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domingo, diciembre 22, 2024

DE LA MEDIOCRIDAD Y SUS EFECTOS SOCIALES

Un comentario personal en torno a la mediocridad y sus efectos sociales.

A menudo he escuchado aquello de que tenemos tan buenas ideas, pero no hacemos con ellas ni la mitad de lo que podríamos o deberíamos; ni lo hacemos en términos de desarrollo del pensamiento, ni mucho menos en el terreno de lo operativo. Tal nivel de abandono simultáneamente personal y colectivo, no puede tener otro desenlace que el de la mediocridad por autosabotaje. En tales condiciones muchas potencialidades permanecen sin llevarse a la práctica.

El efecto destructivo de capacidades y potencialidades sin explotar, que no se traducen en ningún logro social (pero tampoco personal), es doble, se pierden oportunidades de crecimiento para todos, pero también aumentan los costos que se pagan para resolver problemas cotidianos. Con ello se garantizan perennes condiciones de subdesarrollo; el caldo de cultivo perfecto para que el oportunismo de unos cuantos, prospere hasta terminar apropiándose de todo, en detrimento del resto de la sociedad, sin que el resultado final les importe mucho a quienes mayores beneficios sacan de que todo permanezca como es.

La mediocridad es cosa seria, implica por principio de cuentas, que lo que mejor hacemos es autosabotearnos: postergando realizaciones por los motivos más estúpidos o inverosímiles; perdiendo el tiempo en anestesiarnos con hábitos poco saludables y/o adictivos, lo mismo que cultivando lazos de amistad o relaciones con personas que en vez de alentarnos a salir adelante y crecer, celebran la autoindulgencia, al tiempo que se regocijan de vernos caer una y otra vez, sólo para confirmar que hay gente igual de miserable que ellos mismos.

A propósito del tema, alguien me dijo alguna vez, que la energía que empleamos en enfadarnos con nosotros mismos y/o en justificar nuestra propia miseria, es la misma que podríamos usar para trabajar en superar lo que nos molesta, inhibe o condiciona. Y no lo sé, desde luego que algo de cierto hay en que el esfuerzo invertido en ofuscarnos o culparnos de lo que no ha podido ser, perfectamente podría invertirse en superar los conflictos que inhiben nuestras capacidades. Pero la cosa es que a veces, incluso sin darnos cuenta, invertimos mayores esfuerzos en no conseguir nuestra autorrealización, que en propiciarla.

Podrá sonar chocante decirlo de este modo, pero por extraño que parezca, ser conscientes de las incidencias que han comprometido el cumplimiento de nuestras realizaciones más significativas, dice muy poco de las razones por las que tales incidencias han resultado tan significativas; ojo con el tema, existe un mundo de distancia entre preguntarnos qué nos ha impedido conseguir lo que anhelamos, y responder por qué tales motivos han resultado tan personalmente importantes como para hacernos perder mucho más tiempo de lo necesario.

Responder la cuestión con brutal honestidad, puede ser la diferencia entre levantarnos para resolver a nuestro beneficio todo lo que nos propongamos, e ir persistentemente de tropiezo en tropiezo sin conseguir nada significativo, y lo que es peor, autoreprochándonos por no resolver nada sustancial, o culpando a la vida misma de nuestro mal pasar, cual si una suerte de destino fatal ajeno a nosotros mismos nos impidiera autorrealizarnos. Es fácil pensar qué queremos y/o buscamos en la vida, incluso advertir las razones que lo han impedido o condicionado. Pero pocas veces reparamos en por qué hemos puesto más importancia a los obstáculos enfrentados, que a las capacidades con las que contamos para superarlos.

Una cosa es segura: la mayor falta de respeto que se puede cometer en contra de nosotros mismos, es la obstinación de no vernos conseguir lo que anhelamos, por no sentirnos dignos de triunfar. Y mientras sea de ese modo, es altamente probable que invirtamos mucho más esfuerzo en malograrnos, que en autorrealizarnos. Pero si la disyuntiva no estuviera entre algo tan remediable como perder o triunfar, y en cambio fuera entre vivir o morir, ¿estaríamos todos tan ridículamente encariñados con no vernos ser nuestra mejor versión?

Francamente lo dudo; la diferencia entre quien invierte su talento para realizarse y quien por el se juega el todo por el todo, es abismal. Pero no es casualidad que sea de ese modo, después de todo, como dijera alguna vez un Politólogo de sumo renombre: la realidad obliga. Sólo cuando estamos al límite es que somos verdaderamente capaces de comprender de qué es que estamos hechos. Sólo cuando las cosas están entre permanecer o claudicar, es que se comprende a cabalidad el contenido de nuestras motivaciones, y/o la veracidad de todo aquello en lo que decimos que creemos o nos importa.

En cualquier caso superar la mediocridad es cosa de olvidar quiénes somos y/o de dónde venimos y a dónde es que esperamos llegar. En ese sentido, con frecuencia he escuchado aquello de que aprendemos lo que recordamos, pero decir que aprendemos lo que recordamos, es una de la más grandes mentiras que por conveniencia y comodidad cultivamos; se nos repite en casa, se nos repite en la escuela, como en lo laboral y la vida misma; si se nos enseña a vivir a partir de dicho axioma, es porque tal principio es uno de los que más eficientemente reproduce las condiciones estructurales necesarias para manejar más eficientemente a una sociedad, que no se mueve, que no cuestiona, que permanece perennemente apoltronada. Pero no, no aprendemos lo que recordamos, o lo que mejor memorizamos, aprendemos lo que nos mueve de tal manera, que no existe posibilidad de permanecer indiferentes.

Aprender –a superar la mediocridad o cualquier otra condicionalidad que ponga en entredicho nuestras capacidades–, es un llamado permanente a la acción, no aprende el que mejor recuerda o no olvida, sino quien convierte lo vivido en un referente que lo moviliza todos los días de un modo distinto, resignificando simultáneamente su propia realidad y la del entorno en el que vive. Aprende el que se transforma y resignifica su realidad, el que no se conforma, el disidente, el contestatario, el rebelde, el insurrecto de su propia comodidad y mediocridad, el que tiene la osadía de cuestionar y cuestionarse a sí mismo, de derribar sus propias limitaciones hasta convertirlas en la punta de lanza de sus mayores capacidades y talentos. Aprende el que se moviliza no por sus pasiones o los impulsos, sino el que tiene la osadía de movilizarse por el interés superior de hacer de sí mismo un hombre nuevo, un verbo en acción, con sentido y propósito.

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