En política nada ocurre al azar, si ello se suma que la política se hace y/o justifica para acrecentar espacios de influencia, es justo decir que el año entrante está por jugarse el más importante de los espacios de influencia que existe en este país, el de la presidencia de la República. De ahí la importancia de la jornada electoral del domingo 4 de junio del presente año, en la que se celebró elecciones tanto en Coahuila, como en el Estado de México.
Una jornada cuyo saldo no sorprende en lo absoluto, porque no hizo sino confirmar lo que ya desde hacía meses se presagiaba: el PRI ha terminado perdiendo su bastión electoral más importante; y si bien es cierto que habrá de mantener su control sobre Coahuila, por la fuerza que en aquella entidad tienen los Moreira, no está del todo claro que el propio PRI tenga la fuerza para recomponerse en lo nacional y operar como habitualmente acostumbra. Lo cual sin duda promete ser un factor decisivo de cara a la elección presidencial de 2024.
Y es que se lo diga o no, es un hecho que tras la jornada electoral de este domingo, comienza de facto la lucha por la presidencia. Una lucha en la que salvo que una conjunción de factores muy improbable debilitara las actuales tendencias de intención del voto, todo parece indicar que Morena habrá de refrendar su posición al frente del poder Ejecutivo. En tales condiciones, el único de los escenarios –por demás improbable–, en el que la oposición tendría alguna oportunidad, al menos de competir, es que las propias pugnas internas de Morena terminaran escalando, hasta el punto de generar desconfianza en el electorado.
Sin embargo, considerando lo recientemente ocurrido en el Estado de México, aunado al hecho de que la oposición no ha conseguido en todo lo que va del sexenio capitalizar los episodios más polémicos de la actual administración federal, para constituirse como una opción creíble y/o atractiva a la ciudadanía. Todo hace presagiar que siendo aún muy altos los índices de aprobación ciudadana para con el Presidente, y siendo su partido en los hechos el nuevo partido hegemónico, el año entrante promete ser un año redondo para la llamada 4T.
Ahora que bien, la derrota de la Alianza PRI-PAN-PRD en el Estado de México, plantea en lo nacional un auténtico nudo gordiano para la oposición; por un lado se antoja difícil que replicar la estrategia de ir juntos vaya a resultar una opción cuando menos competitiva, porque ya lo de ganar se antoja imposible; por otro lado, si bien es cierto que la oposición cuenta con algunas figuras públicas medianamente identificables, la gran realidad es que ninguna ha conseguido hasta el momento, constituirse como un liderazgo que verdaderamente logre rivalizar al gobierno en turno.
Y lo que es peor, las pocas figuras que pudieran considerarse, tienen pocas o nulas posibilidades de éxito, tanto por la pobreza de sus argumentos, como la descompostura de sus intervenciones públicas, que no han conseguido sino minar la escasa credibilidad que alguna vez pudieron haber tenido.
Por ello no es ninguna sorpresa constatar que la intención del voto de cara al 2024, no ha sufrido la más mínima alteración; la mayoría de los sondeos al respecto, indican que de mantenerse las condiciones que hoy prevalecen, Morena terminará ganando la elección con una intención del voto de entre el 55 y el 60%; intención que tras los resultados del domingo, y considerando la solidez del propio partido en el gobierno, no hará otra que mantenerse o incluso acrecentarse conforme las elecciones se acerquen. Y no parece que exista, al menos en el actual escenario, una contradicción gubernamental lo suficientemente significativa para alterar la inercia que hasta aquí se ha seguido. Así las cosas, salvo que algo extraordinariamente anómalo aconteciera, todo augura la permanencia morenista.
En tales condiciones, lo más a lo que un hipotético bloque opositor puede aspirar, asumiendo que sus posibilidades reales de ganar la contienda presidencial se antojan nulas, es a evitar que Morena se haga con la mayoría en el Congreso, así como a intentar arrebatarle la Ciudad de México. Porque como no consiga ninguna de tales posibilidades, no sólo promete mantener su marginalidad, encima es muy posible que sus propias insuficiencias terminen de sepultar cualquier aspiración futura, lo que es tanto como decir que terminará quedando a la espera de que sea el propio desgaste del gobierno, el que ofrezca mejores condiciones competitivas para cualquiera de sus intentivas.
Y es que aunque las condiciones están dadas para anticipar, de forma por demás nítida lo que habrá de ocurrir en breve, como también es cierto que a la oposición no le quedan en realidad muchas opciones al respecto, tampoco queda claro que la totalidad de los hipotéticos integrantes de un bloque opositor, estén dispuestos a ceder un ápice sus respectivos cotos de poder. Por lo que no es nada raro terminar pensando que la elección del año por venir termine siendo para la propia oposición la crónica de una muerte anunciada prematuramente.
Desde luego que no han de faltar los que consideren que quizá sea todavía muy pronto para decir qué habrá de suceder en un año, y que de hecho “cualquier cosa puede suceder”, pero es un hecho que teniendo en cuenta lo que hasta aquí ha sido, así como lo poco que las tendencias se han movido a lo largo del actual periodo de gobierno, se antoja difícil otro escenario al que aquí se ha descrito. Lo que no significa que el propio desgaste gubernamental no pueda ser un factor que pudiera resultar crucial. Sin embargo, es un hecho que hoy por hoy Morena se enfila a la segura para refrendar su posición en el Ejecutivo.
Para el caso lo que es ya un hecho, es que terminados los respectivos procesos electorales, tanto en el Estado de México, como en Coahuila, ha comenzado ya la carrera por la sucesión presidencial. Y ha comenzado con un sabor harto familiar para las condiciones que históricamente han prevalecido en el sistema político mexicano, con una figura presidencial sobrada en reflectores, y un partido cuasi hegemónico dominando la escena, una auténtica maquinaria electoral hecha para llevarse, como antaño se decía: el carro completo. Esperemos que no sea este el resurgimiento de un régimen que llevó generaciones desmantelar.