Si cada quien se ocupa de su propio espacio y dedica su tiempo al cumplimiento de sus propias metas, y realiza sus actividades ajustándose a su entorno con pleno respeto a sus pares, y enfoca su energía en la satisfacción de sus propias necesidades, la vida resultaría mucho más fácil y mucho más cómoda para todos y todas, pero, sobre todo, resultaría mucho menos trágica.
Sin embargo, lo más común, es dirigirse por la senda de la intromisión en los asuntos ajenos, cruzar irresponsablemente la línea que protege la privacidad de los demás, e invadir sin justificación la esfera personal de los cercanos, complicando así la existencia propia, y de forma colateral, y a veces de forma directa, la existencia de quienes se encuentran alrededor.
Por lo mismo, me pregunto ¿Hasta dónde llegan las impertinentes pretensiones para intentar colocar por encima de una persona un determinado criterio, idea o posición? Más aún, ¿Hasta dónde llega la intolerancia para imponerle a un tercero una decisión tomada sin su consentimiento? ¿Hasta dónde llega la violencia para sujetar a una persona a una conducta contraria a su voluntad, o de plano, convertirla en un pasivo de un acto criminal?
“El lugar sin límites” del director Arturo Ripstein, es una película mexicana de 1978, protagonizada estelarmente por Gonzalo Vega, Roberto Cobo, Ana Martin, Lucha Villa, Carmen Salinas, y Fernando Soler, en la que se retrata un ángulo de la sociedad, tal vez de mucha concurrencia, pero de poca iluminación, y poca prudencia, como puede ser un prostíbulo.
En esta película no hay impresionantes postales para deleitarse, ya que el escenario principal es un modesto prostíbulo, en una casona vieja y deteriorada de un pequeño pueblo, donde desde lejos se escucha el motor de los camiones que transitan por las solitarias calles.
En esta película no hay diálogos abstractos para reflexionar por años y encontrar el mensaje oculto una década después, ya que el lenguaje es claro, es directo, es práctico. Las palabras y frases utilizadas son las estrictamente necesarias, lógicas y oportunas. El contenido es lo suficientemente explícito para no darle cabida a la duda.
En esta película no hay historias secundarias que sirvan para darle soporte a una principal, no hay desviaciones hacia personajes secundarios de carácter irrelevante, la historia se centra fundamentalmente en un triángulo de arrebato sexual y pasional muy particular: “Pancho”, “la Japonesita” y “la Manuela”, “El lugar sin límites” pone el dedo sobre la llaga en cuanto al tema de la homosexualidad, el cual se visualiza desde dos perspectivas, la de un “travesti” que actúa como artista y dama de noche, y la de un “hombre de familia” que oculta sus preferencias en su escudo de macho, se deja arrastrar con vileza por su misoginia, y delega sus reacciones en su instinto de alcohólico.
“El lugar sin límites” constituye una referencia cinematográfica para el análisis social y jurídico de la homofobia, de la violencia sexual, y de los crímenes por razones de odio, temas que, siguen vigentes en la agenda pública como asuntos alarmantes, en virtud de que, como sociedad, no hemos superado el reto de respetar los límites esenciales que encierran la esfera jurídica individual, tampoco tenemos muy claro el significado de la tolerancia, de la inclusión y la diversidad, y mucho menos hemos alcanzado un consenso para darle cauce a las actividades de esparcimiento para adultos.
Finalmente, como un elemento adicional cuando se habla de “El lugar sin límites” no puede dejar de mencionarse la inserción de una canción que te hace sentir la emoción de un beso robado, el ambiente bohemio nocturno, el abrazo romántico a medio baile, y la calidez de un brindis: “Perfume de Gardenias”.