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ELECCIONES, ABSTENCIONISMO, PANDEMIA Y HARTAZGO SOCIAL

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ELECCIONES, ABSTENCIONISMO, PANDEMIA Y HARTAZGO SOCIAL

Por Emanuel del Toro.

No esta la primera vez que lo digo, los tiempos electorales son siempre muy complejos y agotadores para la ciudadanía, sin embargo la cuestión está hoy por hoy tan vigente, por lo desgastante que han sido las precampañas de cara a las elecciones de 2021, como por el papel que la contingencia sanitaria por el covid-19 promete tener sobre su desarrollo y desenlace, que no puedo hacer menos que pronunciarme al respecto. Y lo digo así, para poner en perspectiva que si bien las épocas de campañas han sido siempre, escenarios caracterizados por una alta polarización, lo mismo que por el carácter contingente de todos los acuerdos y/o pactos que hay detrás de cada proyecto político en ciernes, lo cierto es que hoy todo luce mucho más complejo que de costumbre, porque el panorama electoral confluye en un estado de excepción inédito, tanto por la amplitud de sus alcances, como los efectos que ha generado en la cotidianeidad de todos por igual.

A propósito de la polarización, habrá que decir que el fundamentalismo ideológico no sirve ni para analizar, ni para persuadir. De hecho, el posicionamiento militante es por definición, la peor de las opciones posibles para comprender nuestra realidad política en un escenario electoral, lo mismo da si se está con la parte que encabeza las preferencias, que con cualquiera de las restantes posiciones. Ni que decir si lo que se pretende es persuadir, porque quien milita en un partido o se pliega a los designios de un candidato determinado, supedita la naturaleza de su participación, a la obsecuente disciplina que debe a sus dirigencias. De este modo es poco lo que se puede hacer por desarrollar una labor genuinamente crítica. Hago énfasis en ello para expresar con absoluta claridad que la totalidad de las consideraciones que aquí expongo tocan por igual a todos los partidos y que no hay uno sólo que se escape de lo que aquí describo.

La democracia es –al menos en teoría–, la formación de gobiernos a través del establecimiento de consensos entre distintas corrientes de opinión, mismas que se traducen en vías de acción y en el establecimiento de políticas públicas encaminadas a resolver problemas en común, sin embargo, la práctica real de la política dista significativamente de lo que teoría indica. Lo digo así, porque la pobreza del discurso que se maneja, tanto en el afianzamiento de las candidaturas, como en el desarrollo mismo de las campañas políticas, vuelve los procesos electorales auténticas batallas campales, donde no sólo brillan por su ausencia las propuestas claras y la presentación de perfiles idóneos. Además se abona poco a la civilidad política, cuanto más se insiste en posiciones de todo o nada.

En su lugar lo que prevalece son discursos políticos chabacanos y maniqueos (donde todo es blanco o negro), repletos de lugares comunes, con arengas por los excesos del pasado y presente, con promesas alegres de un porvenir en el que las cosas cambien radicalmente para bien. Pero al fin discursos carentes de una praxis consecuente con el contenido de las promesas que hacen, las cuales convencen cada vez menos a una ciudadanía que no encuentra razones para salir a votar, porque no importa por quien lo haga, al final su experiencia y sentido común le indican que la práctica totalidad de las ofertas electorales que se presentan en la boleta, resuelven todo del mismo modo, ignorando a la sociedad cuyo voto buscan sólo para refrendar sus posiciones en los circuitos del poder estatal.

En tales condiciones la desafección política y el abstencionismo no se hacen esperar; todo como síntoma de un franco desencanto y hartazgo del ciudadano común con una clase política carente de ideas y sentido de la realidad, porque sencillamente no conoce los problemas que vive la mayoría, y porque elección tras elección se recicla a sí misma, sólo para volver a quedar los mismos que desde hace décadas gobiernan. Lo mismo da si es cambiando de nivel de gobierno, que de credenciales partidistas o incluso comprando o haciéndose partidos a la medida de sus bolsillos, que comoquiera pagamos todos, porque no se pagan realmente de su propia cuenta, sino de todo lo que se afanan del erario.

Porque en la política de verdad, en la que de veras es, todo se vale, por ello no dudan en aliarse unos con otros, –sin el menor pudor por los colores o principios–, lo mismo que en salir a la calle y hacer el ridículo deliberadamente, o terminar haciendo mancuerna con todo tipo de perfiles ajenos a la política con tal de convencer al electorado con afiches baratos y palabras huecas. Discursos sosos, carentes de alma, que no sólo aburren, encima no resisten un examen serio, porque lo único que hacen es repasar lo que ya todos sabemos hace años; primero, que así como vivimos no deberíamos estarlo haciendo y; segundo, que si no hacemos algo ya, a la vuelta de la esquina algo severo podría terminar comprometiendo no sólo el futuro inmediato, sino la propia viabilidad de nuestro mundo.

Mientras el resto de la ciudadanía cada vez vota menos y esto es visible en todas las localidades. Un fenómeno que se nota todavía más cuando las elecciones locales no son concurrentes, es decir cuando los procesos electorales locales se dan de forma diferenciada respecto a los federales. Porque si ya vota poca gente cuando se eligen posiciones en el orden federal, votan todavía menos cuando las posiciones que se definen son todas de orden local, siendo San Luis Potosí capital una clara muestra de lo que digo, ya que en las últimos tres procesos electorales el abstencionismo ha rondado el 40%, por no hablar de otros municipios del propio estado, como Soledad de Graciano Sánchez o Matehuala, donde el abstencionismo lleva varios procesos arriba del 50%; la cosa es clara: La clase política no convence y la ciudadanía está cansada de ver siempre las mismas caras y padecer las consecuencias de estilos de gobierno erráticos, que no sólo son poco eficientes, encima no tienen el más mínimo respeto por la dignidad de sus pueblos.

Así las cosas, es difícil no preguntarse si ¿estas elecciones sumando la incidencia de la pandemia y la contingencia sanitaria, irán a registrar todavía muchos menos electores de los que habitualmente acuden? Porque si así fuera, y en efecto hubiera muchas menos personas votando de lo que comúnmente lo hacen, los resultados podrían llegar a ser mucho muy diferentes de lo que propios y extraños al mundo de la política suponen. Podría incluso darse la ocasión de que quien gane, lo haga con una ínfima parte del padrón electoral total. Lo cual es una localidad como San Luis Potosí, con tan alta incidencia de abstencionismo –en un padrón electoral que ronda 1 800 000 votantes–, podría significar que quien gane, lo haga a duras penas con un 20% del padrón electoral total, o incluso menos –por aquello de que las bases duras de los partidos en coalición no terminan de convencerse de votar tales coaliciones–. En tales condiciones, está claro que no hay nada definido para ninguno de los contendientes, por mucho que más de uno quisiera poder definir resultados antes de siquiera celebrarse elecciones.

febrero 8, 2021

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