El pasado 26 de noviembre de 2022, la selección mexicana de futbol jugó con su similar de Argentina, en la fase regular del mundial que actualmente se celebra en Qatar, un partido cuyo resultado despertó tras de sí una seguidilla críticas, por lo que se considera un desempeño muy flojo, por no decir que francamente malo; desempeño que no haría sino confirmarse como uno de los peores en la historia reciente, tras de terminar saliendo del mundial antes de lo habitual, pese a ganar su tercer partido de fase regular contra Arabia Saudita, resultado que fue insuficiente por la diferencia de puntos; es decir que selección mexicana se fue a casa antes de lo que todos hubieran querido, por lo de casi siempre, esto es: un mal trabajo propio, unido a malas combinaciones de resultados entre terceros.
Lo fácil en ese sentido, es conformarse con decir que, tanto en el partido contra Argentina, como en la participación general de México terminó ocurriendo lo que se esperaba; se impuso la historia y la lógica, pero sobre todo la realidad. Sin embargo, me parece lo que sigue de molesto e indigesto, y es hasta un insulto al sentido común, como cada cuatro años la selección nacional mexicana llega a los mundiales buscando obtener resultados a costa de golpes de suerte, lo mismo que de buenos días en los cuales una genialidad de algún jugador, lo mismo que un mal día del equipo contrario, sea lo que termine haciendo la diferencia. Se haga lo que se haga, salir a jugar esperando que la suerte esté de nuestro lado, es un camino más seguro al fracaso, que a la obtención de un buen resultado.
No se puede salir a por cualquier cosa, –sea un partido de fútbol o cualquier otro reto de la vida–, esperando conseguir objetivos, ahí donde de antemano se sabe que no se ha hecho lo suficiente para conseguir lo que quiera que se proponga. Claro, lo fácil es reducir la cuestión a lo más superficial y terminar diciendo lo que en todos lados se dice, que la selección nacional no juega bien, porque quienes hoy están en la cancha o el propio cuerpo técnico, no están poniendo todo su empeño, tal y como ocurre diario con aquellos que peor lo pasan en el país. El punto es que el país está lleno de millones de miserables a quienes todavía que viven mal, continuamente se les responsabiliza de su mala situación, sobre la base de que no le echan suficientes ganas para salir adelante, o que al menos les vaya mejor.
Ese tipo de lógicas hacen un daño colectivo terrible, porque amen de estigmatizar a quienes peor lo pasan, dejan de continuo en la sombra la responsabilidad de preguntarnos, cuáles son las condiciones estructurales y/o públicas que comprometan la capacidad de quienes no consiguen lo que se proponen. Lo que no significa eximir de responsabilidad personal a quienes directamente intervienen o ejercen alguna actividad, se trate de la que se trate, pero el punto es que igual que ocurre en los más diversos espacios de nuestro desarrollo nacional, el mundo del deporte en México, reproduce con idéntica regularidad todos y cada uno de los vicios legales y sociales que caracterizan al país.
Desde corrupción y aplicación diferenciada de la ley, con la exigencia de sobornos para favorecer a unos u otros; pasando por violencia y abuso continuo de las diferencias sociales o económicas de todos aquellos que deciden practicar algún deporte. Lo mismo en el fútbol que en cualquier otra disciplina deportiva, –por no hablar también del mundo artístico, cultural y científico–, se ha vuelto común, casi como si cualquier cosa, –porque hasta eso sucede con tal frecuencia–, que ya nadie se sorprende de escuchar o descubrir el rutinario estado de abandono o desatención en el que se tiene a quienes hacen del deporte su vida; la falta de apoyo gubernamental, o incluso la discrecionalidad en su asignación, ya por criterios de compadrazgo, amiguismo, parentesco o cercanía con el poder, se ha vuelto tan común, y son prácticas que se encuentran tan extendidas, que terminan marginando y/o nulificando el talento de miles de nuestros deportistas.
Una realidad que lleva replicándose desde hace generaciones, sin distinguir de banderas partidistas o niveles de gobierno. En un problema tan hondo, que para decirlo claramente: no tiene para cuando terminar; rara vez se apoya al deporte, y cuando se le apoya, se lo hace a cuentagotas o atendiendo a criterios de ganancia política o posicionamiento personal de la imagen de los gobiernos de turno. Tal situación vuelve toda una odisea sobresalir y/o siquiera intentar desarrollar aptitudes o nuevos talentos, por la sencilla razón de que la más de las veces no hay siquiera condiciones para practicar el deporte que se decida, por no hablar ya de competir. Pero si se piensa que la cosa termina en lo problemático que implica hacerse de un nombre ahí donde el apoyo gubernamental brilla por su ausencia, otro tanto ocurre cuando se tiene la suerte de conseguir cierta notoriedad.
La cosa es que tan pronto alguien despunta, o da una mínima muestra de poder sobresalir pese a las condiciones de sistemática corrupción y/o abandono que prevalecen entre las propias instancias públicas encargadas de promover el deporte, se ponen por delante las intereses comerciales. Porque cuando a alguien le va bien, no faltará quienes quieran colgarse de sus méritos y sacar por ello ganancias, aún si en un inicio jamás apoyaron; historias del estilo se han visto repetirse, una y otra vez. Tan pronto una nueva promesa deportiva comienza a despuntar, sobran los patrocinadores dispuestos a correr con los gastos, todo a cambio de un beneficio comercial o publicitario, entonces si el apoyo sobra.
Porque cuando las cosas van de maravilla, todo el mundo te conoce y/o dice ser tu amigo, pero cuando los resultados no se dan, o sencillamente el tiempo hace lo suyo, disminuyendo o mermando el rendimiento de cualquier deportista, es cuando las cosas vuelven al abandono que las caracteriza. Sólo así se entiende que incluso viejas glorias del deporte nacional, hayan terminado con suma frecuencia, enfrentando vidas y/o vejeces realmente duras, tras retirarse. Y si bien existe un alto componente de responsabilidad personal en tales escenarios, no es menos cierto que dichas condiciones se vuelven endémicamente posibles, porque el deporte nacional está sistemáticamente abandonado, cuando no, lleno de vicios que no son más que el reflejo fiel de la sociedad que los incuba y los hace crecer.
El caso es que detrás del mundillo de los intereses comerciales y televisivos reconocidos que exigen la inclusión de determinados elementos, –quesque porque esos son los que más venden, aunque su nivel no justifique su inclusión–, subsiste la más de las veces, amplias redes de complicidad y corrupción que constituyen un auténtico filtro y/o calvario, a través del cual, se pierden –en todas las disciplinas–, nuestros más grandes talentos deportivos, entre representantes, agentes, y un largo periplo de intermediarios, cada uno más oportunista que el otro, –porque claro, nadie quiere quedarse sin su consabida tajada del pastel–, y cuya intervención termina definiendo y dañando sistemáticamente cualquier cantidad de condicionalidades al margen de cualquier marco regulatorio, entre cuotas por traspasos, sueldos, incluso cuotas por permanencia, participación, o debut.
Con semejantes condiciones, no es de extrañar que nuestros mejores prospectos deportivos rara vez lleguen a donde su propio talento y esfuerzo podrían llevarlos; de ahí que como se dice en la calle, con frecuencia ocurre que en las ligas de cualquier deporte, ni están todos los que son, ni son todos los que están. Y lo repito, resulta francamente ridículo, esperar que el país logre conseguir mejores resultados deportivos a base de sacrificios personales apológicos o golpes de suerte que consigan el milagro de cubrir el sol con un dedo para no terminar de reconocer que la corrupción también genera malos resultados deportivos.