Esta semana cumplo una década escribiendo de manera pública; una feliz circunstancia de la que mucho tengo que agradecerle a los caprichos de la vida, como a la amabilidad de aquellos que así me lo han permitido, dándome la posibilidad de que diga lo que pienso, lo mismo de la localidad que del acontecer nacional. Lo que no significa que en más de una ocasión no hayan faltado los intentos de censura y/o presión, para que modere mis opiniones, cuando me da por decir algo que aunque muchos piensan, pocos se atreven a decir.
Si bien es cierto que lo de escribir fue algo a lo que me hice aficionado desde los 12 años, cuando me dio por comenzar a escribir pequeñas reflexiones en torno a la vida, lo mismo que micro ficciones o poemas –todos terriblemente malos, dedicados a alguna amiga o compañera de escuela que me gustaba–, nunca me imaginé que lo de escribir fuera a ser en lo más mínimo, algo que terminaría acompañándome el resto de mi vida; ni que decir de hacerlo de forma pública, porque en lo personal, lo de escribir fue siempre un ejercicio de introspección, que ejercía de forma solitaria, por tener con que matar el tiempo en mi adolescencia.
En aquella época –por ahí de mediados de los años 90’s–, lo mío jugando a escribir, se limitaba como mucho, a ir de un lado a otro todo el día, con un cuaderno y un bolígrafo, a la espera de que alguna idea lo suficientemente interesante sobre la que pensar, me viniera a la mente, con el propósito de dejarla por escrito. Por no hablar de los episodios cotidianos de mi adolescencia, que con más frecuencia de lo deseable me frustraban; circunstancias a las que dediqué por años muchísimas líneas, sin mayores pretensiones que las de aprender a lidiar con aquellas cosas que afectándome, sentía que no tenía modo de remediar.
Sin embargo, he de confesar que jamás de los jamases se me ocurrió que semejante hábito de escribir pudiera terminar convirtiéndose en una empresa personal a la que he terminado dedicando prácticamente la mitad de mi vida adulta. Si bien es cierto que siempre fui de leer tanto como podía, –actividad en la que me perdía a veces por días enteros como si no hubiera un mañana, ni que decir cuando había temporadas de vacaciones o días de asueto–, lo de escribir era un ejercicio que miraba como muy ajeno o inaccesible a mi propia realidad. Porque siempre sentí que escribir era una actividad reservada a mentes privilegiadas, lo mismo que a personas en una posición económica lo suficientemente desahogada, como para no tener porque preocuparse por nada más, que el goce de escribir.
Ahora que bien, también he de reconocer sin mayores consideraciones que otro de los motivos por los cuales jamás pensé que alguna vez me daría por escribir –prácticamente de diario–, se relacionaba en buena medida, porque aunque hacerlo es algo que siempre disfruté. Tan pronto comencé a hacerlo de forma rutinaria –por ahí de los 16 o 18 años–, me fui dando cuenta que escribir lo que uno piensa, se trate o no de un tema público, es siempre un modo extremadamente sencillo de levantar ámpulas y/o polémicas, por no hablar de hostilidades intestinas estúpidas, –con más frecuencia de lo que uno cree, comenzando el propio entorno, el cual si no comparte el propio gusto por escribir, no pierde nunca la ocasión de ejercer hostilidad para ironizar y/o descalificar lo que se escribe.
Por extraño que parezca, poco cambio hizo por mi ímpetu de escribir, que terminara estudiando Ciencias Sociales en mi etapa universitaria; primero Economía, posteriormente Relaciones Internacionales y Ciencia Política. Escribir quedó siempre confinado, al tipo de actividad que ejercía en solitario, siempre para mí mismo, como quien escribe lo que piensa y/o vive en un diario o bitácora. En mi propio camino de vida no hubo talleres formativos, ni encuentros con figuras de renombre en mis años mozos, como ocurre con personas que gustan del oficio de escribir. No, para mí escribir fue siempre un ejercicio íntimo, solitario, personal. Algo que ejercía por mero gusto, lo mismo para olvidar –lo que me lastimaba–, que para rememorar aquellas experiencias gratas de las que ansiaba dejar testimonio.
En tales condiciones, lo que menos me imaginé, es que alguna vez me vería escribiendo de forma habitual, ni que decir de hacerlo con pretensiones públicas; primero porque en lo personal nunca creí reunir las condiciones necesarias para hacerlo, como porque al no provenir de un entorno familiar que lo favoreciera o lo valorara y/o lo alentara, –como es que ocurre en aquellos entornos en los que la cultura o el arte se considera algo significativo–, la idea de querer dedicarse a escribir, fue siempre infravalorada, como incomprendida, por no decir que despreciada. Pero como siempre se ha dicho, a veces los caminos de la vida son un tanto caprichosos e inesperados.
Para el caso, he decir que lo de escribir más allá de los confines de mis propios cuadernos de notas, fue algo que ocurrió de forma por demás accidental como fortuita, porque una amiga topó alguna vez, –por ahí de fines de 2010–, con un cuadernillo de apuntes y/o escritos. Escritos que si bien no pasaban de ser meros garabateos personales de todo tipo de temas cotidianos, algo debieron haber tenido para que los tuviera en cuenta.
Lo sospecho de ese modo, no porque fueran especialmente interesantes, sino por la insistencia que tuvo tras de hojearlos, –algo que ocurriría en aquella ocasión, al realizar una reunión en mi casa, por mero descuido, porque como ya he dicho, nunca fui de mostrarle a nadie lo que escribía–, para insistir en presentarme a un tío suyo que auténticamente se dedicaba al oficio de escribir. Lo expongo así, para reconocer con toda honestidad, que quizá de no haber ocurrido semejante episodio, hoy seguiría escribiendo en total soledad, lejos de la mirada de cualquier curioso y/o morboso con el tiempo suficiente para detenerse a leer lo que escribo.
Ese y no otro, fue el punto de inflexión al que debo la posibilidad de poder decir públicamente lo que pienso; una posibilidad que no ha estado exenta de costos personales por demás onerosos, pero de la que no me arrepiento en lo absoluto, porque no hay nada más significativo que la libertad de poder decir, pase lo que pase y por más incómodo que sea lo que escriba: esta boca es mía… Lo reconozco así, porque ahí fue donde se desencadenaron la serie de eventos que me llevarían desde octubre de 2013, a comenzar a escribir de forma pública.
Y si bien es cierto que hacerlo, ha tenido en más de una ocasión sus sinsabores, cuando por decir lo que pienso –sobre todo cuando lo que digo no cuadra con la corriente dominante de pensamiento–, se me ha terminado pasando factura, lo mismo en lo académico, que en lo profesional. No es menos cierto que escribir de forma pública, me ha permitido coincidir con todo tipo de personas, en cuyo encuentro he tenido la posibilidad de reconocer que la vida está llena de sorpresas, y que lo mejor estará siempre por venir, en la medida que nos decidamos a ser agentes de cambio, y a no quedarnos callados frente a lo que ocurre en nuestro diario vivir. Dedico pues estas líneas, a todas aquellas personas que la posibilidad de poder escribir públicamente, me ha permitido conocer.