Esta es con toda la seguridad, una de las semanas más complejas y/o personalmente importantes de todo el año. El punto es que estando por iniciar la última semana del año, es necesario decir que no es fácil hacer un balance de todo vivido, sin por ello terminar soslayando o infravalorando experiencias que en otro momento se miraron tan diferente. Y la misma lógica aplica tanto para lo personal, como para colectivo. Desde hazañas deportivas que le han terminado dando la vuelta al mundo por lo emotivo de su consecución, pasando por escenarios nacionales y subnacionales, signados por una perenne incapacidad de propiciar las condiciones para una discusión pública madura, inteligente y/o propositiva, cuando no por coyunturas internacionales de franca hostilidad, que han terminado desembocado en conflictos bélicos con implicaciones planetarias.
De todo ha tenido y está teniendo este año 2022; difícil pensar en un año más singular y/o caótico, tanto para el ámbito doméstico, como para el plano internacional. Lo que no es cosa fácil de decir, sobre todo cuando se viene saliendo de una coyuntura sanitaria mundial, en la que el total de nuestras capacidades civilizatorias, fueron puestas a prueba. Pero del mismo que en los últimos dos años hemos ido descubriendo que son muchas más nuestras necesidades en común, que la importancia de nuestras diferencias, hemos terminado probando lo mucho que todavía nos cuesta ponernos de acuerdo. Y sobre todo, lo cerca que las diferencias entre naciones pueden escalar hasta el punto de no retorno.
Los nuestros son tiempos en los que, se cumplan o no los augurios por el resurgimiento de viejos antagonismos entre un occidente, –cuyo eje gira en torno a la hegemonía americana–, y un oriente que, tras de treinta años de silencio, por fin parece estar despertando del letargo en el que se había mantenido en las última décadas. Es un hecho que cada vez más, veremos como disputas ideológicas que hace décadas creíamos enterradas, hoy vuelven a tomar nuevos bríos. Así las cosas, termine siendo China, Rusia o cualquier otro, tal parece que tendremos en forma persistente, cuestionamientos severos a la hegemonía americana mundial.
Lo que promete a su vez, seguir teniendo efectos sobre la economía mundial de absolutamente todos los rincones del planeta. Porque en ese tema de la mutua interdependencia mundial que persiste, estamos juntos, sí o sí, tanto para lo bueno, como para lo malo. No hay prácticamente ningún tema en el que por el motivo más insospechado, lo que ocurre en un lado del mundo, no termine teniendo efectos significativos sobre los rincones más remotos del planeta. Lo mismo por efecto de conflictos internacionales que lo arrasan físicamente todo a su paso, que por los efectos comerciales que talas guerras generan sobre el comercio mundial.
Una dinámica a la que poco o nada le ha importado, en el plano de lo doméstico, que cada vez más las Fuerzas Armadas tomen un creciente protagonismo. Porque si el plano internacional preocupa por sus efectos sobre nuestra economía, no es menos cierto que la violencia misma ocupa para el caso de nuestro país, un papel cada vez más importante por fuerza propia. La regularidad con la que la violencia producto de la delincuencia organizada se ha ido instalando en todos los aspectos de la vida, nos habla de la creciente precariedad de nuestro Estado para resolver eficientemente sus tareas más esenciales. Una problemática con la que, lejos de lo se quisiera, se viene haciendo frente desde hace dos décadas, sin que termine de quedar claro si realmente ha valido o no la pena la estrategia de resolver las cosas por la fuerza.
Para el caso, poco o nada se ha conseguido con la estrategia de resolver las cosas por la fuerza. Pero si resolver las cosas por métodos tradicionales, ha probado tener muy escaso margen de maniobra para el propio gobierno en turno, otro tanto ha terminado ocurriendo con aquella idea de que el problema sería mejor atendido en la medida que se atendieran las condiciones que socialmente alimentan el problema, por el lado del desarrollo económico y/o social. En el mejor de los casos cabría decirse que tales estrategias, parecen haber llegado a destiempo, en un momento en el que el umbral de violencia que se padece, sobrepasa por mucho cualquier posibilidad de superar el tema por el lado del resarcir el rezago social y económico que originalmente lo desencadenó.
Lo que aunado al creciente escenario de polarización ideológica que prevalece, ha terminado sirviendo para atizar las diferencias que hoy prevalecen entre el gobierno federal en turno y la oposición. Y si bien es cierto que tal escenario difícilmente hará diferencia respecto a las pretensiones electorales de uno y otro bando de cara al 2024, porque algo extraordinariamente anómalo tendría que ocurrir para que la cosa se mueva cuando menos un poco. No es menos cierto también, que la coyuntura sólo ha servido para afianzar la brecha de incomprensión y/o sectarismo que hoy por hoy prevalece en términos de la discusión de lo público.
Y no parece de hecho que algo en el futuro reciente vaya a desencadenar un cambio profundo al respecto. De hecho al momento, todo parece indicar que nos encaminamos a un año 2023, donde la práctica totalidad de nuestras perspectivas prometen seguirse moviendo como hasta ahora, entre la crispación de las diferencias entre izquierda y derecha, y la perenne indisposición de todos y cada uno de los actores políticos actuales para ofrecer algo distinto de lo ya conocido. Lo sé, me gustaría ser personalmente mucho más optimista de lo que hasta este punto he sido en mis perspectivas del año por venir.
Sin embargo, lo cierto es que se piense lo que se píense, todo parece indicar que el año por venir, promete comenzar poniendo al límite nuestra capacidad para tolerar mucho más de lo que hasta este momento hemos enfrentado. Es pues momento de probar de qué estamos hechos, porque esto no ha ni empezado y ya promete mantenerse por el derrotero que hasta ahora ha seguido. La cosa es que cambia el año, pero todo, –o casi todo–, permanece igual.