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viernes, septiembre 20, 2024
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AMAR A QUIEN NO LO MERECE

Existe un punto en la vida donde las circunstancias te pegan tan duro y de forma tan reiterada, que ya ni siquiera sientes que te están pegando. Te ha pasado todo tan por encima, que dejas siquiera de dolerte. Quedas por unos instantes, como en animación suspendida.

Y justo cuando crees que no podrían golpearte más fuerte, es cuando llegas a esa encrucijada en la que te das cuenta que estás, entre dejar que te destruyan y/o destruirte tú mismo, y dejar de atormentarte.

Para desde ese mismo punto comenzar a reinventarte. Sabes que es eso, o no parar jamás, hasta aniquilarse. Y te decides a encarar, a volver a pararte, a recoger uno mismo los pedazos de quien alguna vez fuimos. ¿Cuándo permitirás que ese momento te llegue? ¿O es que no piensas dejar que llegue nunca? ¿Por qué será que nos conformamos con tan poco? Y no, deja ya de jugar contigo misma, con esa injusta idea de suponer que resistes porque eso y nada más que eso fue lo que aprendiste en casa con tus viejos.

Porque ni en el peor de los infiernos posibles, se ve que quienes te dieron la vida quieran verte replicar sus más horrendas carencias. Ya debería haberte quedado muy claro: Ningún sentimiento por intenso que este sea, justifica el tormento de una mala relación. ¿Por qué entonces resistir contra todo pronóstico? ¿En el nombre de qué es que sufrir y/o lastimarnos nosotros mismos persistentemente tiene sentido?

No, no hay razón alguna para soportar tanto, por tan poco. Amar o quedarse con quien no te merece, –porque te lo demuestra de continuo en cada acto rutinario de desprecio con el que te humilla, mortifica, agrede o descalifica–, no tendría porque ser un dilema.

Lo voy a repetir de nuevo, por si con leerlo una sola vez no te ha bastado: amar o quedarse con quien no te merece, no tendría porque ser un dilema. ¿Qué carajos es lo que estás dudando y/o esperando para salir del infierno en el que por elección propia vives? ¡Madura con un carajo!

Madura, autorrespétate y comienza a tratarte con la justicia amorosa que mereces. Deja de ser tan miserable y/o conformista contigo mismo. Porque nada justifica el tormento de una mala relación; ni el tiempo, ni los recuerdos, ni los hijos en común, ni las esperanzas de un cambio.

Nada, absolutamente nada, justifica el tormento de una mala relación. ¿De qué sirve que decidas oponerte al desprecio de tu propio entorno familiar, si vas a terminar remplazando el desprecio y/o la incomprensión de los tuyos, con lo peor que otros son capaces de darte, sólo porque has decidido que les vas a amar?

No creo que nadie merezca conformarse con tan poco. Que cuando una relación duele, nos degrada y/o lastima, pero continuamos, no es amor, es apego. Y si el tema es de apego, es preciso ponerle un alto, cueste lo que cueste. No digo que sea fácil, (nada importante lo es), pero ningún vínculo afectivo –por significativo que nos sea–, puede o debe estar por encima de nuestra integridad personal.

Podría decirlo distinto, pero lo cierto es que nada cambiaría lo fundamental de preservar nuestra salud emocional, con la misma vehemencia que se aconseja cuidar la salud física. De ahí la importancia de alejarse de aquellas personas tóxicas, que aunque las queramos o digan querernos, no hacen otra cosa que sacar a relucir nuestros rasgos más oscuros.

Lo difícil no será decidir que te alejas; no, lo complejo es no terminar envuelto, (lo mismo por tristeza, que por soledad o angustia), en un nuevo ciclo de violencia que nos lleve a repetir tropiezos pasados.

Y ojo con el tema, porque superar tal entrampamiento, va por mucho, más allá de las personas o las relaciones que con ellas establecemos, implica necesariamente tener en claro, que cuando de carencias psicoafectivas hablamos, las personas que nos lastiman, pueden incluso pasar a segundo término; lo que cuenta es el esquema al que responden en nuestras vidas.

No hacer siquiera el esfuerzo de entenderlo, puede hacernos vivir permanentemente de tropiezo en tropiezo. Incluso creyendo que no tenemos modo de remediarlo.

No es pues, la primera vez que lo digo, pero es un hecho que buena parte de nuestras necesidades, son mentiras aprendidas. Carencias originadas de la ceguera para reconocernos como seres plenos. ¿Qué sería entonces lo sustancial en una relación que no da más sí? Y la respuesta en corto –como es que se dice en la calle–, es la urgencia de salir de ahí, cuanto antes.

Para afrontar por salud propia, un duelo emocional. Duelo con el que por necesario que sea, nadie quiere tenérselas que ver, porque duele; pero llega un punto en el que ya ni la amenaza ante el dolor de una pérdida es lo suficientemente fuerte para quedarse.

¿Pero qué significa para efectos prácticos la odisea de vivir un duelo emocional? Un duelo frente a la ruptura de una relación que no da ya más de sí, o que no va a ningún lado, es la decisión entre permanecer en un dolor inútil y continuo, o tener el coraje de cambiarlo por otro dolor útil, pero además pasajero y sobretodo reparador.

Porque aunque no nos han de faltar la dudas de si estaremos o no haciendo lo correcto, o respecto a qué irá a pasar más delante, la realidad es que ahí donde no hay paz interior, ni mutuo respeto, podrá haber mucho cariño, pero de poco servirá que te quieran mucho, si ese sentimiento tiene como precio tu propia estabilidad emocional o incluso la libertad de ser tú mismo.

Y hay que decirlo con toda claridad, por mucho que nos pueda doler: Todos nos damos cuenta cuando algo no da ya más de sí, pero no todos resolvemos la cuestión como sería prudente hacerlo, (nuestra integridad personal física y o emocional no será jamás negociable).

En todo caso, para enfrentar con éxito cualquier condicionalidad que ponga en entredicho nuestra dignidad personal, lo que hace la diferencia es la determinación de superar los apegos. Hay circunstancias cuya claridad demostrativa es tal que no precisan de confirmación.

Con frecuencia escucho a personas en relaciones afectivas insatisfactorias, que me dicen que les gustaría que les hablaran con la verdad para saber a qué atenerse; y aunque la idea de que las personas en efecto definan claramente sus posiciones sería lo más sano, tampoco se puede dar por descontado que cualquier otra persona tenga necesariamente porque ser tan franca para decir a viva voz que se toma o no en serio lo que uno imagina que tienen.

¿Qué hacer entonces? Lo que siempre he dicho: si duele no es amor, y si no es amor, pero permaneces. No es amor del bueno, sino apego; en tales circunstancias no queda sino irse. Y repito, para que no quede la menor duda de lo que hasta aquí he dicho: Irse cuando las cosas no dan más de sí, significa cambiar un dolor inútil y continuo, por uno útil pero pasajero y además reparador.

Es irse no porque se haya dejado de querer o sentirse atraído por la persona, es irse porque nuestra integridad no es negociable, que nada será tan fundamental como nuestra propia estabilidad personal, e irse sin esperar confirmaciones o explicaciones de por medio, porque eso de quedarse para ver si la otra persona cambia, o para ver que la otra persona nos ame o nos corresponda como pensamos que merecemos es terriblemente injusto y no debiera ser algo que se tuviera porque soportar.

Algunos me dicen: que hueva que no me hablen con la verdad; o, por qué será que no me habla claro; y pienso: que triste que necesites palabras o confirmaciones ahí donde sus actos te lo están diciendo todo. Amar va salir siempre muy mal, como sigamos decidiendo amar a quien no lo merece.

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