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viernes, noviembre 22, 2024

VETO A FELIPE VI

Enemigos imaginarios. Un comentario personal en torno al comunicado del gobierno de México para con el gobierno de España por al veto al Rey Felipe VI.

Es condición necesaria e ineludible de todo pueblo la auto aceptación, sin ello es imposible pensar que un desarrollo armonioso sea plausible. Asumirnos mexicanos, desconociendo la propia historia española, y cómo el influjo de su aporte ha modelado la formación de nuestra identidad nacional, es francamente ridículo. Pero pretender hacerlo sobre la base de ánimos reivindicativos que exacerban pasiones intestinas, al tiempo que se alimentan discursos xenófobos y/o sesgados, por no decir francamente polarizantes y con claras intenciones políticas, tal y como hace el saliente Presidente López Obrador, es sumamente penoso y falto de tacto, porque pone en evidencia la extrema cortedad de miras de aquellos que aras de autoproclamarse la encarnación del pueblo “sabio y bueno”, son capaces de privilegiar discursos maniqueos y tendenciosos.

Me parece fuera de toda proporción que tras doscientos años de consumada nuestra independencia, todavía existan quienes pretendan ver en la España del siglo XXI, la estampa de aquella otrora potencia medieval imperialista, con la que ya ni los propios españoles se sienten identificados. Quienes así piensan, acusan sin saberlo, los resabios de una historia nacional hecha al gusto y modo de un régimen autoritario, que no tuvo mejor modo de forjar su propio dominio político, que afianzando la construcción de una identidad nacional esquizofrénica y xenófoba, para la cual cualquier posibilidad de dialogo o intercambio con el mundo, se consideró siempre anatema. Cual si para ser mexicanos se tuviera por fuerza que odiar y/o despreciar el aporte de lo extranjero en nuestra propia nacionalidad.

Para decirlo claramente, parece mentira que tras de dos siglos en total y absoluta autonomía nacional, –logro que hubo de forjarse por casi un siglo entre luchas intestinas, a base de inteligencia, suma paciencia y tenacidad, para no autoaniquilarnos en el intento–, existan todavía quienes persisten en querer ver enemigos imaginarios, ahí donde está fuera de toda duda razonable que no hay sino pueblos hermanos y herederos de una tradición común, que es lo que México y España, y en general el resto de los países de América Latina son.

Que sí, que se puede discutir todo lo que se quiera la justicia de los procesos históricos que se desencadenaron con el encuentro entre América y Europa, ni dudarlo; a bien de decirlo como corresponde, de semejante deudo histórico, como de lo convulso que resultó para el llamado Nuevo Mundo dicho encuentro, es que se alimentó durante el siglo XX toda una historiografía nacional que sistemáticamente desdeñó la necesidad de abrazar nuestro pasado con ánimos reconciliatorios, haciendo en cambio el intento de despreciar y/o aborrecer nuestra herencia hispánica. No será pues apostando por alimentar discursos que sólo invitan al encono y/o al divisionismo, que consigamos la responsabilidad de hacernos cargo por las insuficiencias resultantes de nuestra emancipación.

Persistir en culpar a la actual España por los resabios de nuestra propia irresponsabilidad como país independiente, arguyendo la pretensión de reparaciones históricas materiales y/o simbólicas, ya lo mismo con disculpas diplomáticas que con comunicados oficiales de por medio, resulta poco menos que irresponsable, al tiempo que revela la cortedad de miras de quienes así piensan. Si es verdad que realmente a lo que aspiramos como país con bríos de transformación y progresismo, es a superar los entrampamientos del encono y/o el divisionismo, reconociendo lo inútil e infructuoso que resulta propiciar interpretaciones sesgadas y/o maniqueas de la realidad, haríamos buen comienzo haciendo el esfuerzo sincero por propiciar una relaciones internacionales fuera de la órbita de lo ideológico.

No es pues insistiendo en tomar por enemigos a los pueblos hermanos como el de España o cualquier otro del espectro latinoamericano, que nuestro país conseguirá superar las insuficiencias de su condición de nación en el subdesarrollo. Pretender una óptica semejante, equivaldría a suponer, por poner un ejemplo un tanto chocante, que la propia España culpara de sus problemas actuales a los resabios del imperialismo árabe, –que ocupara la península hispánica por espacio de ochocientos años–, a cualquiera de los países de Medio Oriente que hoy subsisten en la zona, lo cual resultaría por demás ridículo.

Resulta pues irónico que la toma de posesión de una nueva presidencia en México termine siendo la ocasión de revivir luchas intestinas imaginarias a cuenta de un pasado en el que si bien hay mucho por lo que cuestionarnos, tendríamos que necesariamente comenzar haciéndolo de cara a nosotros mismos. Hay que decir las cosas como en realidad son, buena parte de los tropiezos históricos vividos por nuestro país durante su primer siglo de existencia, se gestaron y/u originaron a merced de nuestra propia incapacidad para ponernos de acuerdo respecto al modo de autogobernarnos. Lo que sin duda fue muy hábilmente aprovechado por cuanto país lo consideró posible o útil en términos de sus propios intereses.

No invitar a la toma de posesión de la nueva presidente de México, como corresponde a quien a todas luces representa por su investidura al Jefe de Estado de España, además de un exabrupto innecesario, pone de manifiesto la extrema cortedad de miras del gobierno por iniciar que tal parece que promete seguir apostando por atizar antagonismos novelescos de dar pena.

Para terminar pronto, si de lo que realmente se tratara es de oponerse al imperialismo beligerante de las grandes potencias, por qué no comenzar entonces por el que al día que hoy siguen ejerciendo las potencias imperialistas vigentes: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia o China; ni que decir de los propios enemigos domésticos del Estado mexicano, que le disputan la titularidad de su autoridad, piénsese por ejemplo en los numerosos grupos del crimen organizado que hoy suplantan en prácticamente todo el país al propio gobierno de México.

Ese mismo gobierno que invita a recibirlos con abrazos, no balazos; o es que la cosa nomás es de dientes para afuera y con claros tintes propagandísticos y políticos, para entretener a propios y extraños. Qué me van a decir, qué esos si están bien cabrones, y/o que esos si son de temer, por lo que mejor es irse con cautela. ¿Somos o nos hacemos tontos? ¡Para eso me gustaban! Hasta en eso se parecen Morena y el viejo PRI, en que todo lo que dicen defender, lo hacen siempre de dientes para afuera y contra enemigos imaginarios que permiten manejar cómodamente una retórica combativa, al tiempo que se hacen tontos con los poderes facticos que hace años les vienen comiendo el mandado.

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