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viernes, noviembre 22, 2024

¿PRIMERO LOS POBRES?

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¿PRIMERO LOS POBRES?

OPINIÓN EMANUEL DEL TORO

San Luis Potosí, S.L.P. Sábado 24 de julio del 2021, 3 am. Llegar a un hospital público de madrugada cuando ya toda la ciudad duerme, para que atiendan a una jovencita que está a punto de dar a luz y ser recibido por la estampa de una treintena de miserables agazapados a la entrada del lugar. Algunos precariamente dormidos al ras del suelo, entre cobijas y cartoncillos para soportar el frío como sea, porque ni para ponerles unas bancas o sillas son, vaya a saber cuánto tiempo llevarían así, pero a juzgar por sus caras de resignación, dudo que poco, quizá horas o todo el día. La mayoría entre los aún despiertos, con sus rostros suplicantes de clemencia para ser atendidos, cual si su miseria y la indiferencia pública por la misma fueran de lo normal.

Mientras los burócratas a cargo de semejante caudal de inhumanidad suplicante de atención ni se inmutan, y miran la estampa con la indiferencia y el fastidio de quienes ven eso y más, todos los días. Al punto de que cualquier tragedia se vuelve virtualmente indistinguible. Y uno para sus adentros rabiando de coraje, con ganas de despotricar contra los burócratas del lugar, para levantarlos a patadas y obligarlos a moverse siquiera para poner sillas, dar humana asistencia, y si no se puede hacer nada, ofrecer al menos un triste café o siquiera simular que se ocupan de algo que no sea matar el tiempo para irse a casa tras la jornada, y así durante años hasta jubilarse. Porque la realidad es que no hacen absolutamente nada.

Tal parece que la función oficial de semejantes funcionarios, fuera la de apoltronarse en una silla de la forma más grosera posible, mientras ignoran el dolor, la angustia y desesperación de quienes ahí llegan buscando atención. Cual si lo que mejor pudiera hacer cualquier incauto en este país, tras pasar una jornada extenuante por una paga miserable, fuera apostarse a las afueras de un hospital público de madrugada, a la espera de que un funcionario público decida en qué momento les da la gana atenderte, y fuera de hecho, una experiencia tan edificante, que incluso estuviera entre el tipo de experiencias que por su trascendencia existencial nadie debiera quedarse sin probar al menos una vez en la vida.

Lo menos que puedo decir en mi posición de comentarista de la realidad social local o nacional, es que por el modo como el control y manipulación de masas funciona, para garantizar que el orden establecido –por más injusto y degradable que sea–, rija y prevalezca, aún si es contrario a cualquier mínima noción de justicia social o humana solidaridad, se nos ha educado o programado para no cuestionar, no contestar, no inconformarnos; en una sola idea: para no cambiar. Todavía peor, para ignorar cualquier cosa que incomode, bajo el principio de que no hay nada que se pueda hacer y de que madurar es aprenderá a aceptarlo.

Vaya pues, incluso la investigación científica de los excesos del poder político y las desigualdades sociales que el desorden administrativo público favorece, que es el mundillo que propiamente conozco, está orientado por la lógica del no cambio. Lo mismo a investigadores que a docentes y más aún a los propios alumnos, se les invita a entender y teorizar el mundo realmente existente, pero siempre dejando en claro que no se tiene por qué ser agentes de cambio.

Con semejante alienación de intenciones, no es de extrañar que a la hora de confiar en el entendimiento de la realidad que vivimos, tendemos a ceder nuestro poder a cualquiera que percibamos que tiene autoridad en la materia y está dispuesto a negar lo que de otro modo es evidente: no es sólo que así como vivimos no debería acostumbrarse nadie a vivir –pero lo hacemos como si fuera de lo más normal–, sino que además es francamente una vergüenza que lo permitamos. El hombre es el lobo del hombre –dijera Thomas Hobbes hace siglos.

Darwinismo social lo llaman algunos descerebrados por darle a la mezquindad prevalente entre la mayoría del género humano, un halo de cientificidad o respetabilidad, incluso alegando que es cosa del orden natural de la existencia, porque hasta los animales viven bajo esa lógica. En ese sentido habría que decir que somos peores que los propios animales a los que siempre recurrimos cuando de justificar nuestras más bajas miserias se trata; porque mientras estos se matan unos a otros, sólo cuando es estrictamente necesario o se encuentra en juego la propia supervivencia, nosotros –que nos auto consideramos el cenit de las inteligencias–, nos matamos casi por cualquier motivo y de las formas más diversificadas posibles, cual si lo que nos diera placer o sentido de existencia no fuera el hacernos la vida miserable los unos a los otros, sino buscar nuevos modos para hacerlo, y luego, incluso, justificarnos.

Seguramente no faltarán los ojetes y/o morbosos mala leche que se piensen: ¡oh vaya! Mira, el riquito seudo intelectual que juega desde una franquicia de café norteamericano a componer el mundo con sus opiniones en redes, salió a la calle y recibió su baño de realidad controlado, por eso hoy le dio por escribir de la gente que se queda afuera de los hospitales –y lo digo con todo propósito de ese modo, porque ya antes me han hecho comentarios similares o incluso peores. Pero carajo; no es posible vivir acostumbrados a semejante umbral de degradación sin que a nadie le remuerda al menos un poco la conciencia o se sienta incómodo.

Y no, tanta miseria no se va terminar nunca a base de buenas vibras, rezos y bellas intenciones públicas ni discursos de gobiernos que pregonan que primero los pobres, pero apenas si hacen algo; mucho menos por lavados de conciencia de la iniciativa privada al final del año, haciendo donaciones pírricas para que les condonen impuestos a grandes corporativos con el cuento de que hacen mucho por el mundo, sólo porque construyen un edificio de especialidades al año, cuando si de veras fueran personas en serio, podrían hacer muchísimo más que eso.

Lo sé, a nadie le importan estas cosas. Lo que es todavía peor: los pocos que quizá lleguen a inconformarse por estos y otros temas semejantes, todos producto de la desatención pública y el perenne valemadrismo de una sociedad persistentemente volcada en cultivar el cortoplacismo y el más atroz individualismo, lo más seguro es que lo hagan hasta el día en que alguno de los suyos caiga presa de un orden social que nadie en su sano juicio tendría por qué soportar, pero lo hacemos y muy bien, a prueba de nuestra propia humanidad. Así las cosas me pregunto: ¿en serio vivimos hoy en un país donde primero los pobres?

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