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viernes, octubre 18, 2024

RELACIONES SENTIMENTALES Y ATRACCIÓN

El chacal, el vago sin futuro, el cínico encantador que a todo juega y con nada se compromete, y/o la buchona, la mujer fatal y/o la bandida, o la come hombres que a todos da bola, así sea que no se quede con ninguno, y tantos arquetipos más tan de moda hoy en día, prenden, excitan o atraen, porque emocionan. Lo fatal, lo descontrolado y/o lo azaroso, es en esencia impredecible, incierto o arrebatado y mantiene la realidad permanentemente en una fantasía.

Fantasía en la que la voz cantante de la experiencia son las emociones fuertes, el vivir al límite sin saber nunca realmente que esperar, como si fuera acaso que no nos bastara con la vida misma; y en aunque no estoy por la labor de desenmarañar un tema tan intrincado, como la relación que subyace entre la búsqueda de emociones fuertes y una vida personalmente insatisfactoria; no es menos cierto que buena parte de nuestras experiencias más dolientes de la vida se relacionan con la perenne disonancia que mantenemos entre lo que decimos que valoramos y/o nos importa, y lo que verdaderamente hacemos.

De ahí que en más de una ocasión se escucha decir que la vida no es nunca la que alguna vez pensamos que sería, o se nos dijo que debía de ser. Porque una cosa es lo que se aconseja, y otra terriblemente distinta la que acontece o auténticamente nos permitimos. Y sin embargo, le duela a quien le duele, o le perjudique a quien le perjudique, no hay nada nuevo bajo el sol, que así lleva siendo desde hace generaciones. Se nos dice y/o indica de todo, pero al final cada uno resuelve como puede o se las ingenia, ya lo mismo por inexperiencia, que por soberbia, obstinación o rebeldía y ese bendito sentimiento de sentirnos tan únicos o excepcionales, como si creyéremos que la nuestra será la historia que logre demostrar, que a veces se puede ser feliz contra todo pronóstico.

En dicho sentido, si semejante dinámica se extrapola al incierto terreno de las relaciones de pareja y/o a los detonantes de la atracción entre los géneros, o a las llanas razones de por qué nos gusta una persona y no otra, está claro que aunque no se busque que así sea, más de uno va terminar muy a su pesar severamente lastimado. Porque digámoslo con todas sus letras: No hay nada más decididamente incierto o caprichoso, que el deseo humano y/o la atracción. Las pasiones y/o el arrebatamiento por quien es capaz de despertar nuestros instintos más primitivos, es todo, menos justo y/o racional u obedece al sentido común. Para decirlo todavía más claro: El deseo no es negociable. Cuando alguien te gusta se nota, y cuando no te gusta o te prende, se nota todavía más.

En una sociedad como la nuestra, en la que la fantasía suplanta por insatisfacción con la realidad lo que es, frente a lo que en realidad buscamos, así sea que luego todo salga mucho peor de lo que un principio hubiéramos querido. Es muy lógico que cualquier realidad decepcione sí o sí. Lo que es más, una vez rota la fantasía, recomienza el ciclo. Y que me digan lo que quieran, pero eso es síntoma de inestabilidad emocional y también de incapacidad para establecer compromisos duraderos. Así que ya saben, si lo que les gustan son los puros momentos emocionantes, queda claro que no están preparados aun para una relación que realmente valga la pena.

Si lo de involucrarte con un –o una, según sea el caso, porque esto la acontece por igual a hombres y mujeres, sólo que por distintos motivos–, psicópata narcisista y maquiavélico, que te calienta mucho, y encima te parece encantador por su cinismo, que te promete el desastre épico de vivir al límite, no te parece lo suficientemente sombrío con respecto a tu propia vida sexo afectiva, que sin duda terminará tarde que temprano hecha un lío, al menos piénsalo dos veces, en términos de no traer al mundo más hijos persistentemente lastimados, por las insuficiencias de un padre ausente o manipulador y poco o nada responsable afectivamente hablando, que te lleven a terminar concluyendo falsamente, que el valor de una paternidad responsable carece de importancia real.

Que vamos, si sabiendo que quien te atrae –por mucho que esté más que claro que lo ves por donde lo veas, no te conviene–, es un desastre en los aspectos más elementales de la vida, al menos ten el coraje de negarte a tus impulsos primarios, antes que terminar haciendo mierda la vida de posibles hijos. Porque peor que tener una vida miserable por elección propia, es que le hagas la vida miserable –por egoísmo o capricho–, a quien más debería de importarte.

