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domingo, octubre 27, 2024

THE BEST OF ENEMIES

The best of enemies” o “Los mejores enemigos”, es una extraordinaria película basada en hechos de la vida real, y nos cuenta una interesante historia sucedida en los años setenta en Carolina del Norte, en la que participan dos singulares personajes, Ann Atwater y CP Ellis, entre otras figuras importantes.

Este es un contundente ejemplo del significado de la verdadera gestión, de la colaboración vecinal, de la solidaridad comunitaria, de la lucha social, del activismo político, y nos demuestra cómo, las pequeñas ciudades de los países en vías de desarrollo, en lo que se refiere a temas ciudadanos, estamos en pañales.

El título de esta película lo dice absolutamente todo, porque los personajes centrales se encuentran en dos polos opuestos, se ubican en los extremos, representan intereses que parecen irreconciliables, y evidentemente tienen actividades y posturas antagónicas, a tal grado de identificarse públicamente como enemigos, pero no por asuntos viscerales, intrascendentes, o minúsculos, como en algunas pequeñas ciudades de los países tercermundistas, sino por circunstancias históricas, por motivos arraigados en sus vidas, por causas originadas en temas de racismo, discriminación, intolerancia, derechos civiles y sociales.

La película nos presenta un ejercicio de participación ciudadana digno de análisis y de ejemplo para aquellos que se dicen representantes populares, para quienes se proclaman líderes naturales de causas justas, para quienes se atribuyen las banderas de cualquier movimiento social. Se trata de un ejercicio democrático en donde se da voz, intervención, y voto en condiciones de igualdad a dos posturas encontradas.

Y es precisamente el eventual acercamiento, la convivencia forzada, el diálogo inevitable, el trabajo conciliatorio, el tiempo, el esfuerzo y la dinámica de grupo, lo que constituye una valiosa oportunidad para conocer a la otra parte, quizá para entenderla, y por que no, hasta para ayudarla. Pero, este sistema moderno de mediación, tan efectivo y tan democrático, está muy lejos de ser adoptado por esas pequeñas ciudades que han quedado atrapadas en la repugnante demagogia.

En la demagogia, es más fácil polarizar que lograr acuerdos entre personas que tienen más coincidencias de las que imaginan. En la demagogia, es más sencillo confrontarse con todos, que aterrizar propuestas concretas a problemas comunes.

En la demagogia, es muy cómodo impulsar iniciativas que originalmente pueden ser genuinas, pero que se van desvirtuando hasta convertirse en monstruos de mil cabezas. En la demagogia, quienes encabezan un movimiento, gustan adherirse al mismo con carácter de vitalicio, aunque nunca tengan un resultado, o, aunque el propósito primigenio se haya desvanecido.

Tal parece que nunca vamos a entender de qué se trata el servicio público, la participación ciudadana, o el activismo social. Y seguiremos igual que siempre, sumidos en la ineficacia de las políticas públicas, porque los líderes y tomadores de decisiones se niegan a someter sus propuestas a la mediación, a la conciliación, a la negociación.

Seguiremos estancados en la corrupción del sistema, porque la mayoría se niega a ceder ante los intereses legítimos de terceros y prefiere chicanear cualquier procedimiento que solucionar de forma transparente un conflicto.

Seguiremos en franco retroceso político mientras no entendamos que determinados cargos son de carácter eventual, que los periodos de gobierno concluyen y se debe permitir el acceso a otras personas, que lo más importante para un verdadero activista social no es tener un cargo en el que se forre de billetes, él y sólo él, sino simplemente ayudar a los demás, pero no estamos listos para esa conversación.

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