores. Para terminar cobijando y/o amparando a cualquiera que hubiera hecho malos manejos en el ejercicio de la función pública a condición de que se sumaran a la llamada transformación, cual si de un amasijo de intereses personales y oportunismos se tratara. Para el caso, tras del primer mandato presidencial de la llamada 4T, la presidencia imperial con todo y su partido hegemónico está hoy más viva que nunca, sólo que ya no bajo el amparo de las siglas del PRI, sino de las de Morena.
Quizá por ello es que la gestión de López Obrador deja pese a todo lo intentado un mal sabor de boca entre propios extraños. Sencillamente se dijo mucho más de lo que en realidad se hizo. A consideración queda definir si lo que se hizo fue sustancialmente distinto de lo que anteriores gobiernos hicieron o dejaron de hacer. Lo que si es un hecho es que la irrupción en la escena pública de un presidente que con todo y sus insuficiencias y contradicciones intentó imprimirle al ejercicio del poder un cariz diferenciado del de sus predecesores, no ha dejado indiferente a nadie. Al final si algo prueba el sexenio de López Obrador es que gobernar es extraordinariamente complejo y que no es lo mismo ser el opositor numero uno del gobierno, que estar a cargo de todo. Sólo así se entiende todo lo que prometió que haría y quedó a deber. Para el caso, tiempo al tiempo.