Pero ojo, que el deseo y/o los desencadenantes de la atracción por una persona y no por otra no sean negociables. Porque sencillamente están o no están, se dan o no se dan, no significa que tengamos porque conformarnos con establecer vínculos afectivos y/o de pareja con personas que claramente están muy por debajo de lo que cualquiera merece. Sólo significa que lo que se debe buscar, –por difícil que puede parecer–, es la conjugación de un equilibrio lo más óptimo posible entre quien nos atrae más allá de cualquier explicación plausible –lo que se situa en el plano de la compatibilidad químico-hormonal– y quien está auténticamente dispuesto a jugarse por nosotros en el sentido más llano de la palabra. Porque a los sueños y/o las fantasías las termina doblegando la realidad

Que si algo hace la realidad con singular eficiencia, es obligarnos a tomar decisiones prácticas y/o sostenibles, a riesgo de que si no lo hacemos de ese modo, terminamos pagando consecuencias cada una más desagradable o dolorosa que la otra. Porque hacer castillos en el aire con razones que caen por su propio peso, sólo para evadir una realidad que no nos termina de gustar, podrá resultar todo lo emocionante que se quiera. Más si el terreno en el que nos hallamos es el incierto mundo del coincidir con una persona capaz de romper nuestra monotonía. Pero asumir y/o querer apostar a que se puede permanecer viviendo al límite sin por ello terminar pagando cualquier cantidad de consecuencias, es una posibilidad por demás singular. Por no decir que sumamente infrecuente, por mucho más si a la ecuación de la llana atracción se le suma el intrincado mundo de lo emociona l.

En cuyo caso la situación se vuelve todo un coctel de singularidades en las que se puede terminar mal librado, casi por cualquier motivo. Lo que lleva a más de uno, –se trate de hombres o mujeres–, porque este es un juego en el que ambos suelen salir lastimados sí o sí. Por mucho que sea más fácil escuchar a las mujeres hablando abiertamente de estos temas, en tanto que los hombres suelen ser más reservados al respecto. Lo que no quita de decir que en los últimos tiempos esta tendencia se ha ido equilibrando cada vez un poco más, y hoy son cada vez más los hombres que se animan a hablar de estos y otros temas relaciones, con igual o mayor apertura que tradicionalmente lo han venido haciendo las mujeres.

Una dinámica que de a poco empieza a revelar que las inquietudes de unos y otros suelen ser de común, mucho más parecidas o coincidentes de lo que se suele asumir o considerar. En ese sentido por lo que a mí respecta, he de decir que no juzgo a quienes tras de muchos tropiezos deciden encerarse en sí mismos, aduciendo que no tiene mucho caso apostar por la empatía y/o la más llana apertura emocional en un mundo de la atracción que es de todo, menos justo.

Sirva para dato decir que por razones muy diversas de crianza, educación y selección natural, a una alta proporción de mujeres, –cerca del 80%–, las seduce y/o atrae más los patanes o “chicos malos”, ahora llamados “fuckboys”, que básicamente terminan siendo el 30% de la población masculina, lo que significa que el resto de hombres termina descartado, o como dice la chaviza: friendzondeado.

Por eso luego se escucha de común, que todos los hombres son iguales, porque casi siempre las chicas caen con ese mismo perfil de patanes. Tipos que conjugan simultáneamente rasgos de narcisismo, psicopatía y maquiavelismo; que vamos, los buenos o empáticos y atentos, aburren y/o fastidian y empalagan, siendo en general aquellos a los que mandan a la “friend zone”, en tanto que los patanes emocionan y calientan, porque viven de común al límite, mostrando una falsa seguridad en sí mismos. Prometiendo emociones fuertes.

Pero como se dice en la calle: en el pecado llevan la penitencia, porque el tipo malo, es también un tipo extremadamente promiscuo, comúnmente violento y con poca tolerancia a la frustración, por no hablar de poco o nada responsable afectivamente hablando. Con los años he ido entendiendo que el punto no es dejar de ser uno mismo, sino mucho más cautos y observadores y necesariamente selectivos de a quién es que le brindamos nuestra mejor versión, porque está claro que no cualquiera merece tantas consideraciones. Y otro tanto ocurre con el mundo masculino, porque idénticas consideraciones, pero por motivos diferentes, cabe considerar para el mundo de los hombres.

Pero siendo esta una cuestión que merece mucha más detalle en la profundidad del análisis, me reservo su descripción para una futura entrega. En todo caso, lo que si me parece necesario de poner en contexto es que mientras temas del estilo no se socialicen como motivo de discusión pública, difícilmente conseguiremos superar sus efectos más nocivos. Lo cual es el punto medular de la cuestión, porque más allá de reconocer públicamente su incidencia en nuestra vida diaria, la discusión de estos y otros temas parecidos debe ofrecer la posibilidad de propiciar nuevos modos de entender las relaciones humanas. Que nos den la oportunidad de generar vínculos emocionales mucho más plenos y/o satisfactorios.

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